Los diablos azules

Alfons Cervera: "Me alucina ver la unanimidad de la crítica ante determinados libros y autores que producen sonrojo"

El escritor Alfons Cervera.

Clara Morales

Alfons Cervera (Gestalgar, Valencia, 1947) dedica su último libro, Algo personal, a dos personas y dos colecciones: Miguel Riera y Elisa Nuria Cabot, sus editores en Piel de Zapa, y a Libros Reno y el Círculo de Lectores, esos entes que le proveyeron de lecturas en su infancia y adolescencia. Tiene sentido que se confundan aquí los humanos y los libros. Eso es lo que ocurre a lo largo de todo el volumen, una colección de ensayos breves en los que recorre algunos de los títulos que leyó con pasión en sus años de formación... y a los que ha regresado como quien vuelve a la casa de la infancia. La lista resultante no se parece en nada a la de lecturas obligatorias de los colegios, ni a las que revistas y periódicos se empeñan en hacer de tanto en tanto en un esfuerzo imposible por medir la historia de la literatura. Aquí se mezclan ilustres desconocidos con maestras, wéstern con realismo, tradición con vanguardia. El resultado es un retrato muy particular de un escritor que no aparece en la lista: Alfons Cervera. 

Pregunta. En la introducción ya cuenta que la selección de libros es, en gran medida, azarosa. Pero, una vez ha visto todos sus textos juntos, ¿ha podido encontrar entre esos títulos un aire de familia? 

Respuesta. Empecé a escribir Algo personal al mismo tiempo que escribía mi última novela: Claudio, mira. Creo que sería a mediados de 2018. Esa novela me estaba costando mucho, no tanto por la historia que contaba, sino por cómo contarla. Escarbar en los asuntos de familia siempre tiene algo de sospechosa voluntad de lanzar la piedra y esconder la mano. Y yo no quería esconder nada. La vida es muchas veces —demasiadas veces— una mierda y hay que enfrentarla sin trampas de ninguna clase. Yo lo intenté con esa novela en que mi propio hermano y yo mismo nos contábamos uno al otro nuestra propia memoria, lo que hubo en nuestra vida de amputación porque aunque digan que perder o ganar una guerra viene a ser al cabo una misma cosa para unos y otros, quienes dicen eso o no saben lo que dicen o son unos cínicos de campeonato. En mi casa se perdió esa guerra y nos convertimos en cuatro personas que durante muchos años fuimos dando tumbos de un sitio a otro como si fuéramos esos saltimbanquis que venían con sus números de circo a las eras de Gestalgar, mi pequeño pueblo de la Serranía valenciana, donde nací y donde vivo desde hace casi veinte años. Por eso, la escritura de Algo personal no fue algo premeditado. Así que al mismo tiempo que escribía la novela, releía sin parar libros de antes, algunos de ellos de mucho antes. Y lo hacía desde el más puro entretenimiento, aliviando la tensión que me provocaba la escritura de Claudio, mira. Recuerdo que el primero fue Ronda del Guinardó, posiblemente la novela de Juan Marsé que más me gusta. Y a la vez que releía, tomaba notas y subrayaba sin parar. Luego vinieron los poemas de Ana María Moix que estaban ahí desde hacía cuarenta años por lo menos. O a lo mejor más. Y lo mismo: notas y subrayados. Fue cuando pensé en seguir haciendo eso con libros que me vinieran a la memoria sin pensar demasiado. Al principio fueron unos quince. Escribía textos breves al hilo de esas relecturas. Sin ningún ánimo de convertirlos en libro, para nada. Tampoco había ninguna relación entre ellos. Tal vez, como te digo, sólo una: el momento en que los leí. Después fueron unos treinta. Y finalmente, ya me lo tomé en serio y decidí organizar una miaja ese caos que había ido creciendo con tanto regreso a mis libros de antes, que en realidad nunca se fueron demasiado lejos. Por eso, como sugieres, al final sí que hay en ese índice de cincuenta libros un aire de familia. Vienen todos ellos de un momento concreto de mi vida. Fue un gozo —lo sigue siendo— comprobar cómo se iban juntando el comienzo azaroso y la sistematización de esa escritura y su organización en el texto final. Espero que no se noten demasiado los puntos de sutura…

P. Algo personal coincide en las librerías con ¿Quiénes somos? Algo personal ¿Quiénes somos?, de Constantino Bértolo, al que además cita al inicio. Tomémosle prestada la premisa: ¿qué dice esta selección de quien la hace? Si miramos a estos libros, ¿quién es Alfons Cervera?

