Los diablos azules

¿Dónde está Leila Guerriero?

La periodista argentina Leila Guerriero.

Teoría de la gravedad es el libro en el que la periodista Leila Guerriero (Junín, provincia de Buenos Aires, 1974), referencia de la crónica latinoamericana y una de las autoras responsables de que las facultades de Comunicación estén llenas de locos por el periodismo narrativo, recoge sus columnas publicadas en el diario El País desde 2014. No todas. El volumen está liberado —¿desprovisto?— de aquellos textos que la autora llama "coyunturales", los que reaccionan ante un asunto de actualidad o señalan los temas que no están en la portada de los periódicos pero deberían. Los 96 textos que habitan el libro son aquellos, de nuevo en sus palabras, que hablan "de la existencia humana". Un término algo vago para un concepto inasible: textos sobre lo que significa estar vivos. Todos. También, o acaso primero, ella. 

Pongamos un ejemplo. La primera columna del libro lleva por título "El pacto". Es reciente, del pasado mes de octubre, y arranca: "Aquí yo, otra vez, arrastrándome en el pantano de los rotos o flotando feliz entre la euforia de los vivos". Un poco más adelante, está "El tiempo", donde dice, sobre su yo de los 19 años: "Nunca fue peor que entonces. Sabía lo que quería hacer —escribir, escribir—, pero no cómo se hacía para vivir de eso. El tiempo transcurría con una asfixia extraña, a empellones de euforia y desazón". Luego está "No te suelto", que recuerda un gesto de su padre hacia su madre cuando esta acababa de salir de una operación, y dice: "Yo sabía que a Dios no había que agradecerle nada porque la enfermedad iba a enterrar a mi madre a puñetazos en un cuarto de hospital del que no volvería a salir nunca". 

El lector que se encontró en el diario con estas columnas, pudo pensar que ahí estaba esa firma, Leila Guerriero, enteramente en esa página de papel de periódico. Que ahí estaba su duda sobre lo que una es y sobre para qué escribir lo que una escribe, que ahí estaba la punzada lejana de aquella pena casi adolescente, que allí estaba el dolor por la enfermedad y la muerte de su madre, la admiración hacia la generosidad y el valor de su padre. El lector pudo pensar que la conocía. Pues que se desengañe. "Aunque las columnas parezcan muy personales, no siento que nadie leyendo esto pueda tener muy claro quién soy yo del todo", lanza, en su habitación de hotel en Madrid. El edificio, se queja, no tiene cafetería, y se ve obligada a recibir a los periodistas que se pelean por entrevistarla en ese cuarto impersonal, con un vaso de agua. No, no le da pudor escribir todo eso: "Mido mucho el nivel de exposición, hay muchísimas cosas que jamás contaría". Que, de hecho, no cuenta. 

Tampoco hay que extrañarse. Lo dice el escritor Pedro Mairal en el prólogo: "No podría decir que el libro es autobiográfico. Por momentos pareciera que lo fuera, que la autora se dejara ver completamente, pero cuando entramos a cada texto ella acaba de salir y nos dejó sobre su escritorio estas fotos ardiendo". (Sobre el escritorio, aquí, no hay fotos ardiendo, sino un ordenador minúsculo con la tapa levantada, listo para la acción). Ella dirá luego que deja "una especie de aura, como un rastro medio fantasmal" en sus columnas. Y algo parecido dice también Juan José Millás en su reseña de Opus Gelber, el último libro de la periodista, un largo perfil del pianista Bruno Gelber que es también el retrato de una obsesión, la de ella misma por ese personaje huidizo. Dice Millás: "Ella, Guerriero, es la protagonista secreta, el personaje oculto que golpea en la mente del lector y del que le gustaría saber más de lo que muestra". Se sonríe, halagada o tal vez descubierta: "Yo traté eso en el libro de Opus Gelber, estar sin estar. Aparezco mucho, mucho, mucho en el libro, pero hay una desaparición voluntaria muy fuerte".

