Colección particular (Lumen) no es, en rigor, una
antología de los cuentos y novelas cortas de
Juan Marsé, sino tal como anticipa el título una
colección particular escogida por el autor, compuesta por textos de distinta naturaleza, cuya principal novedad estriba en que aparezcan revisados y en la inclusión de un inédito, aunque se trate del esquema para un guion de cine que ni siquiera llegó a entregar, por desavenencias con el director
Fernando Trueba. El título, además, podría entenderse como un homenaje a
Jaime Gil de Biedma, con quien Marsé mantuvo una estrecha amistad, cuya
Colección particular (1969), su primera recopilación de poemas, escritos entre 1955 y 1967, apareció en Seix Barral. La denominación proviene también de una de las narraciones, inédita en libro, aunque tampoco resulté improbable que deseara distanciarse explícitamente del concepto de
antología, la cual suele hacerse con criterios fundamentados en la historia literaria y en la calidad o representatividad de las piezas escogidas, frente a la
colección particular que podría entenderse como una elección más personal, e incluso subjetiva y caprichosa.
El conjunto aparece dividido en tres partes, a las que sigue una útil “Nota sobre los textos”, donde se nos recuerda los principales datos bibliográficos de las narraciones. En la primera se recoge tres de los cuentos del libro
Teniente Bravo (1987), del cuarto relato ya se había prescindido en las ediciones de 1997 y 2000, en Plaza&Janés y Lumen, el cual es el único volumen de narraciones breves que ha publicado, junto con un útil apéndice que incluye dos documentos relacionados con estas piezas. La segunda parte está compuesta por otros cinco relatos, con la particularidad de que uno de ellos, “Noticias felices en aviones de papel” (2014), fue publicado como una novela corta independiente. Y, por último, en la tercera se recoge una narración que apareció por entregas en
El País, “Colección particular”, y el citado guion, que en mi opinión desentona en este conjunto.
El libro
Teniente Bravo ha gozado siempre de una gran aceptación, pero quizá haya sufrido el inconveniente de haber aparecido muy tarde en la trayectoria del autor, un caso semejante al de
Juan Eduardo Zúñiga y
Rafael Sánchez Ferlosio, cuyos primeros libros de cuentos,
Largo noviembre de Madrid (1980) y
El geco. Cuentos y fragmentos (2005) son tardíos. Sobre todo, si se tiene en cuenta que los principales volúmenes de relatos de los miembros de su generación, y de los autores aledaños, se publican entre 1958 (
Cabeza rapada, de
Jesús Fernández Santos) y 1967 (
Gente de Madrid, de
Juan García Hortelano), y entre ambos libros aparecen obras del calibre de
El corazón y otros frutos amargos (1959), de
Ignacio Aldecoa;
La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos (1960), de
Max Aub;
Las ataduras (1960), de
Carmen Martín Gaite;
Historias de la Artámila (1961), de
Ana María Matute;
Nunca llegarás a nada (1961), de
Juan Benet;
Cuentos republicanos (1961), de
Francisco García Pavón;
Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), de
Miguel Delibes;
Las noches lúgubres (1964), de
Alfonso Sastre; y
Los conspiradores (1964), de
Daniel Sueiro.
En suma, el primer y único libro de cuentos de Marsé le llega al lector durante la Transición, junto a los de una generación posterior, aunque no menos brillante, formada por
Luis Mateo Díez,
José María Merino,
Cristina Fernández Cubas,
Esther Tusquets,
Juan José Millás,
Álvaro Pombo,
Enrique Vila-Matas,
Javier Marías, e incluso los más jóvenes
Antonio Muñoz Molina e
Ignacio Martínez de Pisón. Por eso quedó Marsé fuera de las antologías de cuentos más relevantes, empezando por las tres distintas ediciones de la clásica recopilación de García Pavón.
Algunos de los relatos son fruto asimismo del encargo, para formar parte de volúmenes tan artificiales como
Fin de milenio (1990) y
Cuentos de la isla del tesoro (1994), recopilaciones que pasaron con más pena que gloria, y otros producto de la espontánea creación del autor, como ocurre con “Teniente Bravo” y en “Historias de detectives”, quizá los mejores cuentos de Marsé, a los que añadiría la excelente novela corta
Noticias felices en aviones de papel.
