Los diablos azules

Juan Casamayor: "La gente se ha solidarizado con las librerías en el momento más crítico"

Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma.

Thomas Wolfe también sufrió el confinamiento: la edición de sus cuentos en la editorial Páginas de Espuma, la más completa en español, tenía que salir a la venta el 15 de marzo. Sus ejemplares, recién llegados de la imprenta, se quedaron atrapados en las librerías. Tras el shock inicial, sus editores se pusieron manos a la obra para apoyar a ese primer eslabón de la cadena del libro, el que ha quedado más perjudicado: Juan Casamayor, el cabecilla del sello, organizó talleres exprés de edición a través de Internet durante la cuarentena. ¿El precio? Que los asistentes reservaran al menos tres libros de Páginas de Espuma en la librería independiente de su elección, para recoger tras la apertura. Funcionó: en unas semanas, se colocaron unos mil ejemplares en 140 comercios. Y ahora, con la nueva normalidad, Wolfe ya puede salir a la calle.

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Pregunta. Hablemos primero del libro de cuentos de Thomas Wolfe. ¿Cómo surgió este libro y qué criterio se ha seguido a la hora de trabajar y organizarlo?

Respuesta. Se encuadra dentro de un proyecto que se inició en el año 2008 con los cuentos completos de Edgar Allan Poe, al adquirir los derechos de la traducción de Julio Cortázar. Luego publicamos los cuentos de Guy de Maupassant en 2012 y después los de Antón Chéjov en cuatro tomos, uno cada año a partir de 2013. Con esta primera propuesta, obtuvimos buenos resultados y quisimos completar un espacio bibliográfico que recogiera los cuentos completos de autores universales, para dar así una visión más completa del género y de sus escritores clásicos. En el caso de Chéjov es evidente la evolución que hay del estudiante de medicina al dramaturgo reconocido, en un principio con cuentos cortos y humorísticos para escribir después, en su última etapa, cuentos más extensos rozando casi la extensión de Wolfe. Tras publicar a varios autores del siglo XIX, hemos querido internarnos en el siglo XX. En este sentido, hemos abordado los cuentos de Thomas Wolfe por varias razones. Primero, porque los derechos de autor están libres desde 2019, ya que murió muy pronto, en el año 1938. También porque, salvo algunas antologías y cuatro o cinco novelas cortas, el resto era inencontrable, sin atreverme a decir que el resto completo de lo que hemos recopilado integre un corpus de relatos inéditos. Este libro recoge 58 textos breves, de mayor o menor extensión. Sin asumir que sea una recopilación de cuentos completos, este proyecto es lo más parecido, puesto que nos hemos basado en la edición más exhaustiva que hay en EEUU. Pueden quedar relatos publicados y no localizados ni siquiera en inglés, ya que en aquella época se publicaban muchos cuentos en revistas y periódicos porque estaban bien remunerados.

A mí, más importante que si hay inéditos o no, es el criterio cronológico que hemos seguido. Este tiene que ver con la escritura y cómo esta va transformándose con el paso de los años. El lector accede así a un panorama más claro de la evolución literaria de Wolfe, aunque solo vivió 38 años. Su estética no sufrió cambios tan grandes como los que observamos, por ejemplo, en el caso de Chéjov. En cambio es imprescindible su visión del Estados Unidos que le tocó vivir y que refleja en estos cuentos. A través de su experiencia familiar, de su pequeña ciudad natal y de sus viajes comprobamos todo un recorrido sincrónico a lo largo de la historia estadounidense que él experimentó. Asimismo, su obra está marcada por sus viajes a Europa y, especialmente, a Alemania, que en aquellos años asistía al nacimiento del nazismo. Este fenómeno en el centro de Europa le impresionó. Hay un cuento, el último del libro y, por tanto, el último que escribió de los aquí recogidos, La carta española,que, aunque él no pisó España nunca, habla de esa Alemania subyugada e hipnotizada por el ascenso del nazismo. Para él Alemania suponía la sistematización social de la cultura europea y le sorprendió que ese legado no fuera suficiente como para detener la barbarie que se avecinaba. Thomas Wolfe murió antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, pero vivió ese primer ascenso. De este modo, literariamente, Wolfe es testigo de una época convulsa, de la América de los años treinta, con su crecimiento urbanístico y demográfico, con la crisis económica y sus efectos en una sociedad marcada por la pobreza. Cabe preguntarse qué habría escrito si hubiera asistido a la Segunda Guerra Mundial, qué tipo de autor hubiera sido o qué tipo de Hemingway habríamos tenido. Eso ya no lo sabremos.

