Los diablos azules

Cristales rotos

Terra alta, de Javier Cercas.

Tiene razón JavierCercas al afirmar que no hay géneros mayores y menores, aunque podría añadirse que hay novelas excelentes y medianejas, y el reto en la narrativa policiaca estriba hoy en escribir una novela ambiciosa, compleja. Entre las numerosas narraciones en las que un investigador resuelve un crimen, Terra Alta, la última novela de Cercas, parece más cercana a la tradición de los relatos de Simenon que a la de los cultivadores de la novela negra. Sin embargo, el autor la ha definido en una entrevista como "un thriller con asesinato múltiple". Sea como fuere, Melchor Marín, el protagonista, no es un investigador privado, sino un policía, un mosso d'esquadra que se enfrenta a la resolución de varios crímenes, dos de los cuales acaban resolviéndose.

La novela se divide en dos partes de cinco capítulos cada una. Está contada en tercera persona por un narrador que utiliza un castellano peculiar, en el que no faltan los catalanismos y alguna expresión a la moda del día que podría haberse evitado, a no ser que con ellas pretenda singularizar a los personajes. Y respecto a los topónimos, Cercas ha defendido en un artículo publicado en El País Semanal ("¡Visca Cataluña, viva Espanya!", 3 de enero del 2016) que estos deberían utilizarse en castellano cuando existe una denominación aceptada por el uso, como ocurre en el caso de Mora de Ebro y Valderrobles, que en la novela se dan en su versión catalana (pp. 223 y 240). Con todo, no sigue un criterio uniforme, porque en el caso de Calaceite opta por el castellano, en vez del catalán de la franja Calaceit (p. 313). La acción transcurre en el presente, poco después de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils, acaecidos el 17 de agosto del 2017, y a los que se refirió en un artículo ("Carta robada en Ripoll", El País Semanal, 10 de septiembre del 2017), alternándola con saltos al pasado para que sepamos quiénes han sido los personajes.

En las primeras líneas se cuenta la aparición de unos cadáveres en la masía de los Adell, que han sido torturados. Se trata de un matrimonio formado por Francisco, uno de esos hombres hechos a sí mismos, y Rosa, ricos propietarios de la comarca de Tarragona que da título a la novela, donde ejercen de caciques, pues no en vano se afirma que "media Gandesa es suya" (p. 26). A estas tierras áridas y fronterizas, un territorio literario que había utilizado Joan Perucho con una estética muy diferente, llega Melchor para trabajar como policía, huyendo de una popularidad que puede resultarle peligrosa. Es un lugar donde se vive tranquilo y no suele pasar nada, y sin embargo los sucesos trágicos irán acumulándose.

A la historia de los Adell y de sus allegados más cercanos, se suma la del sórdido pasado del protagonista y la del grupo de mossos que van a investigar el caso (el subinspector Barrera, el sargento Blai, el caporal Salom; a los que se unen el subinspector Gomà y la tatuada sargento Pires, aunque a los dos primeros los dejen al margen de la investigación), para formar, según el manido tópico, un equipo, aunque no del todo bien avenido.

Sea como fuere, las circunstancias de la historia me parece que se asemejan a las del célebre asesinato de los marqueses de Urquijo, ocurrido el 1 de agosto de 1980; el que la acción se desarrolle sobre todo en pueblos del interior, en el campo, recuerda los casos de García Pavón; mientras que la vinculación familiar del protagonista con una prostituta lo emparenta con Vázquez Montalbán, aunque aquí no sea la amante, Charo, sino la madre, Rosario, quien ejerce el viejo oficio. Pues, como se comenta en la novela, "a veces la realidad es peliculera" (p. 90). A ello se le suma, como trasfondo, la brutal deriva que ha tomado la política catalana, alentada por los separatistas.

Adquiere, además, un importante papel como subtexto Los miserables (1862), la popular novela de Víctor Hugo, cuyo papel estriba en matizar a través de la conducta de sus protagonistas la de Melchor, al identificarse o distanciarse de dos de sus personajes principales: Jean Valjean (luego el señor Magdalena) y el policía Javert. Añádase a ello que la hija que Melchor tiene con Olga se llama Cosette, en homenaje al personaje de la citada novela francesa. Cercas, además, le rinde homenaje a la gran novela del XIX ("las del siglo XIX eran las mejores y (...) casi todas las que se habían escrito más tarde carecían de interés", pp. 65 y 66). Las obras que cita, del XIX (de Balzac o Dickens) y del XX (de Camus, Pasternak, Lampedusa o Perec), podrían contarse entre sus preferidas.

