Luces Rojas

El final de una era. Sobre Tony Benn

El exdiputado laborista Tony Benn, en una imagen de archivo.

Andrew Richards

Versión en inglés  

La muerte de Tony Benn el pasado 14 de marzo, a la edad de 88 años, supone el final de una de las trayectorias más brillantes y controvertidas de la política británica moderna. La izquierda ha perdido una figura que había alcanzado la fuerza de un icono. Benn ejerció altas responsabilidades en los gobiernos laboristas de los 60 y 70, siendo ministro de Tecnología (1966-70), secretario de Estado de Industria (1974-75) y secretario de Estado de Energía (1975-79).

Cuando abandonó la Cámara de los Comunes, con motivo de las elecciones de 2001, era el parlamentario con más experiencia del Partido Laborista, un récord que será difícil de superar. Gozó de un amplio reconocimiento como el mejor orador político de su generación.

Fue también un escritor prolífico. Entre otros, sus libros Arguments for Socialism, publicado en 1980, y Arguments for Democracy, en 1981, fueron grandes éxitos de ventas. Debe destacarse de forma especial sus nueve volúmenes de diarios políticos (el último publicado en octubre de 2013), una obra que, según el criterio de periodistas, académicos y políticos de muy diverso signo, constituye, con gran diferencia, la mejor crónica de la política británica de la postguerra. Quizá sea este su legado más duradero, el testimonio elocuente y ameno de un político cuya carrera coincide con un periodo de profundo cambio económico y social.

La imagen de Benn como un socialista radical (al que el diario The Sun, con su habitual carga vitriólica, describió en una ocasión como “el hombre más peligroso de Gran Bretaña”) se había ido fraguando lentamente y fue resultado, sobre todo, de su experiencia ministerial. Como ministro de Industria, en los 60 comprobó el inmenso poder que poseen los banqueros y los grandes industriales, así como la capacidad de la administración para neutralizar los deseos de cambio del Gobierno.

En 1976, cuando el paro subía con fuerza y la economía estaba estancada, el Gobierno laborista aceptó de mala gana un préstamo del FMI que tenía como contrapartida fuertes recortes del gasto público. Benn, sin éxito, luchó por una Estrategia Económica Alternativa que evitara el préstamo. Su fracaso en el seno del Gobierno le reforzó en su convicción de que una intervención decidida del Estado en la economía era la única forma de preservar la independencia del Ejecutivo ante los intereses capitalistas nacionales e internacionales.

Sobre esta misma base, se había opuesto el año anterior a la entrada de Gran Bretaña en la Unión Europea (UE). A su juicio, la UE no estaba sujeta a mecanismos de control democrático y suponía una amenaza para la soberanía nacional, en tanto que impedía a los gobiernos llevar a cabo reformas significativas en cuestiones sociales y económicas. Nunca se desvió de esta postura, que en estos tiempos se ha vuelto más popular, si bien su crítica de la UE nunca tuvo nada que ver con la xenofobia zafia del abominable United Kingdom Independence Party, el partido ultraderechista que está ganando apoyos en el electorado británico.

Benn alcanzó su máxima influencia en los primeros 80. Fue el portavoz habitual y carismático del ala izquierda del Partido Laborista, protagonizando batallas ideológicas feroces que consumieron al partido tras su derrota en las elecciones de 1979. Tenía gran apoyo entre la militancia y los sindicalistas, así como una base institucional sólida dentro del partido como presidente del Home Policy Committee: utilizó ese apoyo y esa base institucional para encabezar una revuelta izquierdista en el partido.

En 1981 optó a la vicesecretaría general del partido compitiendo con Denis Healey (quien había sido ministro de Hacienda en el periodo 1974-79); fue una lucha sin cuartel y Benn perdió al final por un margen estrechísimo, obteniendo el 49,54% del apoyo frente al 50,46% de Healey. Aunque ya nunca se recuperó de aquella derrota, su liderazgo en el ala izquierda del partido hizo posible que el programa electoral de 1983 fuera el más radical de la historia del Partido Laborista: aquel programa anunciaba una intervención masiva del Estado en la economía, para reducir los niveles de paro (que estaban en máximos históricos) y estimular el crecimiento, además de la salida de la UE (sin referéndum) y el desarme nuclear unilateral.

