Luces Rojas

Alemania y sus debates electorales

Canciller alemana Angela Merkel.

Jacint Jordana

 

A menudo resulta algo irritante cómo se trata Alemania en la actual crisis europea. Es comprensible, pero también decepcionante. Primero, porque entre todos le hemos dado a este país una naturaleza de actor vivo, coherente, estratégico: inferimos sus intereses, atendemos a sus deseos, pensamos sobre sus sueños y pesadillas, criticamos sus supuestas posiciones… Apenas nadie habla de los banqueros alemanes globalizados, de los trabajadores alemanes sindicalizados, del inframundo de los minijobs, de las tensiones territoriales, o de muchas otras dimensiones que hacen de Alemania un país complejo, contradictorio incluso.

Esta simplificación, no obstante, no proviene sólo desde fuera de Alemania. La construcción mediática de la identidad nacional alemana en medio de la crisis ha sido un fenómeno impresionante en Alemania, poco percibido desde fuera del país. No sólo se trata de las habituales arengas del Bild Zeitung, sino que otro tipo de prensa, como Der Spiegel, o Frankfurter Allgemeine Zeitung, con amplio impacto entre las clases medias y profesionales alemanas, ha optado por simplificar su discurso de la realidad europea, apostando por el “nosotros y ellos”. Un ejemplo de ello fue cómo se extendió un discurso difuso que sugería que Alemania iba a pagar más por los rescates, cuando de hecho pagó igual que el resto de los países, ni más ni menos, sólo que de forma proporcional a su tamaño. En fin, un discurso nacionalista fácil, con argumentos bastante habituales, también, en muchos medios de comunicación de otros países europeos.

Cada vez más en Alemania, al igual que en otros muchos países, el discurso público sobre Europa se ha ido construyendo mediante dicotomías. Norte contra Sur, insiders frente outsiders, monetaristas frente a keynesianos, Alemania contra (casi) todos, etc.; los problemas complejos necesitan diagnósticos simples para ser comunicados de forma rápida y fácil en una sociedad ávida de la inmediatez. Estamos encerrados en nuestra propia identidad y nuestra razón comunicativa, y la persistencia de la doble crisis económica e institucional europea ha intensificado esta dificultad. Posiblemente poco podemos hacer para promover una deliberación más compleja en los tiempos actuales, aunque no se pueden dejar de añorar las lejanas reflexiones sobre democracia y comunicación, precisamente de algunos filósofos alemanes, como Jürgen Habermas, y de cómo una sociedad como la alemana había hecho de la complejidad deliberativa una cierta razón de ser de sus debates públicos.

Algunos episodios recientes, como el papel del Tribunal Constitucional alemán revisando continuamente las decisiones del legislativo y del ejecutivo en relación a temas de dimensión europea, son algo sorprendentes. A menudo no queda suficientemente claro que la intervención del Tribunal se produce porque algunos grupos, opuestos a una mayor implicación de Alemania en Europa, han interpuesto demandas que el Tribunal tiene que resolver, en el marco de la precisa cultura jurídica que envuelve la mayor parte de la política del país. Se trata, sin duda, de una táctica para agrietar los consensos políticos existentes, que la cobertura mediática amplifica. Hay que entender bien lo que hay detrás de estas actitudes: la des-implicación de Europa, casi un tabú político para las generaciones anteriores de políticos, pero que está tomando fuerza actualmente en Alemania. Muchas fuerzas coinciden, en parte de forma casual, en pensar que otro modelo es posible.

¿Cuáles son estas fuerzas? Por un lado, aquellos sectores económicos que más están ganando con la globalización, y que tienen poco que perder si la europeización se congela. Su ideal: convertir Alemania en una Suiza grande, casi un paraíso fiscal que todo el mundo desee por su arraigado liberalismo y sentido del orden. Por otro, aquellos sectores sociales que temen una Europa demasiado débil, que no sepa resistir las presiones globalizadoras de corte profundamente neo-liberal y que acabe siendo un gran mercado sin dimensión social. Su ideal, convertir Alemania en una gran Dinamarca, socialmente responsable y con capacidad de mantener una constante capacidad de innovación, que le permita conservar su especificidad en un mundo agresivamente globalizado. También hay sectores políticos que apuestan, cada vez más activamente, por una Alemania más autónoma, con más flexibilidad para establecer todo tipo de alianzas en unos escenarios globales muy cambiantes. Su ideal, parecerse más a Gran Bretaña y aprovechar nuevas oportunidades geopolíticas en estos escenarios.

