Los libros

La piel de Europa

Portada de 'La edad de la piel', de Dubravka Ugrešic.

La edad de la piel

Dubravka Ugresic

Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek 

Impedimenta

Madrid

2021

La piel por la que respiramos, contactamos, nos rozamos, abrazamos, nos amamos. La piel de una ciudad, de un país, de un continente, la piel del destierro, del apátrida, del exilio. Así he entendido este libro de la croata Dubravka Ugresic, nacida cerca de Zagreb en 1949, cuando su país actual no existía, cuando era todavía Yugoslavia. Su posición me recuerda a la de Bohumil Hrabal, a quien cita a menudo, y también al cineasta Emir Kusturica, autoconsiderados ambos apátridas, al desaparecer el país donde nacieron y crecieron, al no querer aceptar el enfrentamiento que se produjo entre hermanos y cuyo resultado final no ha sido nada alentador.

Reconozco que el libro me ha encantado. Recoge todo lo que un buen ensayo de un escritor o escritora ha de tener, según Montaigne: está basado en su experiencia propia, recoge experiencias de otras personas e interpela al lector con sus preguntas y, en este caso, con su sentido del humor. Además, hace el retrato de lo que ella quiere que veamos, nos muestra ese espejo en el que nos reflejamos, con sus grandezas y miserias. Es de esos libros a los que puedes volver una y otra vez, que siempre encuentras un nuevo matiz desapercibido, un análisis que pasaste por alto, una corroboración de lo que ya estaba subrayado.

La edad de la piel, publicado por la editorial Impedimenta, a la que muchas veces le doy las gracias en mi fuero interno cuando compro sus libros, recoge toda una serie de artículos de esta escritora entre 2014 y 2018 hasta conformar una unidad divulgativa, amena, nada pesada; artículos plagados de ejemplos concretos que te ayudan a digerir la píldora que Dubravka Ugresic nos propone.

Son 17 artículos y una nota final de la autora, en los que analiza con ejemplos concretos no solo lo que ocurrió en la antigua Yugoslavia o, sobre todo, cómo se formó el estado de Croacia, al que califica directamente de fascista, sino también su desarraigo, cómo tuvo que abandonar su país y cómo vive actualmente en Ámsterdam. Desde ese lugar, desde el punto de vista de una exiliada o refugiada, recoge experiencias de otros exiliados en Europa, casi todos ellos de los Balcanes o de la Europa del Este, lo que más conoce, y nos somete a duros interrogantes sobre cuál es el papel actual de Europa, por qué un continente que se ha formado precisamente a base de corrientes migratorias puede ser tan xenófobo en la actualidad y qué futuro tiene con esa actitud.

Al hablar del título, la autora nos cuenta cómo los eslavos tienen muchos dichos relacionados con la piel y, si lo pensamos un poco, nosotros también: lobo con piel de cordero, cuando se nos pone la piel de gallina, o a flor de piel, o no quisiera verme en tu piel, o tener la piel gruesa y en su contrario, tener la piel fina… A partir de ahí, como quien no quiere la cosa, analiza su pasado bajo el comunismo, lo que fue la transición de estos países y a lo que les ha conducido en la situación actual. Nos encontramos con frases como “En el comunismo había tiempo e imaginación de sobra, quizá por eso se hundió”, algo que de golpe te trastoca pero que, cuando ella lo analiza, con esa socarronería que esconde, entiendes a qué se refiere.

Estos 17 capítulos recopilados, aunque inicialmente parecen no tener mucha relación, al final del libro adquieren un sentido, desde "La edad de la piel", con el que abre, a otros como "¡Larga vida al trabajo!", "Buenos días, fracasados", "Artistas y asesinos", "Zelenko y su parienta", "La mordaza de la chismosa", "La arqueología de la resistencia" o el magnífico artículo "La Europa invisible". Para mí los más interesantes, quizá por novedosos, porque se salen de la esfera de lo común, son los que analizan la cultura eslava. De esta misma autora había leído el libro Baba Yagá puso un huevo, publicado en el 2020 en la misma editorial, pero reconozco que La edad de la piel supera al anterior, y eso que al principio lo inicié con cierto recelo, por aquello de que muchas veces los ensayos de los escritores son fallidos.

Dubravka Ugresic se graduó en Literatura Comparada y Literatura Rusa y trabajó durante años en la Universidad de Zagreb. Cuando en 1991 estalló la guerra de los Balcanes, se posicionó en contra del conflicto y criticó los nacionalismos de uno y otro lado. Recibió multitud de ataques por la clase intelectual de entonces, fue amenazada y se exilió a Ámsterdam, donde vive como refugiada según sus propias palabras. Desde allí ha seguido desarrollando su carrera de escritora y ha recibido multitud de premios y reconocimientos, aunque en nuestro país es prácticamente una desconocida. Pero ella sigue resistiendo, como dice en uno de sus artículos:

¿Arqueología de la resistencia? ¿Es que la resistencia ya no es más que un vestigio arqueológico? ¿Significa esto que, en efecto, vivimos en un vertedero de basura histórica, que nosotros mismos somos una basura histórica, solo que todavía no lo sabemos? ¿O sí lo sabemos?... Nos persigue la sensación de que todo se nos escapa muy rápido entre los dedos.

