El rincón de los lectores

“Y consentir que el sujeto se adentre en su propio camino”

El psicoanalista y ensayista Massimo Recalcati.

Una vida es suficiente para comprender lo que el deseo depositó en nuestra infancia. La palabra del maestro —de la maestra en este caso— hubo de hacer efecto durante largo tiempo en el chico apocado y dubitativo, que apenas podía remontar un fracaso cuando ya le acuciaba otro. El autor hace de este libro un homenaje a su querida maestra, tristemente desaparecida, y a su palabra fundante. Una palabra que sirvió a aquel niño acomplejado y triste de una aldea italiana, Cernusco sul Naviglio, para instalar un Otro simbólico, sobre el que construir y afrontar un devenir deseado. Aquel idiota de la familia supo levantar el vuelo. Pero no es anécdota lo que Massimo Recalcati expone en esta retrospectiva, sino teoría sobre la educación. A la luz del psicoanálisis, afronta el declive actual en la transmisión del saber y analiza la función que debe y puede cumplir un enseñante en ese milagroso encuentro de La hora de clase.

La lógica del mercado bajo el neoliberalismo impone un imperativo de goce que exige inmediatez, frente a la pospuesta satisfacción del deseo (sublimación) sobre la que se ha venido erigiendo nuestra cultura. Tal como diagnosticara Lacan, se ha producido un declive de la función paterna. La Ley ha dejado paso a una lógica de la oferta y la demanda, que deja al símbolo prendido de los extremos imaginarios. Los padres desertan de su función, contigua otrora a la del maestro, y se alían con los hijos frente a los docentes ante la angustia de ser padres. Y ello provoca una quiebra de lo simbólico: la ruptura de la cadena de transmisión entre generaciones.

 

A la precarización social y económica de quienes han de sostener esa transmisión, se suma ahora lo precario de su situación simbólica. La palabra del maestro (o maestra, pues no se trata de una cuestión de género) no adquiere peso, y es sustituida por la cacofonía de los medios multimedia, del móvil, de los distintos aparatos a los que continuamente están conectados los alumnos. No hay texto, ni esfuerzo por desentrañarlo, sino fragmentos inconexos y aplicables. Hoy, es difícil sostener el deseo del enseñante sustentado en la propia palabra.

A su vez, para que exista alumno, debe haber deseo de saber. “Sin deseo de saber no hay posibilidad de aprendizaje subjetivado del saber; sin transferencia, sin arrebato, sin erotización, no se da posibilidad alguna de un saber conectado con la vida, capaz de abrir las puertas, ventanas, mundos”. Y para que exista ese deseo es requisito previo el abandono y la ruptura con la lengua materna, con el seno familiar que facilita o impide la separación. Solo así se levanta el vuelo hacia otros horizontes más allá del incesto y el autoerotismo. En el sujeto dispuesto a aprender ya se ha producido el exilio de la Cosa. En él, los objetos familiares han sido afectados por el interdicto de la Ley, y de este modo, su vida puede dirigirse hacia otros mundos y otras inversiones libidinales.

La escuela obligatoria, precisamente por ese su carácter, no mata el deseo, sino que separa al sujeto de la familia, de la constelación incestuosa del deseo, para socializarlo y extender su horizonte siempre más allá. Y así, desprendido de la Cosa, el sujeto encuentra en su desamparo una palabra, transida de deseo, que lo sostiene entre los otros. “Siempre nos colocábamos silenciosos en un círculo a tu alrededor. Nos animabas a romper el silencio algo embarazoso invitándonos a plantear un tema cualquiera del programa, de Foscolo a Montale. Y, de esta forma, una y otra vez el milagro de la palabra cobraba forma, Vivíamos juntos el goce del saber”.

De modo que, en La hora de clase se cruzan deseos; el de enseñar y el de aprender, el de transmitir un legado, recreándolo, y el de recibir una palabra fundante que oriente al deseo y no solo informe o replique hasta el tedio lo ya sabido. Sin deseo no hay transmisión, hay imposición. Y la imposición no suscita el propio deseo hacia el objeto mostrado, sino el desentendimiento y la huida.

Así pues, para que haya alumno, debe circular una erótica de la palabra, un deseo apasionado por el objeto en cuestión, que sirva a la transmisión del saber. En esa serie de deseos circulantes, Recalcati —mención especial para su profesora de Milán, Giulia— rescata algunos otros: “Después tuve dos maestras, Maria Teresa Farina y Fernanda Fossati, las primeras que me salvaron y me devolvieron a la belleza y a la obligación de la Escuela. Nunca las he olvidado, como tampoco a mi profesor de italiano del primer ciclo de secundaria, Rino Rega, que me reconcilió con el saber, cuando leyó una redacción mía en clase dedicada a la soledad. Él fue el primero que me inició en la lectura. Nos leía Cartas desde la cárcel de Gramsci y el gesto de Héctor en la Iliada. Fue la apertura de un mundo. Leí de un tirón mi primer auténtico libro: El sargento en la nieve de Mario Rigoni Stern. 'Sigo teniendo en la nariz el olor de la grasa en la metralleta al rojo vivo…'. El mundo seguía siendo el de siempre, pero el encuentro con la literatura lo había hecho distinto para siempre”.