Thomas Wolfe en Central City, Colorado, en 1935.

P. Hablemos ahora de la traducción ¿Qué representa el trabajo realizado por Amelia Pérez de Villar?

R. Había varios motivos para elegir a Amelia como traductora. Uno es técnico: es un reloj entregando los trabajos, de una gran profesionalidad, no se retrasa, y siempre está en comunicación si hay dificultades. Tardó 14 meses en realizar toda la traducción, prácticamente año y medio. Hay también dos razones literarias, las más importantes sin duda: en primer lugar, tiene un sentido único para el oficio de la traducción y, en segundo lugar, posee la capacidad creativa de la escritora que también es. Hay que tener en cuenta que este proyecto abarca casi mil páginas donde los cuentos conviven. Y en todo ese universo, Wolfe se nos muestra como un escritor complejo, con cuentos donde se repite el léxico o se reiteran temáticas. A todo ello había que darle unidad y una interpretación literaria. Asimismo, Amelia había tenido ya otras experiencias similares en nuestra editorial: solvencia para afrontar las traducciones complicadas de Henry James o para asumir proyectos muy largos, como los ensayos de Robert Louis Stevenson en tres tomos. Se juntaban todos estos elementos: capacidad creativa, solvencia como traductora y una hormiga trabajando con las 952 páginas que tiene el libro. Esta es, en definitiva, una traducción en estado de gracia. En este caso, Encarni Molina y Antonio Sanz se quedaron maravillados con la fluidez de la traducción [el equipo de la editorial está compuesto por Encarni Molina, Antonio Sanz, Paul Viejo y Casamayor]. Al principio es probable que Amelia se sintiera abrumada por la responsabilidad de traducir a Wolfe, ese autor de prosa desbordante, pero muy pronto tomó una decisión inteligentísima: se liberó de la sombra de Wolfe y de sus propios prejuicios. Partió de cero, lo que desembocó en una sensación de libertad definitivamente necesaria para llevar a cabo esta traducción. No tengo ninguna duda de que estamos ante una labor que debería ser reconocida por los lectores y premiada. No hay rastro de anglicismos en sintaxis y no hay cacofonías; nos acercamos a la traducción gracias a una continua y acertadísima elección para solventar las repeticiones léxicas tan del gusto de Wolfe. Sin duda, una traducción soberbia. Si se lee en voz alta algún cuento, enseguida se pilla la musicalidad, el ritmo de esta traducción.

P. Cuéntanos algo de los avatares de un libro que iba a salir en marzo antes de que se dictara el confinamiento. ¿Cómo ha podido afectar al libro?

R. Los cuentos de Thomas Wolfe iban a salir el 18 de marzo. Hay dos tipos de libros en el contexto de esta pandemia que estamos viviendo, los que salieron antes y se han quedado en el limbo, lo que supone una tragedia para el autor por el esfuerzo que ha invertido en la escritura. Y hay libros, como este, que estaban entre las novedades que salieron justo la semana del lunes 15 de marzo. Así las cosas, tuvo que volver al depósito del distribuidor si bien algunas librerías vendieron algunos ejemplares. El proyecto se había anunciado, con muy buen ambiente y recepción, pero se vino todo abajo. Tuvimos que cancelar cualquier iniciativa vinculada con el libro: el lanzamiento comercial dentro y fuera de España, las acciones con los medios de comunicación... La fecha posterior de salida, 3 de junio, la hemos tenido que elegir con menos antelación, pero el resultado está siendo muy bueno, con muy buena acogida, aunque haya aun puntos de venta que no funcionan con normalidad. En prensa ha habido una recepción excepcional.

