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Selección esencial

Los cien mejores poemas de Karmelo C. Iribarren.

José Antonio Olmedo López-Amor

Los cien mejores poemas de Karmelo C. IribarrenEdición, selección y prólogo de José Luis MoranteLa Isla de SiltoláSevilla2018Los cien mejores poemas de Karmelo C. Iribarren

 

Podríamos considerar a Karmelo C. Iribarren (San Sebastián, 1959) un poeta de la existencia; también un poeta postexpresionista. Sin embargo, hay escritores que se resisten a ser etiquetados, simplemente porque rebasan los márgenes que los acotan, porque sus obras están en movimiento. Tal es el caso de Iribarren, poeta-isla en la poesía española contemporánea quien, tal como advierte en su magnífico aporte José Luis Morante —encargado de seleccionar y prologar el libro que nos ocupa—: «su obra, amplia y significativa, refleja una evolución personal, con signos singulares pero con un concepto poético uniforme». Dicha evolución sigue componiendo su hoja de ruta con cada nueva publicación, ya sea a través de poemas o aforismos, vertiente que también cultiva este autor.

Esta antología o selección esencial, compendia 23 años de vida y poesía (1995-2018), ambas indisociables, de la trayectoria de Iribarren. Señalado como poeta urbano por libros como La condición urbana (1995), en el que ya dibuja el croquis del posterior autorretrato: verso libre, una dicción coloquial que incluye argot y palabras marginales como recurso para dotar de realismo y verosimilitud a los poemas, desencanto del mundo pero a la vez fascinación por descubrir(se) en sus contrariedades, ironía y tránsito entre desesperanza e ilusión. Iribarren da voz a personajes engullidos por una realidad que los enfrenta a sí mismos. La analogía entre los coches, antes de entrar al túnel, y la vida, entendida como aceptación de lo efímero, presente en el poema “Hacia la sombra” sintetiza a la perfección buena parte de su poética.

Sin hacer crítica explícita al funcionamiento de las relaciones sociales, el poeta evidencia por contraste, moldea personajes insatisfechos, entre los que se incluye, y de manera subliminal se posiciona con los perdedores, quienes sienten que no han perdido nada y no tienen nada que perder porque realmente no hay nada por ganar.

Influenciado por el séptimo arte, Iribarren se convierte en un creador de imágenes irreverentes; la poesía negra utiliza códigos del cine negro: una infidelidad, una botella de wisky y su alucinación, un francotirador que apunta su mira telescópica a la conciencia del lector. Quizá por incontinencia y sin pretender empatizar, la carga emocional de los poemas y la puesta en escena incitan al lector a compadecerse por la dureza de algunas historias, y a descodificar de ellas cierto grado de ternura: «Ándate con cuidado // hay gente que es capaz de cualquier cosa, / cuando ve una sonrisa».

La turbulenta relación con el alcohol del hablante lírico o el agravio del tiempo, culpable de no haber podido conocer mejor a su padre antes de morir, desdibujan preocupaciones autobiográficas que cristalizan en cinismo y desafectación a menudo y se revelan casi siempre en los bares, esas sedes del desengaño. Así, la poesía de Iribarren ensalza la cotidianidad y ubica en ella a la mujer, un ser ambivalente capaz de lo mejor y lo peor, y se especializa, a través del sarcasmo, en encontrar lo novedoso en la rutina, como por ejemplo, en esa catafórica alusión al clasismo en el título de uno de sus poemarios Serie B (1998).

El margen emocional —y de maniobra— de que disponen los poemas viene determinado por un estado de ánimo, un paisaje interior elaborado con la sinceridad de palabas desnudas que carecen de una preocupación estética: «Me dieron hostias (…) hasta en el carné de identidad». En un mundo en el que la tónica posmodernista es romper el cliché o huir de él, Iribarren lo incluye tal cual en su poesía y resulta, sino revolucionario, sí contestatario. Su poesía camina con independencia de otras etiquetas masivas y coetáneas.

Los cien mejores poemas de Karmelo C. Iribarren resulta un título engañoso, ya que la selección parece el cuaderno de bitácora de un caminante. Pero como dice Jaime Siles, los títulos de los poemarios no deben ser poéticos, y sin duda, este cumple fielmente tal afirmación.

Parafraseando a José Luis Morante: «Las palabras de Iribarren inspiran confianza»; y en verdad esta poesía posee ese don, lejos de parecer buena o mala, correcta o incorrecta a la moralidad o el gusto, una verdad late bajo los versos. No hay impostura: «Se acabó el cuento, / amigo: esto es la vida», algo que no impide que muchas veces los finales de los poemas sean rematados a la manera de O. Henry: «Cierras los ojos / y «esto es la felicidad», / te dices. // Luego los abres / y ves a ese pobre viejo / hurgando en las papeleras».

Otra vez, siempre, la vida

En definitiva, el viaje a través de esos veintitrés años de poesía sintetizada en este libro, nos lleva a conocer más profundamente la dimensión humana del poeta, nos traslada desde la sordidez y el pesimismo a cierto grado de optimismo y esperanza, algo que se agradece después de algunos pasajes desapacibles por la crudeza de la realidad; como hizo Ortega y Gasset, Iribarren reduce el mundo a lo que observa a través de la ventana del bar donde reflexiona su vida, y lo hace a través de la poesía, mientras se resiste a ser atravesado y absorbido por fuerzas que ni siquiera conoce. Desde  el cauce de las palabras se desdice y transforma pero nunca renuncia a preguntarse. _____

José Antonio Olmedo López-Amor, poeta, ensayista y crítico literario. Codirige la revista Crátera

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