Recalcati no añora, reivindica una Educación con mayúscula. Una Educación en sentido amplio, como “humanización de la vida” frente a la actual pedagogía neoliberal basada en la empresa, el inglés y la informática. La clase no es depósito ni vehículo para la información, sino lugar de encuentro que posibilita la palabra como acontecimiento. Hoy se banaliza esa palabra formadora, se pierde la fuerza de ese deseo de enseñar. Queda tan reducido y aislado, como desarbolada la palabra del profesor. A cambio se amplia y estimula con tecnologías punteras una “Escuela de Narciso”, en la que prima el rendimiento, la supuesta eficiencia y el individualismo bajo el dictado de una competencia cada vez más feroz. No hay lugar para el necesario fare niente. “Garantizar la eficiencia del rendimiento cognitivo –afirma el autor— se ha convertido en una exigencia prioritaria que succiona esos necesarios nichos de tiempos muertos, de pausas, de desviaciones, de bandazos, de crisis… que son el corazón de todo auténtico proceso formativo”.

“En nuestro tiempo, la Escuela ha dejado de ser una institución disciplinaria, para convertirse en una institución de resistencia a la indisciplina del hiperhedonismo acéfalo que rige nuestra sociedad”.

De la Escuela disciplinaria —y en otro sentido “Escuela Edipo”, en donde “la idealización asume la forma de conservación que repite lo mismo”—, la misma que trataba de enderezar el arbolito torcido, hemos pasado a la “Escuela Narciso”, en donde la eficiencia se enarbola como ideal a la vez que se elimina el sujeto de la palabra, que “queda eliminado o, como dice Lacan, es dicho persecutoriamente por el lenguaje del Otro”. Se impone un cientificismo, que forcluye al sujeto (Lacan), para imponer un “lenguaje sin palabras”, anónimo, “cercenando toda posibilidad de existencia del acontecimiento de la palabra del sujeto, como manifestación de su torcedura particular”. “Hoy prevalece un modelo hipercognitivo que aspira a emanciparse por completo de toda preocupación por los valores, para fortalecer las competencias orientadas a resolver problemas en lugar de a saber planteárselos”. “Si la tragedia de Edipo es el conflicto con la Ley, con el padre, la de Narciso es la tragedia completamente egótica de perderse en la propia imagen, del mundo reducido a la imagen del propio yo”.

Pero la enseñanza consiste precisamente en conseguir que el sujeto salga de sí, que se formule sus propias preguntas y tome así un rumbo, a partir del cual pueda asumir un destino en el legado. “Instrucción y educación suponen una falsa alternativa… no podemos desvincular la instrucción del proceso educativo, es decir, de la humanización de la vida”. “La clase –afirma Reacalcati— genera cuerpos eróticos de los objetos del saber, pero su efecto se extiende más allá del saber generando libros de los cuerpos, transformando el cuerpo de la amada en un libro”. “En la sublimación hay goce del cuerpo, pero no de tipo abiertamente sexual, puesto que la pulsión no está en contacto directo con el cuerpo, sino que erotiza el saber, eleva los objetos culturales a metas sexuales”.

Esta erótica de la palabra, este amor a la enseñanza que abre el deseo al sujeto, produce encuentros afortunados y es generación y apertura de horizontes culturales, a la vez que cesión de un lugar para la palabra más propia e íntima. Y es este amor el que reivindica el autor, el que él mismo recibió de algunos de sus maestros y maestras, sobre todo de aquella Giulia tristemente desaparecida, pero viva en su recuerdo: “Seguía tu palabra, que era pronunciada por una voz leve que me inspiraba. No veía la hora de leer todos los libros que citabas y me parecía caminar cerca de ti, recorrer contigo un camino que ya conocías y que para mí, en cambio, era de lo más nuevo. Me encantaba leer los libros que me prestabas subrayados por ti. Era tu camino y me habías permitido seguir tus pasos. Esos libros tenían para mí el olor y la consistencia de un cuerpo… Contigo mi vida cambio de rumbo. Mi amor por el estudio y la escritura recibieron un impulso desconocido hasta entonces”.

Recalcati no se detiene en los pormenores del cambio a nivel legislativo o de la propia institución. Su análisis, afectando a su propia vida, se dirige a la lógica interna que dirige ese cambio. Alerta sobre la desaparición de la palabra que se enuncia en nombre propio, para recordarnos que aún no es demasiado tarde para afrontar el deseo. El deseo de un saber asumido como valor propio, en la medida en que no es mera reproducción, ni simple transmisión de información, sino una verdadera recreación vital de lo recibido.

*Sergio Hinojosa es profesor de Filosofía. Sergio Hinojosa

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