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Luces Rojas

Los desafíos a los que se enfrenta Bachelet

Los desafíos a los que se enfrenta Bachelet

Andrew Richards

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El margen de la victoria de Michelle Bachelet en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 15 de diciembre de 2013 resulta impresionante a primera vista. Consiguió el 62,2% del voto gracias a una campaña ambiciosa que incluía una reforma fiscal, una reforma constitucional y, sobre todo, la promesa de establecer un sistema universal y de libro acceso a la educación superior en un periodo de seis años.

Bachelet ha sido la primera política de Chile que obtiene un segundo mandato (no consecutivo) desde el final de la dictadura de Pinochet. Por su parte, la derecha chilena, que se presentó bajo el nombre de Alianza por Chile, sufrió su segundo peor resultado, un 37,8% del voto, desde la llegada de la democracia.

Visto ahora, el triunfo de Bachelet en diciembre parecía inevitable. Cuando finalizó su primer mandato presidencial, tenía niveles de apoyo popular extremadamente altos; de ahí que en seguida apareciera como la candidata favorita, muy por encima de todos los demás, para las elecciones presidenciales de 2013.

El 30 de abril de 2013 se había constituido Nueva Mayoría, una coalición en principio difícil de manejar en la que participaban los cuatro partidos principales de la Concertación (el Partido Socialista de Chile, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido por la Democracia y el Partido Radical Socialdemócrata) además del Partido Comunista de Chile, el Partido de Izquierda Ciudadana de Chile, el Movimiento Amplio Social y varios independientes de centro izquierda. A pesar de esta diversidad, Bachelet consiguió en las primarias, en las que competían cuatro candidatos, el 73% del voto.

Aunque algunos comentaristas se sorprendieron de que no consiguiera una mayoría absoluta en la primera vuelta de las elecciones presidenciales el 17 de noviembre, debería recordarse que hubo nueve candidatos, un número record en la democracia chilena. Incluso con tantos candidatos, obtuvo el 46,7% del voto, muy cerca por tanto de la mayoría absoluta, y sacó una ventaja de más de veinte puntos sobre su rival inmediata, Evelyn Matthei.

Para hacer una justa valoración de su victoria, conviene, no obstante, introducir dos matizaciones. En primer lugar: si bien es cierto la popularidad de Bachelet en el centro izquierda era abrumadora, también hay que reconocer que la derecha se encontraba en un mal momento. La popularidad de Sebastián Piñera, el anterior presidente, alcanzó su máximo en 2010, pero un año después se hundió en medio de lo que la BBC llamó “el hervor de la agitación social”, manifestada de forma paradigmática en las movilizaciones de los estudiantes universitarios, que pedían reformas educativas y políticas y que no han cesado desde entonces.

Además, Bachelet se benefició de la división y la confusión que reinaron durante el proceso de elección del candidato presidencial de la derecha. A diferencia de la unidad (relativa) de Nueva Mayoría, los dos grupos que habitan en la Alianza por Chile se enfrentaron en una batalla amarga. El 30 de junio de 2013, Pablo Longueira, de la Unión Demócrata Independiente (UDI), que había sido ministro de Economía, Turismo y Desarrollo en el Gobierno de Piñera entre 2011 y 2013, se impuso a Andrés Allamand, de Renovación Nacional, por un ajustado 51,4% del voto. Tan solo 17 días después de su victoria, Longueira, de forma inopinada, se retiró de la competición, aduciendo razones de salud. A los tres días, fue sustituido por Evelyn Matthei, también de la UDI.

Matthei también había formado parte del Ejecutivo de Piñera, habiendo sido ministra de Trabajo y Seguridad Social. Su apoyo incondicional a las políticas neoliberales de privatización de Piñera, así como su oposición a las propuestas de Bachelet sobre la reforma educativa, le granjearon a Matthei gran impopularidad en el electorado. Por otro lado, en un ambiente político muy cargado por ser el 40 aniversario del golpe que expulsó a Allende del poder, la candidatura de Mattei estuvo marcada desde el comienzo por el papel de su padre primero como ministro de Sanidad y luego como comandante en jefe de la Fuerza Aérea con Pinochet. Pero para su reputación fue aún peor cuando resurgieron acusaciones de la implicación de su padre en la muerte del padre de Bachelet, que era partidario de Allende, el general de Brigada de la Fuerza Aérea, Alberto Bachelet, en marzo de 1974.