R. Lo primero: el libro de Constantino Bértolo tendría que ser de lectura obligada para aquella gente que de verdad ama la literatura. Ese libro magnífico es un acto de amor (y si queda cursi, pues que quede) a la escritura que por una u otra razón nos marcó cuando la leímos. En eso coincidimos los dos. Nos ha hecho mucha gracia la coincidencia, y más cuando esa coincidencia alcanza algunos nombres y algunos títulos. Para mí es un honor que los dos libros estén juntos en las librerías. El hábito hace al monje en esta ocasión. El ropaje que viste Algo personal es el que me viste a mí desde que empecé a leer siendo apenas un adolescente. Por lo tanto, lo dice todo de quien lo ha escrito. O casi todo. En la introducción es como si contestara a la pregunta de Constantino: yo digo que somos los libros que leímos, más que los libros que leemos actualmente. En mi caso se trata de esos libros que leía un joven que creció en una casa sin libros. Y que tardó mucho tiempo en tener una pequeña biblioteca propia. Leía lo que me dejaban los amigos, lo que compraba en los mercadillos cuando vivía en pueblos más grandes, en esa diáspora familiar que antes te comentaba. Sobre todo, aquellas viejas novelitas del Oeste, del FBI, de ciencia-cicción… Me apunté lo que decía Valle-Inclán de sus primeras lecturas: “Yo confieso mi amor de otro tiempo por esta literatura”. Llegué muy tarde a eso que se llama gran literatura, muy tarde. Y esa pequeña biblioteca la fui construyendo principalmente con la ayuda del Círculo de Lectores y aquella colección Reno que tan difícil resultaba de descifrar por la letra diminuta que había que leer con lupa… Por eso Algo personal está dedicado a mis editores de toda la vida, Miguel Riera y Elisa Nuria Cabot, y al Círculo de Lectores y la colección Reno. Por cierto, no hace mucho se publicó el libro Círculo de Lectores. Historia y trascendencia de un proyecto cultural, de Raquel Jimeno, con un excelente prólogo de Ignacio Echevarría donde habla, precisamente, de cómo gracias al Círculo mucha gente pudimos ir haciéndonos desde la nada una pequeña biblioteca…

P. Algunos de los autores elegidos escapan, como señala, al canon literario. ¿Cuáles entre ellos le parece más urgente rescatar?

R. Creo que ahí podemos encontrar algo que me parece interesante: despertar curiosidad a quien lea el libro. Casi todos los nombres y casi todos los títulos son desconocidos, o están olvidados. Hay unos cuantos que sí, que son muy conocidos (como Marsé, como Luis Goytisolo o Carmen Martín Gaite), pero son los menos. Cuando estaba terminando de escribirlo me preguntaba —y creo que también en el libro me lo pregunto— cuánta gente que lo lea habrá ido a la Wikipedia para comprobar si existen realmente esos autores y esos libros o me los he inventado. Por eso me gusta —también lo digo— que Algo personal pueda ser leído como un texto de ficción. Pero bueno, que cada cual haga la lectura que considere conveniente. Seguro que acierta. En cuanto a la recuperación que dices, no sé, es arriesgado hacer una lista de prioridades. Repaso de memoria y me quedo, la primera, con Concha Alós, una escritora que hay que recuperar sin ninguna dilación, con Mercedes Soriano y Dolores Medio, con Miguel Espinosa y Jean Rhys, con Cecilia G. de Guilarte y Carmen Mieza… No sé, que cada cual haga su propia selección: hay donde escoger…

P. No es la primera vez que cuestiona la construcción del canon, una ficción a la que acusa de desmemoriada y de dejar fuera todo lo inconveniente. ¿Qué efectos perniciosos (o positivos) cree que tiene sobre nuestra literatura de hoy la imposición de ese canon? ¿Y qué canon alternativo imagina?

