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Luces Rojas

El impacto de la crisis sobre el bienestar y la pobreza

España destruye 300.000 empleos hasta marzo

Olga Salido

La creciente preocupación por el impacto de la crisis sobre capas cada vez más amplias de la población ha hecho de la evolución de la pobreza un objeto de interés al alza tanto entre los expertos como en los medios de comunicación. Por otra parte, siendo el crecimiento desorbitado del desempleo uno de los rasgos más característicos del peculiar modo en que la crisis está afectando a la economía española, es frecuente encontrar razonamientos que ligan el meteórico incremento de las cifras del desempleo durante estos años a la evolución de la pobreza.

Sin embargo, como podemos ver en el siguiente gráfico, no parece existir una relación clara ni mucho menos directa entre paro y pobreza a nivel agregado: la tasa de pobreza se ha mantenido relativamente estable desde mediados de la década de los ochenta. Sólo a partir de 2010 la tasa de pobreza comenzó a crecer moderadamente, a razón de un punto por año, hasta 2011. Sin embargo, justo en 2012, cuando se produce el repunte más duro del desempleo en nuestro país, situándose por encima del 25%, la tasa disminuyó ligeramente, pasando del 21,8% al 21,1%.

Gráfico 1. Evolución de las tasas de paro y pobreza relativa. España, 2004-2012.

Fuente: Encuesta de Condiciones de Vida y Encuesta de Población Activa, INE.

En una fase del ciclo alcista esperaríamos, al menos intuitivamente, que la riqueza aumentara y que la pobreza disminuyera, y así de hecho parecen asumirlo la mayoría de los análisis. Sin embargo, no se encuentra un patrón sistemático en este sentido, ni en España ni en el contexto europeo.

El Gráfico 2 recoge la evolución en términos reales de la riqueza de diversos países desde 2007 hasta 2010, indexada por su PIB, y sus correspondientes tasas relativas de pobreza. Como podemos ver, España es el país donde la pobreza ha experimentado un incremento mayor desde 2007 (1,7 puntos porcentuales), pero no es el país donde el PIB haya experimentado una caída mayor. Este es sin duda Grecia, donde frente a un descenso de 8 puntos de su PIB (frente a 3 de España), sufre un aumento de tan sólo 0,4 puntos en su tasa de pobreza. Polonia, por su parte, es el país donde el PIB creció más desde el inicio de la crisis (11 puntos), y es al tiempo uno de los países con un aumento más destacado de la pobreza. En el otro extremo se sitúa Portugal, cuyo PIB cayó tan sólo 1 punto, al tiempo que su tasa de pobreza experimentó la caída más llamativa, 2,2 puntos.

Gráfico 2. Evolución de las tasas de pobreza relativa y el PIB. Países seleccionados, 2007-2010.

Fuente: Elaboración propia a partir de OCDE Database.

A la luz de estos datos parece claro que si bien es cierto que el desempleo mengua las rentas de quienes lo padecen, aumentando su situación de escasez económica en términos personales, no es fácil precisar ni el modo ni la intensidad en que puede afectar a las cifras agregadas de pobreza.

Hay una serie de mediadores que difuminan la relación entre paro y pobreza. El primero de ellos tiene que ver con el papel de la familia o, para ser más preciso, de los hogares: el desempleo es un fenómeno individual, mientras la pobreza es un fenómeno que, por lo general, se da en los hogares, a través de la combinación de los recursos de sus miembros. La dureza de la situación económica de una persona desempleada depende de la existencia y la cuantía de las rentas provenientes de los demás miembros de su hogar.

Cuando el desempleo se concentra en los sustentadores principales –o únicos– del hogar, la probabilidad de que afecte a las cifras globales de pobreza podría ser mayor que si se da entre segundos perceptores, léase hijos y cónyuges del sustentador principal. De acuerdo con algunos estudios, esto es lo que habría ocurrido en las pasadas décadas en España, cuando las elevadas cifras de paro de la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa se vieron acompañadas por niveles estables de pobreza y desigualdad. Mientras el desempleo era principalmente un problema de jóvenes y mujeres, de "segundos perceptores", las cifras del desempleo no habrían tenido un correlato en las de pobreza.

¿Debería cambiar esa situación en el nuevo contexto de crisis económica? Algunos datos nos invitan a pensar que sí. De hecho, la composición doméstica del paro parece haber experimentado algunos cambios. En el año 2005, cuando la cifra de desempleados se situaba por debajo de los dos millones, las mujeres clasificadas como cónyuges de la persona de referencia del hogar representaban el 21,6% de los desempleados, mientras otro 40,7% estaba formado por hijos e hijas. En aquel momento, los sustentadores principales varones representaban el 16,5% de los parados y las mujeres cabezas del hogar, otro 11,1%. La cifra total de perceptores principales en paro era de 527.300 personas.

En 2013, cuando la cifra global de parados superaba los seis millones, los sustentadores varones representaban más de una quinta parte de todos los parados (22.4%) y las mujeres sustentadoras principales habían pasado a ser el 17,3% del total. El paro de "primeros perceptores" habría aumentado más de diez puntos (de 26.,% a 38%), alcanzando ya a 2.359.000 personas. Pero la diferencia fundamental no está sólo en el volumen de sustentadores principales en paro, sino en la escasez de rentas provenientes de otros miembros de hogar. Los parados se convierten cada vez más en "hogares de parados".

En el peor momento de la crisis de los 90, la proporción de hogares con todos sus miembros activos en paro no superaba el 6,8%. Según las últimas cifras disponibles de la Encuesta de Población Activa (EPA), correspondientes al primer trimestre de 2013, esa proporción se eleva al 14,76% afectando a 1.906.100 hogares en la actualidad.

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Por otra parte, desde un punto de vista estrictamente metodológico, la estabilidad de la tasa de pobreza se debe primordialmente a su carácter relativo: la tasa de pobreza se calcula de manera relativa respecto a los ingresos medianos del conjunto de la población, por lo que al agudizarse la recesión y disminuir la renta media de los hogares y las personas, el umbral a partir del cual se calcula descendió, "sacando" de la pobreza a una parte de los que antes eran considerados pobres. Es importante tener en cuenta que los cambios en la distribución de los ingresos pueden dejar intacta la pobreza relativa, siempre y cuando no afecten a los umbrales respecto a los que esta se mide.

La primera reflexión nos lleva a una paradoja: es justamente porque se deterioraron los ingresos medios del conjunto de la población que la pobreza disminuyó, claro está, en términos relativos. La segunda, por su parte, invita a no extraer conclusiones sobre el nivel de carestía material del "conjunto" de la población pobre simplemente a partir de las variaciones en la tasa de pobreza. Ambas, a un tiempo, nos conducen al convencimiento de que las variaciones en la tasa de pobreza en ocasiones oscurecen más que iluminan la situación real de la gente, que debería ser el verdadero objeto de investigación en estos momentos.

Parece más sensato, cuando de explorar el cambio en la situación económica de la gente se trata, evitar hablar de pobreza en términos relativos y centrarnos en los cambios en los niveles de renta en términos absolutos. Hablar de "riqueza", en lugar de "pobreza" puede curiosamente ayudarnos a comprender mejor la situación de los más desfavorecidos y, sobre todo, su evolución a través del huracán que viene asolando la economía española, al igual que la de otros muchos países, desde el estallido de la crisis en 2008.

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