P. Hablando de la pandemia, ¿cómo se te ocurrió el taller exprés de edición estando confinados, en esa situación que hemos vivido todos de incertidumbre? Me parece una magnífica idea. Creo que no deberíamos quejarnos tanto y buscar alternativas imaginativas.

R. Búsqueda e imaginación han sido las claves. Antes de que llegara el 14 de marzo ya vimos que iba a venir una caída estrepitosa en las ventas. El planteamiento digital, con autores y lectores confinados, era una obviedad y nos pusimos manos a la obra para buscar soluciones. Paul Viejo, otro componente de Páginas de Espuma, nos aleccionó sobre distintas opciones de comunicación virtual. Fue la primera vez que oí hablar de Zoom. En los primeros días del confinamiento ya habíamos hecho encuentros con escritores, pero a todas luces eran insuficientes para apoyar a las librerías, el primer eslabón que ha dañado esta crisis en el sector del libro y del que también sufrirán sus consecuencias la distribución, la edición y, por supuesto, los autores. No recuerdo el momento en que apareció la idea, pero como doy clases de edición tanto en el Máster de Escritura de la Escuela de Escritores como en el Máster de Edición de la Universidad Autónoma de Madrid pensé en hacer un taller exprés de edición a través de la plataforma Zoom. Algo que fuera breve y cercano,

Sin embargo, lo que yo pensé que iba a ser algo pequeño, de 10-15 personas, se convirtió en un aluvión. El primer taller exprés se llenó enseguida con 100 personas, y se hicieron dos talleres de edición más con el mismo número de participantes. Probablemente pudimos organizar más convocatorias pero con la progresiva incorporación de áreas de trabajo en la editorial no tuvimos más opción que dejar el curso disponible en You Tube. A lo largo de las sesiones fui consciente de que el curso era un oasis para todos ante la pandemia, el número de muertos, el confinamiento de aquellas semanas de abril. Yo observaba los rostros a través de la plataforma y se percibía en ocasiones la seriedad o la angustia que se vivía. Creo poder afirmar que parte del humor que volcamos allí esos días fue terapéutico para todos.

P. ¿A qué crees que se debió el éxito?

R. El pago por participar en el taller era comprar libros. La gente entendió el concepto de solidaridad con las librerías en el momento más crítico. No se pidió que los libros se compraran en ese momento, sino que se reservaran para cuando las librerías abrieran. Si yo hubiera pedido, por ejemplo, el resguardo o ticket de la compra de los libros para apuntarse al curso, se hubiera favorecido tan solo a una docena de librerías que continuaban vendiendo libros aquellos días. La intención era dar un gran apoyo horizontal, masivo, desde una pequeña librería de Ponferrada a la librería Alberti de Madrid, desde la Central hasta una librería de Fuengirola. De este modo el resultado del curso supuso unas ventas repartidas en 140 librerías independientes que se vieron afectadas positivamente en este proceso.

P. ¿Cuántos libros se han vendido con este procedimiento?

R. En España se vendieron en torno a 800 y en Latinoamérica en torno a 200. En total, unos 1.000 ejemplares. Casi todos los apuntados compraron 3, muchos compraron 4 o 5. Incluso hubo gente que no se apuntó al curso pero compró los libros igual, por si había gente que quería hacer el curso y no tenía posibilidades de adquirirlos. ¡Hubo una lectora en Barcelona que compró 17 libros!

