Los diablos azules

Una lectura de la poesía de Marisa Martínez Pérsico

Joan Margarit

infoLibre publica el prólogo del último libro de Marisa Martínez Pérsico, Principios y continuaciones, que escribió el maestro Joan Margarit un año antes de morir. Ocho meses después de su fallecimiento, este poemario, que publica Pre-Textos, cuenta con una introducción del ganador del Premio Cervantes, que ahora publica infoLibre, en la que analiza los versos de esta poeta y profesora universitaria radicada en Italia. Antes de esta obra, Martínez Pérsico también ha publicado Las voces de las hojas (1998), Poética ambulante (2003), Los pliegos obtusos (2004), La única puerta era la tuya (2015), El cielo entre paréntesis (2017) y Finlandia (2020). 

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Marisa Martínez Pérsico es una poeta a cuya presencia deberemos, por fortuna nuestra, empezar a acostumbrarnos. Creo que el lector o lectora de este breve prólogo podrá acceder, casi a vuelta de página, a comprobar mi afirmación ya en los primeros poemas. Me refiero a Conversaciones con Mar, la primera de las seis partes del libro, de una extraordinaria delicadeza, pero no de esa llamada femenina, literaria en el sentido de falsa, por ser sólo mitad, como se encarga ella misma de advertírnoslo ya en uno de los primeros poemas, Tutorial del peinado. Asoma la dureza áspera pero nada convencional de versos como:

¿Dónde ocultael escombro su guarida?

En compañía de otros sin aristas ni esfuerzos, pero con una gran profundidad en su ternura como los que cierran el poema:

Quisiera ser pregunta pero voy en silencio.Lo más dulce es callar,volando juntas.

Modos de ver, la segunda parte, es una entrada, pero tomando una dirección desconocida, en el territorio grave que anuncia el misterioso poema de Frida Kahlo, que estalla en el impensado poema de amor –ningún poema de este libro es previsible– del árbol y el mirlo, o el siguiente donde, por decirlo así, el mirlo es Magritte, o el deseo que no claudica nunca del páramo y la lluvia, o la mujer decepcionada que sigue haciendo poemas de amor en su cielo con siluetas para terminar con la ternura y la belleza de algún Vlaminck para apaciguar una nostalgia casi metafísica.

Ofreciendo comprensión por la brutalidad del amor, la poeta es Sherezade en la tercera parte, donde el lector o la lectora empieza a sospechar la profundidad desde la que nos habla Marisa Martínez Pérsico. Y enseguida, bajo el título de Las manos en la madre, nos golpea en los ojos el poema que nos hace leer de nuevo en unos segundos todos los poemas anteriores. Y Niña con cuaderno se nos junta con la niña María del Mar del comienzo del libro, con la niña que hoy es madre, con la poeta que, por fuerza ensimismada, no sé si nos tranquiliza –diciéndonos en qué anda– con estos versos: "Contra el plomo y las flores/ continúa escribiendo."

Pero sin misericordia llega este poema que nos sigue hablando otra vez de ella misma y de nosotros mismos a través de los terribles años últimos de Marina Tsvetaeva, y poetas y lectores ya estamos juntos en los poemas, encontrando su consuelo, ese consuelo que sólo la poesía, cuando de verdad lo es, puede darnos. Duelo de peritos es el discurso funerario de un mundo que no es otro que esa terrible Argentina de las desapariciones forzadas y de los silencios privados que nos muestra el último poema de esta parte, el final de su crescendo.

