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Club de lectura

Un cuento neoyorquino

Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite.

Begoña Curiel (El libro durmiente)

Los clubes de lectura forman un tejido muy importante en la vida cultural. Les dejamos esta sala para que comenten sus lecturas y nos ayuden a componer nuestra biblioteca. Si formas parte de un club de lectura, puedes escribirnos a losdiablosazules@infolibre.es para contarnos vuestra historia y hacernos llegar vuestras recomendaciones.

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El libro durmiente comenzó su andadura como club de lectura en junio de 2003. Su nombre hace referencia a la necesidad de rescatar los valores y principios que duermen en el seno de los libros. El libro durmiente se define como una entidad creada sin fin de lucro. Nuestra acción adquiere la condición de voluntariado cultural. Desde el año 2012, correspondiendo con el período lectivo, impartimos los talleres de escritura creativa, en dos niveles: básico y avanzado. Finalmente, la invitación a los autores para presentar sus obras o impartir clases magistrales sobre las técnicas de escritura ha dado lugar a la creación de un foro literario, donde confluyen los lectores, libros y escritores, compartiendo ideas e inquietudes en pro de la cultura.

  Caperucita en ManhattanCarmen Martín GaiteSiruelaBarcelona2018Caperucita en Manhattan

 

Veintisiete años han pasado de la publicación de este libro y no hay moda que lo arrincone si te gustan los cuentos. Esta Caperucita no es la misma de nuestra infancia pero tiene un sabor que dulcifica el espíritu. Se llama Sara Allen, tiene 10 años, vive en Brooklyn y su sueño es caminar sola por Manhattan.

Su corta vida es un eterno sueño ya que su madre está empeñada en cortar las alas a su corazón de niña, incapaz de ponerse a la altura de un ser ingenuo y puro lleno de utopías. Su madre solo es feliz haciendo su tarta de fresa aunque la familia esté hasta el gorro de ellas. Y lo único que le hace ilusión a Sara es llevar cada semana una de esas tartas a su abuelita. Como manda el cuento de Caperucita. Pero la abuela no es la anciana de una cabaña de bosque sino una antigua estrella del music hall. Toma ya. Vaya cómo se las gastaba Carmen Martín Gaite, dando rienda suelta de forma magnífica a la imaginación. Como tiene que ser en los cuentos. Por supuesto. Pues bien: la abuelita marchosa, Gloria Star, es la única referencia de Sara cuando piensa en la felicidad, en lo dulce y divertido de la vida. Por supuesto, su madre no soporta las extravagancias de la suya.

La autora escoge las piezas del famoso cuento a su gusto y planta a Sara por el bosque urbano. No aguanta más y se escapa sola a ver a su abuela con una cesta donde, ¡cómo no!, llevará la tarta de fresa. Y… tendrá la aventura de su vida. Conoce a Miss Lunatic, el hada maravillosa. Qué preciosidad de personaje. Tan metafórico como mandan los cánones de los cuentos. Ella es nada más y nada menos, que la Libertad. Con mayúscula. La representación de ese valor que tanto ansía la pequeña Caperucita-Sara. Y por el camino, faltaba más, se encontrará a Mister Wolf. Claro. El lobo del cuento. Pero este no es peludo ni come abuelitas. Es un pastelero millonario en busca de una receta…

"La inglesa de Guadarranque"

"La inglesa de Guadarranque"

¿Cómo terminará Caperucita en Manhattan? Ahhh… Suspense. Encontrarán un final abierto, pero es lo de menos: Martín Gaite ha desplegado su varita de contar un cuento moderno y surrealista con una prosa preciosa, sin ñoñerías. Lo que ocurre es que hay que leer con ojos de niño o niña para disfrutarlo. Tirarse a la piscina con la cabeza limpia. Si no, ni te molestes. Te perderás este instante de ternura entre letras, un hermoso bálsamo, breve pero intenso.

Hay libros que tienen momentos. Y este era el suyo. Según pasaba páginas me lo repetía mentalmente. Releer esta Caperucita urbana ha sido un placentero descanso. No recuerdo ni cuándo lo leí por primera vez y no soy de repetir, pero un cuento de vez en cuando siempre es un buen analgésico para la vida. Y si se adapta tan bien a la magia bien contada como este, aún más. Para esta Caperucita no hay edades.

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