R. Empiezo por el final: no imagino ningún canon alternativo porque igual sería caer en lo que siempre he cuestionado: que exista un canon. Sobre mi cuestionamiento del canon que encumbra una determinada literatura y a quienes la escriben, es cierto. Es como vestir de uniforme lo que tendría que ser un goce de una libertad absoluta. No defiendo que cada cual haga valer sus gustos porque esos gustos, a lo mejor sin darnos cuenta, nos vienen impuestos por las reglas del mercado. A ratos pienso que en vez de lectores nos hemos convertido en clientes. Hay que tener en cuenta que en España existen dos grandes grupos editoriales que lo copan casi todo: Random House y Planeta. Y que ahí no manda la figura del editor o la editora, sino los departamentos de marketing, los comerciales. Menos mal que existen las pequeñas editoriales, esas llamadas independientes, que están salvando en muchos casos, aunque nadando siempre a contracorriente y a contratodo, la literatura más arriesgada y defendible. Me alucina ver la unanimidad de la crítica a la hora de considerar canónicos determinados libros y autores que producen sonrojo a una lectura atenta y profunda de esos libros y esos autores. Yo dije una vez a un crítico amigo que no me había gustado Patria, la aclamada novela de Fernando Aramburu (un escritor al que respeto mucho desde sus primeros libros), y me contestó que esa novela ya formaba parte del canon y que si no me había gustado era porque igual yo estaba a favor de ETA. En fin… Permíteme que regrese a Valle: “Esa adulación por todo lo consagrado, esa admiración por todo lo que tiene polvo de vejez, son siempre una muestra de servidumbre intelectual, desgraciadamente muy extendida en nuestra tierra”. Si el canon no es eso, y asumo el riesgo de estar equivocado, creo que se le parece mucho.

P. Ya dijo antes que la biblioteca de su casa, la de sus padres, era casi inexistente. ¿Qué títulos, de los que leyó en su etapa formativa, recomendaría a quienes estén hoy en esa edad y estén componiendo quizás su primera biblioteca?

Virginia Woolf, lectora

Virginia Woolf, lectora

R. Qué difícil me resulta contestar esa pregunta. Ya me gustaría tener esa autoridad intelectual que me permitiera señalar lecturas imprescindibles para esa edad en formación lectora o para cualquiera otra. Pero no puedo, de verdad que no puedo. Desgraciadamente no tuve esa etapa formativa. No tuve, en aquel tiempo, a nadie que me informara acerca de los libros más importantes. Sabía quiénes eran Silver Kane, Joseph Berna, Peter Debry, Edward Goodman, George H. White o Alf Regaldie, conocía sus novelitas de quiosco, pero cuando llegué a Dostoievski, Dickens, Virginia Woolf o William Faulkner era demasiado tarde para que se me pegara algo de su escritura fuera de serie… Sólo te voy a dar un título: Últimas tardes con Teresa, de Juan Marsé. Me prestó esa novela un amigo, y cuando la leí pensé que sólo por escribir algo así ya valía la pena querer ser escritor. Han pasado no sé cuántos años y no sé cuántos libros con mi firma y sigo siendo ese aprendiz de escritor que tanto defendía Juan Carlos Onetti

P. Entre sus recomendaciones encontramos un buen puñado de autoras, cosa no tan frecuente entre las listas de favoritos de los escritores hombres. ¿Por qué cree que ocurre ese fenómeno, por el que ellas suelen leer y recomendar a hombres, pero no es tan fácil que ellos lean y recomienden a mujeres?

R. “Soy mal público para mi memoria”, escribía Wislawa Szymborska. ¿Por qué leía a tantas escritoras entonces, cuando ahora mismo sigue siendo eso una rareza absolutamente injustificable? No lo sé, es difícil recordar los motivos que me acercaban hace tantos años a ciertos libros y a quienes los escribían. La literatura es cosa de hombres, como aquel coñac que anunciaban en la tele del franquismo. El tiempo ha pasado y no sé si las cosas han cambiado mucho. Quiero pensar que sí, que la lectura feminista de lo que se escribe y también lo que se escribe son cruciales para asentar un punto de vista que escape al ángulo impuesto por tantos años de dominio absoluto de la escritura hecha por los escritores hombres y jaleada por los críticos hombres. Mira, si no, el famoso canon: a ver cuántas mujeres salen en esa lista de los cuarenta principales. Lo que sí que sé es que aquellas escritoras están ahí, que siguen estando entre mis preferencias más insobornables, que volver a ellas y a sus libros es algo que me sigue haciendo tremendamente feliz como lector. Y ojalá que también como persona.

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