Relación de ausencias, la parte cuarta, es el planteamiento de una historia de amor. Con ella nuestros ojos van penetrando en la segunda mitad del libro, momento en el que, desde el primer poema, uno se apropia de su título para identificar a todo el poemario. Esta segunda mitad se alimenta de ese amor de una manera grave, sin retórica, nunca exenta de alegría. Y se convierte en una historia bellísima que va quedándose encerrada para siempre en los versos finales de sus siete poemas:

Vas empezando a hacerte imprescindible.Habrá que versi continúa...........................................Por qué fuiste, amor, tan obediente,que ahora escriboen una casa a oscuras...........................................Es nuestra perfección.Ir hacia el precipiciosintiéndonos a salvo............................................amo tantolas cosas que se pierdensin haber alcanzado a florecer...........................................También las caracolasvan tocando a solas su sonata profundaen recuerdo del mar............................................como un ángel se escapade los sueños..............................................Que tu cuerpo responda donde su corazón lo llama.Si uno empieza a vestirse,pronto empieza a olvidar................................................................

Y el lector se va adentrando en esta segunda mitad dándose cuenta de cómo la primera es su poderoso prólogo. Las palabras, la parte quinta, es la que carga con el título de mayor responsabilidad precisamente por su aparente sencillez. Bajo este nombre –una alusión a la autobiografía de Jean-Paul Sartre–, con la misma fuerza que nos hemos sentido acercados y asumidos por ese amor en la primera mitad de todas sus historias, proseguiremos de la mano de nuestra poeta hacia el otro lado, a veces despertando de paso la reflexión del lector hacia el propio poema –que es palabra– como en esta Casida del lector celoso: "Te buscas en mi poema/ como yo te buscaba/ en los cuencos vacíos de la luna.// Sospecho tu desvelo/ si no te reconoces". O en los versos finales de La materia y el signo: "Tu boca es el cementerio/ de todas mis libretas", preparándolo, quizá, para el inequívoco desenlace del Poema intrascendente.

Ya en la última parte, Ciudades interiores, termina el carril de la historia de amor que nos ha conducido hasta aquí con todo el contenido del libro. Termina de una manera espléndida, sin perder nunca su pasado de libro, con sus cinco partes ya leídas, ahora en el alma del lector, que asiste a las visitas de la poeta a esas ciudades que son a la vez antiguas, literarias, artísticas, ligadas a grandes poetas, acontecimientos, glorias y miserias de ayer. Va introduciéndole otra vez, ahora a un ritmo más tranquilo, más lejano, que también vuelve a alejar al lector, desde otras puertas de nuevo hasta la historia desde donde estaba llegando. Pero la invisible guía que lo ha conducido hasta el final también ha cambiado, ocurre como si el lector hubiera participado, no a través de su lectura sino acompañando a la poeta en su escritura. Ahora, en cada visita hay algunos versos de una belleza intimista que nos devuelven al sentido de los poemas leídos. Por ejemplo, en la Visita a la casa de Petrarca: ¿Qué se supone que haga en un museo?/ ¿Ir a poner mi flor en su ventana? [...] // Qué habría hecho Petrarca de un amor como el mío". O más trágicos: "Delante de mi asiento hay un mendigo./ Tiene un frasco en la mano./ De orín o de cerveza. Nadie sabe./ [...] Reconozco el amor de quien custodia lo único que tiene".

Y el lector aprende de golpe que no va a haber compasión para él en este libro. Que no escapará de sus historias de amor. Hallará comprensión, seguro que sí, los buenos poemas no pueden no desvelar, no consolar. Y, de pronto, el final del libro es este Souvenir de Piriápolis, versos de móviles rotos, ataúdes, audios, basura tecnológica, restos de ayeres lo suficientemente cercanos para que el dolor no esté lo bastante apaciguado. Entonces, además, "...el azar es súbdito del tiempo./ Sus avisos nunca son abstractos." Y para que todo quede claro acerca del consuelo el libro termina así: "Ahora,/ que no quedan registros del pasado,/ que perdimos el paraíso virtual de los mensajes,/ ojalá resucite, un día, en tu memoria / cuando escuches el mar."

Y mi pensamiento es conducido de golpe al principio que sentía tan lejano, demasiado lejano, y también le pido a María del Mar volar con ella.

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Joan Margarit

Sant Just Desvern (Barcelona), febrero 2020.

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