Si en una cosa coinciden tales perspectivas, fácilmente identificables con distintas sensibilidades del espectro político alemán, es en evitar decisiones que puedan vincular de forma indisoluble el porvenir de Alemania con el resto de países de la Unión Europea, en particular de la Eurozona, y que en el futuro siga teniendo la opción de “salida”, por lo menos del euro. Como un agudo analista señalaba hace unas semanas en El País, mantener disponible esta opción de salida da un plus de poder negociador a Alemania en las siempre complicadas reuniones del Consejo Europeo, ya que la “salida” es mucho menos creíble para los otros países. Por ello, por la coincidencia de consideraciones a largo plazo y estrategias negociadoras a corto plazo, por presiones simplificadoras de los medios y por las incertidumbres del discurso integrador y europeísta, puede tal vez entenderse mejor la férrea oposición de la opinión pública alemana, y también de su gobierno, a las sucesivas propuestas de los eurobonos, que con diversos matices, pretenden poner fin de golpe a la crisis económica europea.

No se puede interpretar la opinión pública alemana como algo monolítico, ni pensar que está resurgiendo un nacionalismo alemán con pretensiones de tener un predominio europeo. Ni mucho menos. Lo que hay es una combinación de discursos superficiales, con alguna fantasía de rasgos inmaduros, junto con una dimensión de reflexión profunda, que empezó ya hace algunos años, con un debate solapado entre las élites sociales, políticas y económicas del país, sobre cuál es la mejor estrategia frente a la globalización en las próximas décadas, y los riesgos políticos y económicos asociados. De forma metafórica, las opciones son dos: cabalgar a lomos de la globalización, soltando lastre, y dejarse llevar, haciendo los ajustes internos necesarios –como hacen los países pequeños–, o bien reforzar Europa como un espacio de dimensión regional, suficientemente fuerte para mantener algunas especificidades sociales, y avanzar poco a poco hacia una espacio europeo de gobierno multi-nivel más efectivo.

Tampoco las posiciones más europeístas son homogéneas. El sueño de una “economía social de mercado” de dimensión europea sigue vigente, aunque con muchos retoques y ajustes, entre sectores políticos y sociales aún influyentes, mientras que la expectativa de un mercado europeo sin ningún tipo de barreras reguladoras ni discretas protecciones nacionales constituye una expectativa realista, que la crisis actual puede ayudar a acelerar. Consolidar el espacio económico europeo sigue siendo, sin duda, una tentadora oportunidad desde Alemania, que muchos sectores empresariales observan como un ámbito de expansión natural.

En suma, en la política alemana actual hay coincidencias en determinadas posiciones respecto a la coyuntura europea, pero ello no debe hacernos pensar que hay visiones homogéneas y aspiraciones comunes en todo el país. Hay diferencias territoriales: Baviera observa más a Suiza, Renania del Norte-Wesfalia a Dinamarca, Hesse a Inglaterra. Hay diferencias empresariales: la gran banca ya globalizada no ve muy necesaria una fortaleza europea, mientras que para muchos sectores manufactureros Europa es una garantía de estabilidad. Hay diferencias políticas: algunos partidos y colectivos profesionales piensan Europa como un club, y simpatizan en secreto con el modelo francés, mientras otros son fieles al modelo federal, incluso aceptando su dimensión supranacional al fin, como muchos países pequeños del continente. Algunos actores entienden Europa como la última oportunidad de tener una voz efectiva en un concierto internacional donde los países occidentales son cada vez menos hegemónicos, otros dan por descontado que esta voz va a declinar en cualquier caso, y que integrar la política exterior europea requerirá diversas generaciones, en el mejor de los casos.

No es fácil concluir. Alemania tiene su propio ritmo de digestión política, más lento en cierto modo que otros países europeos, pero también algo más orientado al largo plazo. Las elecciones federales del próximo setiembre van a ser muy importantes para Europa, aunque al final repita Merkel. La combinatoria de posibles coaliciones va ser examinada con lupa, no sólo de forma puramente matemática, sino también en relación a sus consecuencias para los dilemas expuestos aquí. Si se convierten en unas primarias de las elecciones al Parlamento Europeo, con la política europea como principal tema de campaña, van a marcar una determinado orientación para el futuro gobierno. Si la discusión es entre la “salida” o la “lealtad”, al margen de quién gane, mostrará dónde está el eje más importarte de tensión en los dilemas políticos del país. En poco tiempo saldremos de dudas.

Merkel apuesta por continuar recortando en Grecia y Steinbrück tilda de “fracaso” su política europea

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Jacint Jordana es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Pompeu Fabra y Director del IBEI (Instituto Barcelona de Estudios Internacionales).

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