El caso es que Melchor Marín consigue dejar atrás una juventud airada, aficionándose en la cárcel a la lectura y obteniendo finalmente un trabajo como policía. El destino, tras su valiente conducta durante los atentados, lo lleva a la Cataluña profunda, donde consigue rehacer su vida, aunque no logre liberarse del todo de aquel pasado oscuro y justiciero que necesita dejar atrás, a lo que se añadirán cuatro crímenes importantes en la trama.

Así, a la trama estrictamente policiaca se suma la necesidad del protagonista de encontrar la paz, de hallar su lugar en el mundo, tras la violencia en la que se ha visto envuelto. Su relación con Olga, en sí misma un relato dentro de la historia general, resulta importante para decantar la transformación que se opera en el protagonista. Se trata, por tanto, de una narración sobre diversos dilemas morales: sobre el cumplimiento de la ley y las obligaciones de sus servidores; sobre la justicia —absoluta, íntima o pública— y sobre aquellos que se la toman por su mano, con los subsiguientes dilemas que generan la venganza, el odio o el amor.

En una narración de este tipo, no podían faltar los enigmas, más allá de los crímenes que deben resolverse, pues la policía se pregunta por qué han torturado a los Adell, si se trata acaso de un asesinato ritual. Tampoco consigue saber Melchor quién es su padre, aunque sospeche que pueda serlo el abogado que lo aconseja y defiende sin cobrarle la minuta, el cínico y desastrado Domingo Vivales (parece nombre y definición, a lo Mendoza, aunque su apellido real sea Perales).

La Guerra Civil también adquiere un importante protagonismo en la trama, sobre todo en los episodios finales, pues no en vano en estas tierras ocurrió la batalla del Ebro. Así, sabremos que el crimen de los Adell es resultado de una venganza que tiene su origen remoto en sucesos ocurridos durante la contienda, según el testimonio final de un anciano exiliado republicano. Y a ese respecto, se intercala una breve historia oral que transcurre durante la guerra (pp. 251-253). Se trata de un pasado, siempre latente, que ahora vuelve en forma de venganza.

Las tres confesiones con las que se cierra la novela, la del policía Salom (pp. 292, 335), la de Ferrer (p. 333-335) y la confesión —y disculpa— del anciano exiliado republicano Daniel Armengol (pp. 341-366) —quien en un pasaje contempla Barcelona desde un telescopio (p. 353), como ocurre en Señas de identidad, la novela de Juan Goytisolo—, le proporcionan a la historia un mayor relieve y profundidad.

Terra Alta es una novela bien armada y escrita, como no podía ser menos tratándose de Javier Cercas, que se lee con facilidad y gusto, sin que decaiga el interés, y que aunque cumpla las normas básicas del género policiaco, se permite ciertas libertades. Se trata, por tanto, de una historia dirigida a un público amplio, como pide el premio que ha obtenido, si bien tampoco decepcionará a los lectores exigentes. No siendo, ni mucho menos, una de las mejores novelas de Javier Cercas, creo que con Terra Alta —él mismo lo ha señalado— cambia de registro narrativo, cierra el ciclo que comenzó con Soldados de Salamina (2001), y quizá consiga llegar a otro tipo de lectores, sin perder los muchos que ya tiene. Se trata, por tanto, de un Premio Planeta digno (recuérdese que lo han ganado escritores notables, aunque a veces con novelas discretas, como Ana María Matute, Sender, Jorge Semprún, Marsé, Vázquez Montalbán, Fernández Santos, Terenci Moix, Torrente Ballester, Muñoz Molina, Vargas Llosa, Cela, Bryce Echenique, Álvaro Pombo, Millás y Eduardo Mendoza), algo que no siempre puede afirmarse de los premios literarios comerciales.

Javier Cercas: "El Premio Planeta tiene una verdadera dimensión popular. ¿Eso es malo?"

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Por último, no quiero dejar de comentar que en la imagen de la cubierta podríamos ver a Melchor con su hija Cosette de la mano. Téngase en cuenta que de las tres mujeres importantes en la vida del protagonista, al final ha perdido a dos de ellas y solo le queda su hija. Si he titulado la reseña "Cristales rotos" es porque se trata del título con que la novela se presentó al premio, y porque me gusta. El título definitivo se clarifica, más allá de lo obvio, en la dedicatoria, donde viene a confesarnos que su país, su lugar en el mundo, es —en esencia— su familia, su hijo y su mujer.

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Fernando Valls es profesor de Literatura Española Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona y crítico literario.

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