 

O cuando habla de las diferencias de escritura, hecho con bastante socarronería:

La escritura masculina es siempre en plural; la femenina, en singular. Los hombres piensan y dicen “nosotros”, las mujeres suelen decir “yo”. La escritura masculina es dominante y autoritaria. La femenina, minoritaria, casi ilegal y antiautoritaria; la masculina, canónica, la femenina, anticanónica. Las mujeres se dirigen en su escritura mayoritariamente a los hombres, los hombres se dirigen casi siempre a otros hombres.En mis pensamientos rindo honores amargos al género masculino, porque hace siglos que, con estruendo ensordecedor, gritos, gruñidos y clamor, nos obliga a escucharlo. ¿Acabará algún día esta coacción? Ummm, es difícil saberlo, es una cuestión de biología: fuertes hormonas y fuertes memes. Los machos humanos manifiestan de todas las formas posibles su presencia, solo que han calculado mal el periodo del celo, y ahora sueltan sus bramidos, despliegan su plumaje, se golpean el pecho y se pavonean en cualquier época.

 

Me encanta esa mala leche, esa forma visceral de plasmarlo, no lo puedo negar.

Pero este libro tiene otros artículos, no tan viscerales y sí más políticos. Reconozco que he vuelto más de una vez a algunos de ellos, sobre todo a los que componen la segunda mitad, cuando analiza cuál es su situación actual en Europa, no solo la suya, también la de muchos migrantes:

Estoy segura de que muchos de mis antiguos compatriotas, refugiados hace veinte años y hoy honrados contribuyentes de los países de la Europa Occidental, en la actualidad se oponen con virulencia a que los refugiados sean sus conciudadanos. Países que se han liberado del telón de acero, como Hungría, Bulgaria y Rumanía, de pronto construyen telones de alambre de espino, sin pensar que en el alambre podrá quedar atrapado un niño, no solo sirio, sino también húngaro, rumano o búlgaro… Los refugiados, los migrantes, son nuestro espejo, un examen, un reto, una llamada a la confrontación con nuestros valores… Los refugiados son el principio y el fin, la causa y el efecto, son ese mazo de cartas con las que se podrá leer el futuro inminente del mundo. Y el conocimiento será de quien sepa leer.

 

Podría poner muchas citas de los diferentes artículos, pero creo que lo importante es que al lector o lectora de esta reseña le entren ganas de ir a una librería o biblioteca y hacerse con el libro para entretenerse y reflexionar a partes iguales. No puedo resistirme a poner una última cita, que he leído una y otra vez, en voz alta y en voz baja, que he compartido con compañeras escritoras porque a mí, personalmente, me impactó mucho. Habla de su visita al Museo Funerario de Ámsterdam, y cerraré después las manos sobre el teclado para resistirme a seguir poniendo frases de esta mujer:

Lo que me llevó a aquel lugar fue la exposición de junio de 2015 dedicada a los suicidios causados por la crisis económica de 2008-2013… Esta 'Enciclopedia de suicidios' es obra del diseñador gráfico Richard Sluijs. El libro tiene setecientas doce páginas y pesa casi dos kilos. Cada página está diseñada como obituario, como una losa funeraria de papel en la cual figura inscrito el nombre de la persona que se suicidó, la fecha en que ocurrió, el motivo y la forma en la que la persona se quitó la vida. El libro se convierte de esta manera en un cementerio de papel, en la página de la izquierda está dibujada la parcela donde está la tumba, el nombre, la edad, la nacionalidad y el símbolo de la forma en la que se quitó la vida, y en la página de la derecha, el obituario con la explicación. Sluijs ha diseñado símbolos para el salto desde cierta altura, el ahorcamiento, el disparo de arma de fuego, la asfixia, la sobredosis, la navaja, el veneno, el ahogamiento, el accidente de tráfico, la autoinmolación, y también para un “modo desconocido”… El libro alienta a que se tome conciencia de este fenómeno aterrador…. El dato de que por cada suicidio "exitoso" hay veinte "fallidos" es igual de pavoroso.

 

El monstruo que se alimentaba de literatura

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Con esto Dubravka Ugresic lo dice todo, su posición en el mundo, su crítica a este feroz capitalismo que ha terminado implantándose desde la caída del muro de Berlín, desde que el capitalismo es hegemónico y campa a sus anchas sin otra alternativa a él. Y en esas estamos. Pero los vientos de la Historia son tozudos, aunque lentos, lentos para las vidas humanas, que son cortas. Es un libro valiente, como la autora, y plagado de datos de humor negro que quizá en esta reseña no he podido plasmar lo suficiente. Para finalizar, solo me queda decir que los libros de Dubravka Ugresic en la editorial Impedimenta han sido todos ellos traducidos por Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek. Gracias a ellos podemos leerlos en castellano.

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Carmen Peire es escritora. Su último libro es Cuestión de tiempo (Menoscuarto, 2017).

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