En segundo lugar, aunque sería exagerado interpretar la gran victoria de Bachelet como resultado de la impopularidad de la derecha, el hecho de que un número tan elevado de chilenos no acudiera a las urnas invita a rebajar el nivel de entusiasmo con el programa política con el que se presentó a las elecciones y muestra una actitud crítica con la clase política en general. En la primera vuelta de las presidenciales, solo votaron el 49,3% de los votantes registrados; en la segunda vuelta, cayó al 42%.

Como han señalado Peter Siavelis y Kirsten Sehnbruch en The Monkey Cage, es cierto tanto que Bachelet obtuvo la victoria más amplia en la historia política reciente de Chile como que consiguió menos votos que en un primer mandato presidencial en 2006. Parece claro que el programa social y económico progresista de Bachelet le permitió ganar entre aquellos que se tomaron la molestia de ir a votar, pero los altos niveles de abstención arrojan cierta sombra sobre una candidata que se ha comprometido a realizar cambios económicos, políticos y sociales profundos.

Esos cambios parecen necesarios. En términos relativos, Chile continúa siendo una de las naciones más prósperas de América del Sur. Su Renta Nacional Bruta per cápita en 2011 eran 12.280 dólares, por encima de Venezuela (11.820$), Brasil (10.720$), Argentina (9.740$) y México (9.240$). Pero, como es bien sabido, Chile también destaca por una distribución de la renta extremadamente desigual. El gasto del gobierno central en beneficios sociales bajó del 4,8% del PIB en 2009 al 3,9% en 2013. Si bien el gasto social total subió durante el primer mandato de Bachelet del 9,3 del PIB en 2006 al 10,8% en 2010, cayó ligeramente con Piñera, situándose en el 10,2% en 2012.

La pobreza, aunque alejada de los niveles atroces de la época de Pinochet, no acaba de reducirse. De hecho, durante el primer mandato de Bachelet, la proporción de la población por debajo del umbral de pobreza pasó del 13,7% en 2006 al 15,1% en 2009, un aumento que Piñera criticó con dureza. No obstante, el anuncio de Piñera en julio de 2012 de que la tasa de pobreza había bajado al 14,1% provocó una reacción airada de incredulidad y fue cuestionado incluso por el Financial TimesFinancial Times. Según la OCDE, Chile, a finales de los 2000, tenía el coeficiente Gini (después de impuestos y transferencias) más alto de todos los países que pertenecen a dicha organización, por encima de Estados Unidos. Esta desigualdad persistente, sumada a una ralentización del crecimiento económico, es lo que ha impulsado el descontento popular y la apatía política de los últimos años.

Hay un acuerdo bastante general (aunque lejos de la unanimidad) en que el programa de Bachelet para su segundo mandato es progresista en lo económico y en lo social. Su capacidad para ponerlo en práctica será clave para recuperar el apoyo de esa gran franja del electorado chileno que se ha distanciado de la política y que eligió no votar en 2013. Para Bachelet, hay un problema añadido al apoyo ambiguo que ha recibido de la sociedad, que tiene que ver con las limitaciones institucionales. Su victoria presidencial vino acompañada por los buenos resultados de Nueva Mayoría en las elecciones parlamentarias del 17 de noviembre pasado. La coalición se hizo con 12 de los 20 escaños que había en juego en el Senado, lo que le da un total de 21 escaños en una cámara de 38; asimismo, consiguió 67 de los 120 escaños en la Cámara de los Diputados.

Aunque estas mayorías son importantes y suficientes para tomar ciertas medidas, como la reforma fiscal, no bastan para las reformas profundas a las que aspira la coalición y que demandan amplias capas de la población. Por ejemplo, se quedan lejos de la mayoría de cuatro séptimos necesaria para aprobar la reforma educativa o de la mayoría de dos tercios que se precisa para cambiar la Constitución de 1981 de Pinochet. En algún momento, Bachelet tendra que buscar el apoyo, o al menos la aquiescencia, de una parte de la derecha chilena, bien conocida por su intransigencia. La derecha puede elegir entre el apoyo a ciertas reformas económicas y sociales progresistas (aunque solo lo haga por su supervivencia política) o puede continuar con su papel, lamentable y miserable, de defender, por encima de todo, a la minoría de los privilegiados.

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Andrew Richards es investigador senior en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March. Doctor por la Universidad de Princeton, es autor del libro Miners on Strike (Berg, 1996). En la actualidad está escribiendo una biografía de Salvador Allende.

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