Los diablos azules

David Torres: "Este libro fue un conjuro contra las sombras"

El escritor David Torres.

Eva Serrano

En el libro de familia del escritor David Torres Ruiz hay otro David Torres Ruiz. Su hermano mayor, del que recibió el nombre, murió al poco de nacer. Lo hizo en la clínica San Ramón, en Madrid, donde el doctor Eduardo Vela lideró presuntamente una trama de robo de bebés cuyo David Torres Ruizel doctor Eduardo Velamodus operandi incluía certificar la muerte de un recién nacido que en realidad se entregaba a otra familia. En otro punto de la historia, a primera vista lejano, las purgas de Stalin se cobran la vida de cientos de músicos ciegos. Torres teje los dos hilos en StalinPalos de ciego, que discute aquí con su editora en Círculo de Tiza, Eva Serrano. Eva Serrano

Pregunta. Hay dos ejes centrales en esta obra torrencial que se nutren de otros argumentos hasta converger en un relato sobre la pérdida, la búsqueda y la memoria. ¿Qué relación hay entre el drama de los bebés robados en España y el exterminio de los juglares ciegos en tiempos de Stalin?Sí, mataron a docenas de Kobzari, pero no hubo ningún congreso de ciegos en Járkov. Mi hermano mayor murió a las pocas horas de venir al mundo, aunque nada me gustaría más que descubrir que sigue vivo en alguna parte. Nunca creí en las hadas”.

Respuesta. En un sentido estricto, ninguno; en el personal, ambas historias hablan de la incertidumbre, de la incapacidad del conocimiento, de las brumas en que se diluye la vida humana. Llevaba veinte años intentando contar la historia de los kobzari y no pude hacerlo hasta que di con el contrapunto de la muerte de mi hermano en la infame clínica de San Ramón. Escribí el libro haciendo chocar una tiniebla contra otra, intentando que saltara una chispa que me diera luz.

P. Palos de ciego es un libro cargado de dolor, y sin embargo resulta también consolador en su desgarro. ¿Es la escritura una forma de curación?Palos de ciego ”David, hermano, has viajado conmigo durante todas estas páginas, me has acompañado en silencio a lo largo de este libro condenado antes de nacer: he aquí la única vida que puedo darte. David suena a plegaria, a salmo bíblico, a oración por esta herida que no quise curar y que acabó sanando, por todas las heridas que no quisimos olvidar y no olvidaremos nunca… Supe lo que tenía que hacer cuando llegara la hora de poner punto final, las oscuridad del túnel me lo dijo”.

R. No creo en la literatura como forma de terapia, pero en este libro en particular se produjo una especie de exorcismo. Fue un conjuro contra las sombras, contra las pesadillas de la historia y los demonios de la escritura, pero también un juego de fantasmas, un diálogo con mi hermano muerto, ese bebé que sólo vivió unas horas y del que heredado el nombre.

P. Cuentas en tu libro que la escritura de Palos de Ciego te ha llevado más de 20 años, y que representa también la frustración de haber sido incapaz de escribir la historia que te ha perseguido durante tanto tiempo. De esa incapacidad ha surgido una novela emocionante que descubre tu madurez narrativa. ¿Consideras que triunfo y fracaso son las dos caras de la misma moneda? Escribo esto porque creo que es la única manera de quitarme de encima un libro que me ha obsesionado durante más de veinte años. … Tuve que admitir mi fracaso”. 

R. Para mí son dos palabras vacías de significado, al menos en cuanto a la literatura se refiere. Creo que Faulkner tenía mucha razón cuando afirmaba que sólo se puede medir a un escritor por su capacidad de fracasar. Dicho de otra manera, de un modo u otro sólo podemos fracasar. Ese es nuestro único horizonte. El triunfo (o el éxito) no está al alcance de nuestras manos y, por tanto, no debe preocuparnos.

P. Por tu libro desfilan personajes directamente ligados a tu biografía y otros que pertenecen a la Historia con mayúsculas: Stalin, Ajmátova, Shostakovich, Maria Yudina. Todos conviven con otros personajes de ficción, entre los que destaca un niño, un lazarillo de uno de los músicos ciegos exterminados, que sirve de guía también en el desarrollo de la trama. ¿Es la ficción el cemento necesario para amasar los recuerdos que asumimos como reales? “El hambre como experiencia metafísica, una cadena que une a hombres y mujeres más allá de épocas, razas e idiomas. Un vínculo que hermana el pan con el cuero, los seres humanos con los animales. La interminable posguerra que canceló la infancia de tantos niños. Las fosas anónimas, la tortura, las cárceles, la desesperación, otra vez el miedo. No me costaba mucho la historia de Mijail entre las letras de un alfabeto escrito al revés en un espejo empañado”.

R. No sólo necesario, sino inevitable. Puesto que nuestra memoria no es un mecanismo perfecto, buena parte de nuestro archivo personal está filtrado de fantasías, de falsos recuerdos de hechos inventados o inconscientemente desfigurados por la simple erosión del tiempo. Sin embargo, como bien sabe cualquier novelista, la ficción tampoco trabaja en el vacío sino que se alimenta del pasado y se fabrica a través de experiencias, traumas y reminiscencias personales.

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P. Para escribir esta obra has llevado a cabo un exhaustivo proceso de investigación. Después de haber leído y buscado tanto, afirmas que sigues sin saber apenas nada. ¿Es esta la única manera de enfrentarse a la escritura? ¿Es el escritor un ciego que avanza en la oscuridad para llegar a un lugar que desconoce cuando empieza a escribir? “Cuando empecé a idearlo, 24 años atrás, aún no había publicado un solo libro; ahora tengo unos 15 volúmenes a mis espaldas. Entonces no sabía apenas nada de la historia a la que em enfrentaba; ahora he leído una enorme bibliografía y admito que sigo sin saber apenas nada”. 

R. Sí, creo que sólo merece la pena escribir de aquello que realmente desconocemos, que la literatura que se adentra en terra incognita es la que verdaderamente nos transforma, en la lectura y en la escritura. De ahí el título: Palos de ciego. También Wittgenstein corrigió el célebre aforismo con el que cerraba el Tractatus: “De lo que no se puede hablar, hay que callar”. No es cierto; de lo que no se puede hablar, hay que hablar. Y por eso me gusta tanto, no sólo como santo y seña de la escritura, sino también de la exploración, del arte y de la ciencia, esa frase de Mummery ante un pico inaccesible en los Alpes: “Cuando todo indica que por un sitio no se puede pasar, hay que pasar. Se trata precisamente de eso”.

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