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La deshumanización

Cartas sirias desde Grecia, compiladas por Cristina Llaràs Jordana

Ioana Gruia

Cartas sirias desde GreciaSameer, Hassan, Liali, Ahmad, Wadah, Abdullah Hammal, Dalal, Braa Ahmad, Ahmed Dibou, Esraa, Ibrahim, Jahina Aisa, Abdulah, Ahmed, Ayad, Abdulkader Chukri, Abdulmejid, Mohamed, Shiar, Ghassan y Ahmed YoosoPrólogo de Sami NaïrCompilación de Cristina Llaràs JordanaTraducciones de Abdullah Sabouni, Ibrahin Ayan, Ahmed Alyousef, Ahmed Yooso, Deyar Sheiko, Sameer y HassanCartas sirias desde Grecia

IcariaBarcelona2016

 

¿Qué se siente mientras se está "en medio del mar en un pequeño bote de goma, esperando el momento en que se va a hundir y todo habrá acabado"? No puede describirse esta sensación, explica Hassan Alhomse.

Cartas sirias desde Grecia recoge varios testimonios estremecedores de refugiados sirios en los campos de Eko, Idomeni y Vasilika. El libro —una admirable iniciativa de la editorial Icaria y cuyas ventas se destinan a los autores de las cartas y a sus traductores— no puede leerse sin un nudo insoportable en la garganta. Se pone rostro, cuerpo, nombre y relato vital a mujeres, hombres y adolescentes que cuentan en un lenguaje sobrio, de cronología exacta y ordenada, hechos terribles. El primer testimonio es de Sameer: "Muchos de mis amigos fueron arrestados y asesinados y de muchos de ellos no sabemos nada". "Resultaba extraño pagar por tu muerte", reflexiona Hassan Alhomse sobre su viaje por mar desde Turquía. Liali, forzada a huir con cuatro niños pequeños sin saber nada del destino de su marido, encarcelado por el ejército, habla de la tranquilidad de su vida anterior y se pregunta si alguna vez volverá a ser feliz. "Guerra y paz, amor y odio, felicidad y sufrimiento, muchas cosas de las que hablar", empieza su relato Ahmad Alyousef. Wadah Maktaby cuenta cómo estando en la guerra no podía parar de escuchar voces en su cabeza y cómo huyó cargado a hombros con su compañero muerto, secándose "sangre en vez de lágrimas". Su carta acaba así: "Ya llevo un mes en este campamento [Vasilika] y sigo esperando a que la generosidad y la humanidad que alegan tener los europeos lleven a conseguir una solución para que nos saquen de esta pesadilla".

Abdullah Hammal Sabouni hace el siguiente relato vital de sí mismo: "Nací en Alepo y crecí allí. Miro mis sueños de niño y veo cómo la catástrofe convirtió nuestros sueños en un infierno. Ahora mi sueño básico es la seguridad y la paz y poder trabajar para conseguir unas mínimas condiciones de vida". Dalal recuerda la dimensión de añorada normalidad de su vida de antes de la guerra: "Vivíamos con seguridad y en paz en Siria y acostumbrábamos a salir fuera una vez por semana". El adolescente Braa Ahmad Kharwof confiesa: "En Eko intenté suicidarme siete veces y todavía ahora pienso en ello. Pero estoy intentando controlarme y permanecer tranquilo".

También corta la respiración el relato de Ahmed Dibou Darwish: "Salí porque huí de la guerra y porque una bomba cayó en mi casa y yo estaba allí. La bomba me cortó la mano derecha y pequeñas piezas de metralla me tocaron el corazón […]". Esraa Alabeid, madre de un bebé y diabética, escribe: "Espero tener un hogar para mí y mi familia, tener trabajo y ganar dinero para vivir en un lugar seguro […] porque realmente estoy totalmente cansada de esta vida".

Ibrahim Ayan confiesa: "No sé qué más hacer, y me siento como frente a un muro alto y largo, que incluso me rodea". Jahina Aisa Amohamd, con un hijo de seis años que no puede andar ni hablar, se ha quedado sin dinero para comprarle comida. "Salí de Alepo porque mi hijo murió allí por una bomba y mi casa fue destruida también", resume su tragedia Abdullah Abdulkarim. "Solo espero proporcionar una vida segura a mis hijos", desea Ahmed Sheikho, de 66 años. "Decidí escapar y dejar Siria y salvar a mi familia de la muerte, la perdición y el hambre", escribe Ayad Al-Gharib.

"Tenía una casa en Zamalka […]. Allí murieron cuatro personas de mi familia, mi mujer, mi hija y dos de mis hijos". Es el escalofriante testimonio de Abdulkader Chukri Jaafar, que tiene 59 años y una importante discapacidad física. "Al llegar a Grecia sentí mis sueños morir por segunda vez ", apunta el joven Abdulmejid. "Cuando el camión llegó a la frontera griega, la policía macedonia nos obligó a pasar por un agujero de la valla, y empezaron a golpearnos muy fuertemente, y nos pegaron a través de la valla", cuenta Mohamed Alyoussef. Shiar Yousef explica que él y su familia están "buscando un futuro luminoso". Ghassan Ebrahim, profesor de matemáticas, viaja con su hija, que "necesita a su madre y a su hermana".

El libro se cierra con algunos poemas en inglés de Ahmed Yooso. "Si estás en la gasolinera de Eko, verás realmente la deshumanización", escribe en uno de sus versos.

*Ioana Gruia es escritora y profesora de Literaturas Comparadas. Ioana Gruia

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