Los diablos azules

Eider Rodríguez: "Muchos de los libros que no nos parecen políticos están escritos desde la hegemonía capitalista"

La escritora Eider Rodríguez.

Quienes la han leído en euskera, aplaudieron con la noticia: Literatura Random House traducía Un corazón demasiado grande (Bihotz handiegia), el último libro de relatos de la escritora Eider Rodríguez, premiado en 2018 con el Euskadi de Literatura y con el Euskadi de Plata —el mismo año en que lo ganó Vivian Gornick—. Los cuentos llegan, además, con una selección de relatos anteriores, pertenecientes a sus libros Un montón de gatos (2010), Carne (2007) y Y poco después ahora (2007), su primer título. Una especie de menú degustación de quien se señala como una de las voces clave de la literatura vasca actual. Aunque ella le quita importancia, es la única, de hecho, que ha ganado dos premios Euskadi de Literatura en el mismo año, en la categoría de infantil y juvenil por el cómic Santa familia, con el ilustrador Julen Ribas, y en la de literatura en euskera por Bihotz handiegia. 

Ahora, y con cierta distancia, Rodríguez saca conclusiones sobre sus últimos cuentos. "He escrito estos relatos para intentar comprender qué es lo que se oculta tras lo que llamamos 'clase media", dice. "¿De dónde proviene su malestar?, ¿con qué sueña?, ¿a qué se refiere cuando habla de amor?, ¿qué se oculta tras su máscara social?, ¿qué piensa estando en soledad?...". En este libro, los personajes van al médico, llegan tarde al trabajo, cuidan de enfermos, plantan esquejes en el jardín, visitan a la familia. Pero hay algo detrás de todo eso. Uno de los relatos se titula "¿No notas nada raro?". 

Pregunta. ¿Hasta qué punto se proponía desde un principio escribir sobre la clase media?

Respuesta. No ha sido una elección consciente. La elección consciente ha sido escribir sobre mi realidad, escribir desde un lugar lo más próximo posible a ella, mirarla de manera amplia y englobar todo, aunque sepa eso es imposible. Hay novelas en las que los personajes no trabajan, o que están enfocadas solo en una dimensión de esos personajes. Eso tenía claro que no quería hacerlo. Quería mostrar toda esta locura en la que estamos sumidas. Luego, cuando he tenido que reflexionar sobre cuál era el hilo conductor, me he dado cuenta de que estaba escribiendo sobre la clase media.

P. Y teniendo en cuenta que quería hablar de su realidad más cercana, y estando en un boom de la escritura del yo, ¿siempre tuvo claro que quería hacerlo desde la ficción?boom

R. Tenía claro que iba a ser ficción. La autoficción, como lectora, me puede gustar o interesar, pero como escritora no me interesa demasiado. Yo quería inventar. Es verdad que yo, como escritora, soy el filtro, tengo una biografía equis, pero yo palpito cuando estoy inventado. No cuando estoy escribiendo, escribir es lo de menos. Para plasmar lo inventado es que lo llevo a la escritura.

 

P. Y una vez que se plantea escribir sobre lo que tiene cerca, ¿qué se le empieza a desvelar?

R. Es más bien al revés: escribo cuando he visto algo. Yo suelo tomar notas de cosas que me han llamado la atención, que me han extrañado, cosas que se me han quedado, no sé muy bien por qué… Cosas que me han perturbado, sueños… Luego releo esas notas, y muchas pierden vida con el tiempo, pero otras siguen vivas. Y cuando tengo una ahí que mucho tiempo después me dice algo, aunque no sepa qué es, me pongo a indagar qué hay detrás. Es un poco pretencioso o new age decir esto, pero… siento que me eligen a mí. No sé cómo decirlo. Me siento un poco médium.

