El rincón de los lectores

¿Equidistancia?

Una trinchera alemana ocupada por soldados británicos en 1916 durante la Batalla del Somme.

Javier Lorenzo Candel

Por mucho que intentemos reducir las actitudes de las sociedades, en ocasiones no nos vale la idea de dividirlas entre aquellos que acusan y los que se defienden. Los claroscuros son comportamientos asumidos también en ese movimiento ético que va dejando elementos válidos para el análisis.

Muy recientemente vivimos acontecimientos que intentan el reduccionismos de la respuesta, la división entre buenos y malos, y no una dialéctica de contrarios que abastezca al juicio de los analizadores, una comunicación de los opuestos (Proudhon). Pero la práctica nos lleva a otras respuestas posibles, a otras formas de actuación, a otros asuntos. El primero de ellos es interpretar la sociedad, las sociedades en su conjunto, como seres que caminan y distribuyen sus futuros posibles, que manejan sus condiciones sociales para alcanzar respuestas desde diferentes puntos de vista. Se entiende entonces que ese reduccionismo, en sociedades vivas, no tiene demasiado sentido, no es válido, no nos interesa.

 

Desde esta perspectiva uno acude a lecturas recientes para abrir ventanas a la particularidad de los comportamientos humanos, a sus respuestas ante las crisis. Y añade para el análisis dos libros magníficos (los dos de poetas) que exhiben el territorio de lo posible. Los dos tiene como característica a muchachos que combatieron en la Gran Guerra, como aliados, en el bando británico, los dos se sitúan en los acontecimientos, al pie de trinchera, que llevaron a la defensa francesa por parte de las tropas de la alianza frente a los alemanes, los dos describen un proceso histórico conocido, épico en su naturaleza, que anima a la reflexión en el sentido que quiero compartir.

Tanto los Poemas de guerra de Wilfred Owen (Acantilado, 2011), escritor que cayó muerto en los últimos días de la Primera Guerra Mundial, como Tengo una cita con la muerte (Linteo, 2011), que reúne, de la mano de Borja Aguiló y Ben Clark, a un buen número de poetas muertos a manos del enemigo en el mismo tiempo en el que murió Owen, tienen esa curiosa equidistancia que supone la respuesta de todos ellos en el campo de batalla. Una equidistancia que nos hace ver de qué manera la guerra los sorprende, cuál es el empuje que les hace alistarse para defender a su patria, cuál es la línea de pensamiento una vez que sufren el dolor de la trinchera en sus propias carnes.

Porque lo que se deja ver en los versos es un tremendo desconcierto que tiene como elemento indispensable el despertar a la idea de que, aquellos que llaman enemigos, no son tales, que no encuentran ninguna justificación para matar que no sea la que desde Inglaterra llega a golpe de discurso patriótico, de voceros de la bandera y de los himnos, pero que, de ningún modo, son razones necesarias para combatir, pequeñas razones en el barro y el ruido de balas.

 

Pero también una equidistancia del que se siente engañado por los poderes políticos que lo han llevado a una guerra que no es la suya, desde las singulares defensas de la patria que no son capaces de entender. Los poetas escriben para dejar dicho que todo por lo que luchan es absurdo, que llegaron a alistarse para poder ligar o por la belleza del uniforme militar, alentados por soflamas de los que, en la retaguardia, observan cómo mueren sin haber recibido formación militar alguna, olvidados y en la soledad del último aliento. O animados por sus propios padres, lo que deriva en una crítica brutal al comportamiento paterno, en el dolor del hijo engañado por su propia familia. Pese a todo, su defensa sentimental permanece inalterada.

No es épica porque el yo poético está presente en cada poema, pero se vislumbran los acontecimientos, las batallas, la trinchera como una crónica cercana y la defensa, incluso, de los soldados alemanes.

En el despertar, en la línea definida del sufrimiento, puede estar presente la equidistancia. El genial Edward Thomas, presente en la última antología a la que hago referencia, dice: “No odio a los alemanes ni me enciendo de amor por los ingleses, para satisfacer los periódicos” para seguir diciendo, refiriéndose también al Káiser, “pero no he de elegir entre los dos, o entre la justicia y la injusticia”.

La Primera Guerra Mundial ha dejado un buen puñado de literatura donde encontrar sentimientos y sensaciones; porque de las contiendas, de las revoluciones y las ideologías, siempre se puede desprender un pequeño poso que alimenta a la humanidad en los futuros posibles, que exhibe las posibilidades de los seres humanos, la manera en la que nos enfrentamos a las crisis y las respuestas, múltiples, a las que nos abrazamos para defender nuestra propia justicia que es, en definitiva, el elemento fundamental de la justicia universal.

Ni negro ni blanco, la curiosa equidistancia para los pobres hijos muertos en el campo de batalla de la Gran Guerra fue la actitud más representativa porque vieron, sintieron de manera definitiva, que en la guerra todos pierden porque de la guerra no se sale vencedor. Como escribió Owen pocos días antes de su muerte, “Mis antiguas heridas no tendrán gloria alguna,/ nadie podrá enjugar mis lágrimas”.

Un jardín en la infancia

Un jardín en la infancia

Casi entrados en el centenario de aquellos terribles acontecimientos, nos queda la voz de los jóvenes poetas muertos en el campo de batalla. Vamos a escucharla.

*Javier Lorenzo es poeta y crítico literario. Su último libro, Javier Lorenzo Manual para resistentes (Valparaíso, 2014).

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