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Los diablos azules

Juan Bonilla, la vida y los libros

El escritor Juan Bonilla, Premio Nacional de Narrativa 2020, en una foto de archivo tomada en 2012.

“La investigación como acto de amor exacerbado”. Esta es una de las fórmulas que el jurado del Premio Nacional de Narrativa utiliza para definir y celebrar Totalidad sexual del cosmos, la novela de Juan Bonilla (Jerez de la Frontera, 1966) que le valía este jueves el galardón. El título, publicado en abril de 2019 por Seix Barral, se construye en torno a la figura de la artista mexicana Nahui Olin, nacida a finales del XIX y parte de la vanguardia de los veinte y treinta, pero también en torno a Tomás Zurián, el hombre que la redescubrió y que se dedicó a su memoria en cuerpo y alma, con una pasión que solo podría calificarse de amorosa. Una pasión que mueve a los dos protagonistas y que queda retratada por una “prosa poderosa y transparente, de rítmica tensión narrativa”, en palabras del jurado.

Carmen Mondragón nació en Tacubaya, México, en 1893, aunque pasó parte de su infancia en París, a donde su padre, el general Manuel Mondragón, había sido enviado. Es allí donde arranca la narración de Bonilla, que vuelve rápido a México: allí sería donde su personaje se casaría y separaría a los veinte años, y donde al final de la veintena adoptaría su nombre elegido Nahui Olin, nombre también del Quinto Sol de la mitología mexicana, asociado al movimiento, al cambio y a lo cíclico. Carmen Mondragón escribía desde niña y pintaba como lo hacían quienes fueron sus compañeros, primero Manuel Rodríguez Lozano y después Gerardo Murillo, conocido como Doctor Atl. Sin embargo, fue considerada más como musa, modelo de Diego Rivera o del fotógrafo Edward Weston, que como creadora. Tras una carrera veloz y tras la muerte de su pareja, Eugenio Agacino, Nahui Olin se retira del mundo. Moriría en 1978, como discreta docente del Instituto Nacional de Bellas Artes, olvidada por la sociedad a la que una vez escandalizó.

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Y esa sería solo la mitad de la historia que cuenta Bonilla. “Con el pretexto de recuperar” la figura de Olin, añadía el jurado, “el autor habla de su propia condición de letraherido a través de una ficción documental que desdibuja los límites entre cultura y vida”. Porque Totalidad sexual del cosmos es un relato de la vida deslumbrante de Mondragón, precoz e inteligentísima, pero también de la obsesión de Tomás Zurián, el restaurador que se encontró un día con su retrato mientras miraba unos documentos de Doctor Atl y que ya nunca dejaría de buscarla. Aunque también escribieron sobre ella Carlos Monsiváis o Elena Poniatowska, Zurián es en gran medida responsable de reunir las obras de Mondragón y, desde la primera exposición en 1992, comenzar a reconstruir su legado.

No es la primera vez que Bonilla se acerca así a una figura artística. Lo hizo ya en Prohibido entrar sin pantalones (2013), Premio Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, sobre Vladimir Maiakovski. Y se había inclinado más por el lado de la biografía en El tiempo es un sueño pop. Vida y obra de Terenci Moix (2012), en la que perseguía casi literalmente al autor catalán. Sobre ella escribía José Manuel Benítez Ariza: “Bonilla no se limita a aportar datos, sino que lo hace con el apasionamiento de quien se juega en ello algo vitalmente importante”. “Cada vez creo menos en los géneros. Me gustan las novelas inyectadas de poesía, los poemas que cuentan historias, los ensayos que se atreven a hacer narración, no hago distingos”, decía el escritor a El Mundo, medio con el que colabora desde hace años. Tampoco ha hecho distingos el jurado del Premio Nacional de Narrativa reconociendo un libro que se ha presentado como novela, pero que podría haber sido también presentado como una biografía novelada. Qué es ficción y qué es realidad quizás interese particularmente al lector, que probablemente se asome por primera vez a un personaje de culto, mítico. Pero no es, desde luego, lo que más importa a Bonilla, aunque importe tanto a su Tomás Zurián.

El jurado es certero al recordar esa “condición de letraherido”, porque esta atraviesa también su obra de no ficción y, claro, su vida. En La novela del buscador de libros, Bonilla traza sus memorias de bibliómano, de cazador de títulos, de títulos raros y escondidos que son no solo libros, sino huellas de la censura, de la traición, del arrepentimiento o del olvido de escritores, editores y lectores. En su Catálogo de libros excesivos, raros o peligrosos (2012), el escritor indexaba algunos de sus numerosísimos libros que, por obra de la crisis económica, se veía obligado a vender. Sus artículos, aparecidos en volúmenes como Biblioteca en llamas (2016) están también plagados de libros y escritores, escritos con la convicción de que cultura y vida no pertenecen a planos distintos de la realidad, sino que están hechas de la misma sustancia volcánica. La misma que llena la vida de Nahui Olin, un personaje refulgente que escribe: “El único amante, al que debo ser fiel durante toda mi existencia es a mi principio de libertad”. Y la misma que llega hasta el investigador Tomás Zurián. Donde otros hubieran visto una vida vicaria, llena de pesquisas minúsculas y papelajos que palidecen frente a la verdadera vida disfrutada por Olin, Juan Bonilla ve una existencia igual de apasionada y refulgente. “Hay quien separa la literatura de la vida”, decía en una entrevista en El Cultural, “pero la literatura que a mí me interesa es la que está llena de vida”. Y de literatura, valga la redundancia.

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