P. ¿Qué tipo de cosas le llaman la atención?

R. Un ejemplo con uno de los relatos, "¿No notas nada raro?". Eso partió de un sueño que tuve en el que mi madre me miraba, me enseñaba las manos y me decía: "Es que no son mis manos, míralas, no son mis manos". Me desperté alterada, lo anoté y no se me iba, se me quedó como impregnado. Con "El cumpleaños", escuché en el informativo que una casa se había quemado en Bilbao y que una familia estaba gravemente herida. Simplemente eso. Pueden ser diálogos, sentimientos que me cuesta reconocer y vuelco en otra historia, una cara, un cuerpo…

P. ¿Intuiciones de que ahí detrás hay algo?

R. Eso es. Y hay veces que un simple objeto, como unos zapatos, pueden simbolizar muchas cosas, pueden tener detrás muchas historias.

P. Y después del proceso de escritura, ¿cuándo se da cuenta de que está hablando de la clase media? ¿Cuándo ve el conjunto?

R. Creo que me lo dijeron lectores. Este libro se publicó en euskera y he estado con lectores y en clubes de lectura. Creo que de ahí salió la idea, de gente que se veía representada, o a sus padres… En alguna crítica también apareció. Y pensé que sí, que podía ser. Lo que sí que tenía muy presente era hablar de la clase, del choque de clases. Me interesa la política y sí que he leído mucho al respecto. He querido indagar en ese desclasamiento que estamos viviendo con respecto a la generación de nuestros padres, una generación de clase obrera que invirtió mucho en que tuviéramos una educación buena, en muchos casos somos los primeros de nuestra familia en tener una carrera universitaria o en usar palabras sobreesdrújulas… Eso ha supuesto un distanciamiento de clase, fantasioso también, y es un tema que me interesa mucho.

P. En su reseña biográfica menciona, de hecho, a sus padres, y justamente este deseo de dar una buena educación. ¿Ese interés es también biográfico?

R. Estaba pensando en Donna Haraway, que dice que el conocimiento siempre es situado, y creo que es muy importante decir desde dónde estamos escribiendo. Aquí doy algunas claves: mis padres trabajaban ambos en una empresa de construcción familiar; la familia de mi padre tenía más dinero, la de mi madre era muy, muy, muy humilde. Y yo vengo también de ese choque, aunque no he pasado ningún tipo de penuria. Es importante situar al lector. Aunque es cierto también que es subjetivo: yo elijo qué datos pongo y cuáles no. Pero esto me parece más relevante que qué he estudiado o qué títulos tengo.

P. ¿Cómo se iba materializando esa tensión entre clases en la escritura, en los relatos?

R. Muchas veces, en la relación entre clases. Hay madres e hijas hablando, hablando del trabajo: la madre preocupada por que tenga un buen sueldo, la hija preocupada por la calidad de lo que hace, por la cultura. La madre, escandalizada: "Con todo el sacrificio, con todas las croquetas que he tenido que hacer yo en un bar para que tú acabes así, tan precaria…". El trabajo, aunque está de forma tangencial, sí que aparece.

P. Son personajes que trabajan.

R. Son personajes que trabajan. No sé quién hablaba del síndrome de Tintín, creo que Harkaitz Cano, porque a veces coges un libro y a los personajes nunca se les ve trabajar.

P. Isaac Rosa ha alabado su libro, Elvira Navarro también, y son dos de los escritores actuales que más se asocian quizás a esa reflexión del trabajo en la literatura. ¿Cree que hay una toma de conciencia generacional?

R. Sí, creo que sí, espero que sí. Y no solo en el ámbito de la ficción, sino en la vida real. Creo que tenemos que tomar conciencia y luchar contra este sistema de mierda que nos está no solo matando de uno en uno, sino matando las relaciones que podíamos mantener entre nosotros, y nos lleva a querer proteger lo poquito que tenemos y no luchar para no perder eso. Ese poquito es a veces el único sustento de una familia, y es comprensible. Pero creo que la literatura tiene que formar parte de esto. Hay que prestigiar la resistencia.

P. En el libro hay también relatos editados hace años, ¿cómo ha sido verlos todos juntos?

R. Ha sido como ver un álbum de fotos familiar en el que encuentras fotos de tu comunión. Ha tenido algo de entrañable. De los 20 relatos, 18 los he elegido yo. Los otros dos los han elegido los editores de la edición catalana y española, hemos trabajado conjuntamente. Ha sido bonita, no estoy enemistada con ningún relato. Me gustan, o creo que cumplen una función en este libro.