Por ello, estando casi todas estas narraciones estrechamente vinculadas con el mundo, los personajes y los motivos habituales de nuestro autor, podríamos hacer una distinción entre los cuentos que son claros antecedentes de novelas y aquellos otros que comparten su mundo característico. Así, a la primera categoría pertenece “Parabellum” (1977), donde arremete contra el olvido y las componendas de la memoria, apuntando a los poetas de la revista
Escorial y a los falangistas arrepentidos (
Pedro Laín Entralgo y su
Descargo de conciencia,
Dionisio Ridruejo y
Luis Felipe Vivanco), pues se trata de un primer esbozo de la historia de
La muchacha de las bragas de oro (1978). En cambio, en “El pacto”, publicado en la misma fecha, cuestiona los acuerdos a los que se llegaron en la Transición, sus
olvidos; mientras que “Historias de detectives”, “El fantasma del cine Roxy” y “Colección particular” comparten el mundo propio de su novelística, anticipándose o prolongándolo. Pienso en
Si te dicen que caí,
Un día volveré,
Ronda del Guinardó,
El amante bilingüe,
El embrujo de Shanghai y
Esa puta tan distinguida, que aquí se reiteran en algunos de sus motivos recurrentes: las
aventis, los niños pandilleros, la obsesión por los olores (
catipén), la tos pedregosa, los vagabundos, “la gente que se desploma de debilidad, de miedo, de tristeza” (p. 85), sus habituales adjetivos, como
herrumbroso,
fati,
furioso,
furtivo,
leproso,
rabioso o
rapiñoso, los chicos con la cabeza rapada, el polvo de reclinatorio en las rodillas de las niñas, los chasquidos de las ligas de las chicas, los viejos mochales, etc. Y claro, las obsesiones y burlas habituales del autor con el Caudillo, los
falangios o falangistas, el padre de la patria,
Jordi Pujol (la realidad ha convertido en benévolos los más acerados juicios de nuestro autor) o el escritor
Baltasar Porcel; además de su aversión al cine de ideas, la basura televisiva, los intelectuales y a las etiquetas de moda: frente a la dicotomía entre novela urbana y novela social, se decanta con ironía por la
novela escalibada (p. 223). Por contra, manifiesta una vez más el gusto por los antifaces, los ventrílocuos y disfraces varios, así como por los cambios de nombre; no en vano, podría decirse que el autor aparece en estas narraciones reencarnado en Juanito Marés, Mingo Roca o Faneca, variantes de sus propios nombres: el familiar y el biológico.
El cuento que da título a
Teniente Bravo es un relato tragicómico sobre el empecinamiento de un militar, el cual queriendo poner a prueba a sus reclutas, acaba humillado; o bien, como un relato oral, un chiste, llega a transformarse en un cuento literario. “El fantasma del cine Roxy” supone un homenaje al cine que prefiere Marsé, sustentado en un ácido diálogo entre el director y el guionista que lo cuestiona, procedimiento que ha utilizado en otras ocasiones para exponer sus ideas.
Serrat compuso una canción inspirada en este relato. Y en “Historias de detectives” Mingo Roca recuerda un episodio de su infancia, junto a aquella pandilla de
trinxas encabezada por Juanito Marés, cuando jugaban a espías y detectives, aunque en esta ocasión, más que
salvajes, los jóvenes detectives sean contadores de
aventis, persiguiendo a la gente para luego contarse lo que había sucedido e inventarse aquello que les hubiera gustado que ocurriera. En este cuento, en fin, Barcelona aparece como “la ciudad aterida y promiscua”, “lejana y andrajosa” (pp. 50 y 53).
La segunda parte se inicia con “Parabellum” y “El pacto” los cuentos más antiguos del conjunto, pues ambos datan de 1977, a los que ya me he referido. “La liga roja en el muslo moreno” es un cuento erótico en el que un joven “maníaco sexual”, “un violador sentimental”, tal y como él mismo se define, partidario de lo que denomina “la paja conversatorio” (pp. 190, 192 y 194), aterroriza a una prostituta colándose en su casa, aunque la narración se cierre con una sorpresa. En “El escritor desleído” Marsé narra una pesadilla que se cumple, pues un escritor que no quiere participar en los medios va desapareciendo poco a poco, incluso físicamente, anticipándose a
Desmontando a Harry, de
Woody Allen. Pero, en suma, se trata de una sátira de la televisión, de algunos escritores y artistas mediáticos, como
Cela,
Sánchez-Dragó (el “monito presentador“ o el “monito dicharachero”, pp. 222 y 223) y
Antonio Gala; de los catalanes Baltasar Porcel (paradigma del escritor trepa),
Lluís Llach (“un cantautor catalán
con voz de cabra enamorada”, p. 234), o bien el director de cine
Antoni Ribas y
Mossèn Ballarín, autor del superventas
Mossèn Tronxo (1989); así como de la “prosa psicodélica” de
Julián Ríos y de pintores como Tàpies.