Leila Guerriero es conocida por sus perfiles, recogidos en el volumen Plano americano, esos retratos periodísticos que son el imperio de la mirada. Se sumerge en sus escudriñados, el poeta Nicanor Parra, el pintor Guillermo Kuitca, el propio Juan José Millás, que van tomando cuerpo mientras ella hace ese ejercicio de prestidigitación: la periodista no está, esa mirada no es de nadie, vuelvan a lo importante. Leila Guerriero habla cuando se le pregunta, y es a menudo, por el uso de la primera persona en el relato periodístico, y para ello recurre también a menudo al Manual para periodistas modestos de Homero Alsina, que fue su editor: "Utilice la primera persona solo para hablar de una experiencia intransferible". Ella la usa en sus crónicas de viajes, en algún texto suelto, tras haber reflexionado sobre si está suficientemente justificada, a menudo para mostrar la incapacidad de la autora de abarcar el tema que se ha propuesto. Y la usa en las columnas. Aquí está la primera persona, aquí está la experiencia intransferible por antonomasia, aquí están sus recuerdos de infancia, y sus ansiedades, y sus pequeños placeres, absolutamente suyos. ¿Cómo es posible que no esté ella?

Hay una solución: ¿se inventa Leila Guerriero a Leila Guerriero? "Las columnas no tienen nada de invento ni de ficción", niega, salvo la serie "Instrucciones", relatos demoledores sobre la incomunicación y el hastío del otro. "No es ficción, en el punto en que se puede decir que la memoria es una máquina de deformar las cosas. Estos son como pantallazos, postales. La cámara se abre y se cierra, se abre y se cierra, y en medio hay una persona que sigue viviendo. Por supuesto, hay una construcción de una voz pública". Pero no es mentira. Mentira habría sido que contara que de chica cazó un jabalí, dice, cuando no sucedió. Lo suyo es otra cosa: "Aíslo un recuerdo en el campo y eso fue así, y no de otra manera. Es verdad que decido contar ese recuerdo, no lo anterior ni lo posterior. Pero al mismo tiempo estoy segura de que por contar ese recuerdo no deformo ni lo anterior ni lo posterior, que por contar ese recuerdo no me presento como más endeble o más valiente o más corajuda de lo que puedo llegar a ser o fui". Aquel texto, "El pacto", el único que no eligió ella, sino su editor, es una sucesión de adjetivos, de calificativos, que la periodista parece ponerse a sí misma. Los tres primeros del largo listado son: "la muy sincera, la muy falsa, la esquiva". 

… y sobre esta columna edificaré mi libro

… y sobre esta columna edificaré mi libro

Aquí, defiende, todo lo aparentemente íntimo, desde el olor de su casa de infancia al nombre del hombre con el que vive —así se refiere a él—, aparece por un motivo: "Está puesto al servicio de contar algo que yo intuyo que le pasa a mucha gente. Trato de evadirme de la cosa egotrípica. Todos somos únicos, pero es difícil que uno sea tan, tan, tan único que sea la única persona en el mundo que tiene ese tipo de sentimientos". Y sabe acompañarse. Primero, de aquellos que, antes de ella, "han hecho del paisaje emocional una experiencia pública", como Clarice Lispector —"No quiero ni compararme, porque ella era una mujer majestuosa, un genio absoluto"—. Y también de los versos. A menudo, un poema prestado sirve para cerrar un artículo, para apuntalar una duda. "Me gusta mucho contrabandear poesía en las columnas", explica, "con la idea de que a lo mejor un lector busca después un libro de Idea Vilariño, de Louise Glück o de Sharon Olds. Eso ya merece la pena". Pero también le ayuda decirse: "no estoy sola en este sentimiento". Y hay otra cosa, que tiene que ver con la "economía de recursos" de la poesía, que admira, pero no solo. Es una especie de rendición: "Bueno, mire, después de toda esta perorata, lo que yo quería decir era esto. Si lo hubiera podido decir yo, lo hubiera dicho, pero no me salió".

Así que esa primera persona que parece sola ante el peligro, sin la vida de otros a la que acogerse, sin preguntas que hacerle a ese personaje misterioso que ha accedido a prestarle su tiempo, sin datos en los que apoyarse, al fin sin escudo frente al mundo, termina encontrando también dónde esconderse. ¿Dónde, en qué trinchera? No era un enigma, lo decía antes, estaba a plena vista: en la voluntad de contar no su existencia, sino "la existencia humana". O no. Página 61, columna titulada "Oculta", últimas líneas: "A lo mejor esto es mentira. A lo mejor no. No pueden saberlo porque no saben quién soy. Yo vivo oculta". 

 

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