Los diablos azules

Memoria de Antonio Machado y Manuel Azaña

Este viernes, 22 de febrero, se cumplen 80 años de la muerte del poeta Antonio Machado en el exilio, en la localidad francesa de Colliure. En homenaje al escritor, y con motivo también del tributo que el Gobierno le brindará el 24 de febrero —con una visita a su tumba, la primera de un presidente en ejercicio, como a la de Manuel Azaña en Montauban—, dedicamos este número de Los diablos azules a su memoria. una visita a su tumba

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Poco después de acabada la Guerra Civil, Francisco Ayala escribía en su exilio argentino un recuerdo conmovido del autor de Campos de Castilla. En el artículo “Antonio Machado: el poeta y la patria”, el novelista de la generación del 27 se preguntaba: “¿Por qué, entre todos los destinos humanos, conmueve con tanta hondura el humano destino del poeta?”. La respuesta fue a la vez una interpretación histórica y un sentimiento personal: “No he podido sustraerme a la impresión de que su figura alta, pensativa y derrotada representa, vista ahora a la luz de su muerte, toda la nobleza y todo el dolor de su patria”.

Antonio Machado fue un poeta cívico no porque se comprometiese con un partido político concreto, sino porque su tradición ética y su estilo literario se unieron de forma coherente en un modo de entender la responsabilidad lírica. Educado en la estirpe de la Institución Libre de Enseñanza, aprendió las lecciones de una conciencia social que vinculaba el mundo del trabajo y la cultura. Al calor de esa dinámica, identificó su labor de poeta con su condición de ciudadano a la hora de perfilar un mundo literario. Escribir no fue para él la invención de un lenguaje raro, sino el uso personal de las palabras de la comunidad. Y ser poeta no supuso acariciar los márgenes de la bohemia o las nubes de la divinidad, sino sentirse una persona normal que acudía a su trabajo y pagaba sus facturas con el mismo esfuerzo que cualquier hijo de vecino.

El pensamiento recogido en su Juan de Mairena logró ejercer la duda para enfrentarse a la tentación dogmática. Fue un escéptico con creencias, una persona vinculada con su sociedad y dueña orgullosa de sus soledades, un caminante pensativo y realista capaz de encarnar el sueño republicano. La ironía sustituyó la certeza sin cuestionar nunca la seriedad ética del conocimiento. La fuerza democrática de su figura se alimentó con la necesidad de compartir la experiencia y los sufrimientos del pueblo frente a la soberbia de los señoritos.

Machado simbolizó el destino trágico de la Segunda República unos días antes de morir. Al salir al exilio en la desbandada de la derrota, cuando la policía francesa le dejó continuar viaje hasta Colliure, debido a las acreditaciones oficiales que pudo mostrar,  fue separado de los españoles conducidos a campos de concentración. El momento de la distancia forzada entre el poeta y su pueblo representó la verdadera quiebra de un sueño republicano que se había entendido a sí mismo como misión pedagógica para transformar democráticamente la vida cotidiana de los españoles a través de la educación y la cultura.

Resulta natural que la tumba de Machado en Colliure se convirtiese en un lugar decisivo de la memoria histórica española. A los 20 años de su muerte, un grupo importante de poetas se reunió allí para asumir la palabra antifranquista, la búsqueda de libertad como una apuesta por el porvenir, pero también como una melancolía lírica por lo perdido. La lección de Machado superó, claro está, la simple y desgraciada coyuntura del franquismo. Ángel González, uno de los autores reunidos en 1959 para homenajear a Machado, escribió ya en los años sesenta “Camposanto en Colliure”, un poema en el que se unía la suerte del exilio político republicano con el exilio económico de la emigración española. El desarrollismo de la paz franquista abría un nuevo horizonte en el que la palabra lírica y la ética machadiana mostraban también su disidencia.

Machado sigue hoy junto a nosotros, como una lección viva, en este tiempo de la posverdad, el cinismo y la avaricia mercantil. Devolverle honor y dignidad a la palabra es una tarea democrática urgente para huir de la intolerancia, la crispación y las nuevas formas con las que se procura distanciar al pueblo de su poesía. La palabra lírica tiene poco que ver con un espectáculo en el que la gente se viste de audiencia.

También en Francia, en el cementerio de Montauban, descansan los restos de otro español: Manuel Azaña. Su fuerza democrática se alimentó con el convencimiento de que la política era la manera más noble de resolver los conflictos sociales. La memoria de Azaña es otro ejemplo vivo. Nos enseña que una conciencia cívica debe huir al mismo tiempo del fanatismo y de la equidistancia. Supo defender con firmeza el valor de la legitimidad democrática, pero negándose al dogmatismo de los que se creen en posesión de la verdad absoluta. Después de 80 años, emociona leer su discurso “Paz, Piedad, Perdón”, pronunciado, pensando en el futuro, en la Barcelona dolorida de 1938.

A veces es necesario buscar en el pasado motivos para recuperar la ilusión y la confianza en el futuro. Política y educación, nada más, y nada menos. _____

Luis García Montero es poeta, director del Instituto Cervantes y colaborador de Luis García MonteroinfoLibre

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