Por último, el tema de
Noticias felices en aviones de papel es la memoria, “la abeja muerta que pica”, metáfora que proviene del personaje borrachín interpretado por
Walter Brennan en
Tener o no tener (1944), película de
Howard Hawks, que a su vez es una adaptación de la novela de
Hemingway. Es, pues, un relato sobre el acceso a la madurez de Bruno, un joven que va conociendo el dolor, la amistad, el sufrimiento y el peso de la historia, pero también la solidaridad y la compasión. No en balde, la progresiva demencia de la anciana señora Pauli, quien en su juventud había padecido la terrible experiencia de la invasión de su país, Polonia, el antisemitismo y la muerte de sus allegados, acaba imponiéndose. Los recuerdos se condensan en las fotos que tiene enmarcadas en su casa, resumiendo su pasado y remitiéndonos a un tiempo de violencia y horror: la de sus padres; la foto con su hermana; la de Michal, su novio polaco boxeador, en 1939; y la de los siete muchachos en el gueto de Varsovia, entre ellos Janek, Michal y Oskar, instantánea que se reproduce en el libro. Tras haber padecido el egoísmo y la degradación de su padre, ahora reconvertido en “un vagabundo pirado, un mangante, un ventrílocuo vendedor de imposturas y patrañas”, el joven Bruno primero lo rechaza porque los había abandonado, mostrándose resentido con los adultos, aunque luego aprenda a apreciarlo; pero también logra distinguir entre los delirios de la anciana, cuanto poseen de auténticos recuerdos vividos, de la misma forma que los lectores acabamos entendiendo el porqué de su extravagante conducta. Por su parte, los chicos de la calle enlazarán pasado y presente, Varsovia y Barcelona. Por tanto, al igual que la señora Pauli nunca pudo desprenderse del balcón de su casa en el gueto de Varsovia, de sus recuerdos, tampoco Marsé consigue olvidarse de su infancia, de aquellos kabileños sin escuela que –nos dice— fuman y sueñan en la calle.
Los dos textos que componen la tercera parte, “Colección particular” y “Conócete a ti mismo, Fritz”, son los que el autor más ha dudado en incluir, no sin motivo. El primero, cuya acción transcurre “en la Barcelona amedrentada, aplastada y gris de la postguerra” (p. 319), el narrador, el mismo Juan Marsé, recuerda algunos episodios de su vida y anuncia espacios y personajes de
Si te dicen que caí,
Ronda del Guinardó o
El embrujo de Shanghai, como el colegio del Divino Maestro, de la calle del Laurel, donde estudió, o el servicio militar en Ceuta, la librería-trapería de Java, el personaje de Palau, Rosita y las niñas de la Casa de Familia, la señora Concha, conocida como la Betibú, y su marido, el capitán Blay, quien vive como un topo. En esta narración compone un trabalenguas con la palabra
salutante, reduciendo al absurdo tanto el patriotismo como el terror de la posguerra (pp. 326-328).
Marsé empezó su trayectoria como escritor publicando cuentos, que datan de los años cincuenta del pasado siglo. A
Enrique Turpin, autor de la edición de sus
Cuentos completos, le explicó por qué no siguió cultivando el género: “No escribí cuentos, entre otras cosas, porque no los pagaban, o los pagaban mal (...), los editores tampoco se mostraban entusiastas (...), con lo cual me decidí por la novela. Según los editores, el cuento no vendía, y el público también era reacio a ellos”. Y a pesar de todo ello, resulta indudable la importante presencia que tiene en la obra de Marsé tanto el cuento literario como la tradición del relato oral, cuyo mejor ejemplo serían las
aventis, o la gestación del cuento “Teniente Bravo”.
*Fernando Valls es profesor de literatura y crítico literario.
Gracias a Fernando Valls por el excelente artículo. Mi admiración sin resquicios hacia la obra, la literatura de elevada escritura de Juan Marsé, que tantos momentos de placer me ha propiciado. Saludos.
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