P. ¿Qué tipo de gente se apuntó?

R. Lectores y lectoras, sobre todo mujeres, de un perfil que sigue mucho a esta editorial, entre 25 y 65 años. Con un porcentaje significativo de gente que está escribiendo y un porcentaje muy pequeño de profesionales del libro, alguna librera o escritores que publican ya. La mayoría, por las preguntas que hicieron, eran escritores que todavía no habían publicado y querían saber qué tenían que hacer. Y luego un porcentaje también pequeño de personas que tenían curiosidad por saber cómo funciona una editorial por dentro. Sobre todo era muy interesante los que querían saber cómo publicar su primer libro. Después de los talleres ha habido algunos que han mandado manuscritos. Ha sido una experiencia preciosa.

Creo que hacen falta más iniciativas llenas de imaginación. Cuando la crisis irrumpió, huimos de un discurso negativo, lógico cuando las pérdidas ponen en peligro 20 años de esfuerzos levantando la editorial. Y con esa semilla arrancaron estos encuentros. Yo lo pasé bomba. Hubo una labor previa y posterior muy grande de base de datos, de recogida de libros que los inscritos solicitaron, de las librerías donde irían a recogerlos... Todo eso me tuvo ocupado en unas semanas que apenas había obligaciones en producción, comercialización o promoción. No hay que olvidar que asistieron unas 300 personas a las que hubo que coordinar en apenas dos semanas. El proyecto me mantuvo activo.

P. ¿Cómo ves el panorama actual del cuento, desde la perspectiva de una editorial que se ha dedicado solo a ello? ¿Qué es lo que más os ha gratificado?

R. Se puede constatar a lo largo de estos 20 años un mayor tejido de editoriales que tienen en cuenta, en mayor o menor medida, el género del cuento, no solo independientes, sino también grandes. En la década de los noventa, cuando arranca Páginas de Espuma, veníamos del boom de la novela. Nos hallábamos ante una dedicación mínima hacia el cuento en la industria española. En menor medida también ocurría esto en Latinoamérica, donde las políticas editoriales impregnaron el gusto generalizado por la novela. En este tiempo ha habido varios fenómenos que han favorecido la narrativa breve. Uno de ellos es la bibliodiversidad, es decir, la explosión de editoriales independientes, que acoge, no solo en español, sino también en otras lenguas, mayor difusión del género. Hay que constatar cómo sellos de grandes grupos, probablemente más en Penguin Random House que en Planeta, han sido más sensibles con el género, atesorando éxito como los de Alice Munro o de Lucia Berlin. Otros factores como la difusión que permite Internet o el asentamiento y la proliferación de talleres y escuelas de escritura donde se lee mucho cuento, han ayudado a impulsar en cierta medida esta situación.

La punzada de la infancia

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Este auge, sin duda, viene favorecido porque asistimos a un buen momento creativo del cuento entre las dos orillas, entre nuestro país y las diecinueve literaturas latinoamericanas. Es muy destacable en los últimos cinco o diez años la irrupción de la escritora en el cuento, especialmente de escritoras latinoamericanas, con nuevas propuestas, nuevas temáticas, nuevos puntos de vista renovadores todos ellos en términos literarios, culturales, sociales y políticos. Igualmente, los escritores que cumplían treinta años en los noventa, los nietos del boom, están llegando a su madurez creativa. En toda esta constelación, quiero pensar que Páginas de Espuma ha tenido una pequeñita aportación, en parte alimentada por insistencia y machaconería aragonesas.

En cuanto a los premios, quizá el que más ilusión me hizo y más disfruté fue Premio Mérito Editorial de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la FIL, en 2017. Me hizo una ilusión tremenda porque desde el 2003 que empecé a asistir, solo he recibido cariño de quienes la organizan. Ahora que les han dado el Princesa de Asturias de Comunicación, asumes su alegría porque siempre te hicieron sentirte parte de su familia; una familia donde casi todas son mujeres que siempre, repito, fueron maravillosas conmigo. Y si este año tuviera que sentir una ausencia profesional debida a esa crisis sanitaria será no asistir a Guadalajara. Sin embargo, esta cita siempre es mágica. Quién sabe…

(El equipo actual de la editorial Páginas de Espuma está compuesto por Encarni Molina, Antonio Sanz, Paul Viejo y Juan Casamayor).

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