Este tipo de medidas provocó la escisión de un grupo de moderados, quienes acabaron formando el Partido Social Demócrata. La ruptura del laborismo condujo a una victoria amplia del Partido Conservador de Thatcher, quedando el Partido Laborista cerca de una ignominiosa tercera posición en las elecciones. Ante el batacazo electoral, un diputado laborista moderado describió el programa electoral de 1983 “como la más extensa nota de suicidio jamás escrita”.

Benn, sin embargo, fue contumaz. A pesar de que él mismo perdió su escaño en la debacle electoral (regresó al Parlamento al año siguiente, presentándose por otro distrito), declaró que las elecciones de 1983 fueron un triunfo, pues nunca tanta gente (el 27,6% de los votantes) había apoyado un programa verdaderamente socialista.

En cualquier caso, 1983 supuso un punto de inflexión en la historia del Partido Laborista. Benn quedó asociado para siempre a la gran derrota (muchos le responsabilizaron de ella). No obstante, Benn se mantuvo muy activo dentro y fuera del Parlamento, actuando como un crítico duro de los Gobiernos conservadores de Thatcher y Major. Apoyó con decisión la huelga de los mineros de 1984-85, en un momento en el que el liderazgo del partido trataba de distanciarse del sindicalismo militante.

Denunció una y otra vez la legislación anti-sindical aprobada por los conservadores en los 80; continuó siendo una figura clave en la Campaña por el Desarme Nuclear; y alzó su voz con fuerza contra el intento (fallido) de Thatcher de imponer, en 1990, el muy regresivo poll tax. Fue siempre un enemigo declarado del apartheid (en los 50, fue el primer parlamentario en presentar una moción de condena) y condenó en consecuencia el rechazo del Gobierno conservador a imponer sanciones económicas al régimen racista de Sudáfrica.

Resultó conmovedor y admirable que en lo que fue su última aparición pública, en diciembre de 2013, un Benn frágil pero todavía lúcido pronunciara un discurso elocuente y emocionante en el homenaje del Parlamento británico a Nelson Mandela, elogiando su lucha por la justicia “no como sudafricano, o como negro, sino como miembro de la humanidad”.

Benn nunca llevó bien el giro hacia la moderación que emprendió su partido tras 1983. Consideró que el liderazgo y el Gobierno de Tony Blair fueron un desastre sin paliativos. En septiembre de 2010 escribió una ácida reseña de las memorias de Blair en The Observer, en la que condenaba la transformación del Partido Laborista, que había pasado “de ser una alternativa radical a una secta cuasi-Thatcherita”. El “Nuevo” Laborismo, añadió, había alejado al partido de “su base natural de apoyo público, creando un sentimiento general de cinismo ante la política británica que todavía estamos sufriendo”.

Aunque no era un pacifista a ultranza, se indignó con la implicación militar de los gobiernos de Blair y Brown en Irak y Afganistán. En 2001, cuando abandonó el escaño, aceptó ser presidente de la Coalición Stop the War (parar la guerra), puesto en el que fue reelegido en 2004 y 2008 y que conservó hasta el momento de su muerte. En febrero de 2003, habló ante los más de 750.000 participantes en una protesta contra la guerra en Londres, que, según la propia policía, fue la manifestación más grande de la historia británica.

En los numerosos obituarios y análisis que han aparecido en la prensa británica después de su fallecimiento, muchos han cuestionado el juicio político de Benn, pero son muy pocos quienes se han atrevido a dudar de su integridad, la fortaleza de sus convicciones políticas o el compromiso que mostró a lo largo de toda su vida con la democracia parlamentaria y los ideales radicales de justicia social.

A partir de mi propia experiencia personal con Tony Benn, puedo dar fe de su encanto personal y su impresionante erudición, lo que quizá explique que, en el momento de su muerte, haya conseguido el aplauso de todo el espectro político (por ejemplo, Christopher Hope, analista político senior de The Daily Telegraph, un periódico en las antípodas ideológicas de Benn, ha escrito que “Westminster ha perdido un coloso”).

En una de sus excentricidades típicas, Benn, ya con una edad avanzada, grabó un vídeo para ser emitido tras su muerte. En él dijo: “He tratado siempre de decir lo que pienso, eso es lo que hay que hacer en política”. En un tiempo como el actual en el que se extiende la apatía y el cinismo, ¿qué más puede pedir el votante de un político?

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Andrew Richards es investigador senior en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales del Instituto Juan March. Doctor por la Universidad de Princeton, es autor del libro Miners on Strike (Berg, 1996). En la actualidad está escribiendo una biografía de Salvador Allende.

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