P. ¿Se reconoce?

R. Sí, sí me reconozco. Es como esas fotos en las que te ves con flequillo y granos, pero te reconoces.

P. ¿Ha visto temas comunes? El ánimo de hablar de la resistencia o de un sistema que no funciona, por ejemplo, ¿estaba desde el principio?

R. Sí, creo que sí. Fui editora en Txalaparta, donde había muchos relatos de lucha de muchos sitios distintos, y creo que parte de mi educación sentimental y política viene de ahí. Eso está desde mi primer libro.

P. ¿Y eso nunca se ha resistido a entrar en la ficción? A menudo se habla de la tensión entre compromiso y literatura…

R. Sí, a mí me resulta muy difícil. Creo que es algo que flota, está ahí, hace eco. Pero está. Y hay que seguir trabajando en cómo hablar de todo esto. Belén Gopegui [con ella ha publicado un volumen de correspondencia con el subtítulo de Literatura y compromiso] tiene un ensayo buenísimo sobre esto, Un pistoletazo en medio de un concierto, en el que muestra cómo la política siempre está presente en literatura, lo que pasa es que a veces no se ve, porque forma parte de lo establecido y lo neutral. Antes, un libro no era machista, era simplemente un libro. Ahora, gracias al feminismo, nos damos cuenta de que eso es falsamente neutral, de que está escorado claramente hacia un lado. Y vemos que aquello era político, libros escritos desde la hegemonía masculina. Con el tiempo veremos cómo muchos de los libros que no nos parecen políticos están escritos desde la hegemonía capitalista, blanca… Para desneutralizar esto hay que trabajar mucho, confiar, y tener fe también en la gente que lee.

P. ¿Cree que el lector en castellano, a partir del fenómeno de Patria y de cómo ha marcado el debate, espera unos temas determinados de la literatura vasca? ¿Cree que afecta a cómo se recibe la literatura en euskera?Patria

R. No lo sé. Se ha vendido mucho una literatura acerca del País Vasco escrita, en mi opinión, y no siempre, desde el estereotipo. En mi caso, quien vaya buscando esto en mi libro, no se va a encontrar lo que cuentan los periódicos. En ese sentido, puede decepcionar. De hecho, todos los periodistas me habéis preguntado sobre esto. Antes me preguntaban porque era mujer, y ahora me preguntan por el País Vasco porque soy vasca. Yo vengo de un país, hablo de ese país, de esa gente, y hablo a mi manera, con lo que he visto y con mi sensibilidad. El conflicto está presente, en algunos de los relatos directamente, y como eco está en muchos. Forma parte de mi vida cotidiana, pero a mí nadie me va a decir cómo tengo que escribir sobre el conflicto. Es algo tan doloroso y complejo, que cuando escribo sobre esto intento hacerlo de manera cuidadosa y con la misma complejidad.

P. Ha traducido sus propios relatos, a veces sola y a veces a cuatro manos con Zigor Garro o Lander Garro. ¿Cómo es traducirse a sí misma?

R. Pues fabuloso. Yo vivo en Hendaya, que es un pueblo fronterizo: administración francesa; lengua oficial, francés. En mi casa se habla en euskera. Trabajo en Donosti: dos lenguas cooficiales, español y euskera. Ese choque o esa convivencia, en un país diglósico, a veces crea mucho estrés. A la hora de elegir una lengua en la que hablar, al relacionarse…

P. Porque es un signo.

R. Hay relaciones de poder entre las lenguas. Estamos en ello. Formamos parte de eso y yo intento manejarlo de la manera más armoniosa posible. Al autotraducirme, curiosamente, el euskera y el castellano se han puesto a la par y han trabajado con un fin común, en una comunión perfecta, algo que no sucede en otros aspectos de mi vida. Ha sido trabajoso, pero agradable.

Tribulaciones de un desheredado

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P. ¿Encuentra que la escritora que es en castellano es la misma que en euskera?

R. Sí, creo que sí. Pero entiendo que, al escribir en castellano, voy a ser leída de otra manera. No sé cómo, pero de otra manera. Es lo que pasa con las traducciones, ¿no?

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