Luces Rojas

En busca de un líder

Mariano Rajoy, este martes en el debate del estado de la nación.

Carlos Rodríguez Pérez

Un líder tiene la audacia suficiente para que en su marcha le echen de menos, no para que le echen de más. Un líder es capaz de movilizar y generar adhesiones en aras de una visión de futuro compartida entre sus gobernados. Un líder tiene pasión, esa cualidad que Max Weber elevaba al grado de virtud moral de la política, antesala de un carisma, llave para reunir seguidores en torno a un liderazgo puesto en marcha en un determinado contexto. Pero a tenor de los barómetros de opinión del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el solsticio político español brilla más de noche que de día.

La caída en intención de voto de los dos principales partidos (PP-PSOE) solo puede entenderse por una clarividente falta de liderazgo en una etapa de intensos cambios y desafíos políticos, económicos y sociales. Joseph S. Nye (Las cualidades del líder, Paidós, 2011) sostiene que en épocas de crisis –y la que actualmente atraviesa España es de considerable magnitud– la angustia que sufre la gente los debería empujar a buscar un líder carismático para paliar la necesidad de orden. En España, la crisis es triple: política, económica y social (el orden lo dejo al libre albedrío de cada uno), pero el magnetismo carismático de Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba sigue generando repulsión.

Nye divide las cualidades del buen líder en tres categorías: el soft power (autocontrol, empatía, visión y comunicación), hard power (habilidad política y organizativa) y el smart power (inteligencia contextual). Vayamos una por una, analizando cada una de estas cualidades sobre el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba.

Tanto Mariano Rajoy como Alfredo Pérez Rubalcaba empezaron su curso legislando en negativo (Barómetro del CIS, enero 2012) y continúan en esa dirección, esperando, como agua de mayo, esa reválida en forma de elecciones europeas. Claro que si alguno perdiera, cosa que en el discurso político posterior no suele reflejarse, asumirían el planteamiento de Paul Valéry de que la derrota ni crea ni transforma, simplemente se recicla. Supongo que llegarían hasta ahí, porque Valéry prosigue diciendo: como todo desperdicio.

Nye destacaba como cualidades del liderazgo el autocontrol, para evitar pasar por la procesadora de residuos, y el saber llegar a los demás, la empatía, como termómetros de la confianza y del optimismo; de la inteligencia emocional aletargada por el frío del norte europeo que mece la política española. Sin embargo, entrar en calor no es fácil mientras los labios se resquebrajan y tirita la voz al tiempo que el mensaje balbucea sobre calles en las que saltan chispas a menudo. Un camino en el que hay más ruido que comunicación. Un zoco donde únicamente salen airosas las dudas.

La visión, como atributo que destaca en la corriente del Nuevo Liderazgo, es para Nye, una imagen que otorga significado a una idea inspiradora. El “Súmate al cambio”, lema de la campaña electoral de 2011 de Mariano Rajoy, era pancarta de nuevos objetivos comunes que impulsaran un futuro inalcanzable con las cifras de la prima de riesgo personificadas en el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero, con el que evitar una intervención, travestida en rescate, pero negada por la degeneración social que ello provocara.

La visión de un líder transformador, por tanto, aportaría la capacidad necesaria para construir las vías por las que transitarán unas bienaventuradas políticas. Y serán esas vías la herramienta que imantará el carisma y liderazgo que recibirá de sus seguidores.

No obstante, los barómetros de opinión confirman la tendencia de que ni Mariano Rajoy ni Alfredo Pérez Rubalcaba entonan el mensaje transformador –ni racional ni emotivo– que frene la sangría de votantes perdidos. Y en ello, hay fallos comunicativos sobre un tablero donde emisores, receptores y contexto han dejado de sentirse miembros del mismo equipo.

El estudio del CIS, tras finalizar el último debate sobre el estado de la nación, concluyó que para el 73,4% de los españoles el mensaje de Rajoy generó poca o nada de confianza en el futuro económico. La percepción sobre el mensaje de Rubalcaba fue que para el 83,2% tiene pocas o ninguna propuesta real frente a la política del Gobierno. Un 69,2% creyó que Rajoy no tuvo sensibilidad hacia los problemas de los españoles (la inteligencia emocional, según Nye), mientras que sobre el discurso de Rubalcaba fue un 38% la que percibió nula sensibilidad.

Las características anteriores hacen referencia a lo que Nye denomina soft power, distinto al hard power que integra la habilidad organizativa (capacidad para gestionar, coordinar e integrar todos los recursos para la consecución de los objetivos planteados) y la habilidad política maquiavélica, que abarca la intimidación, la manipulación y la negociación así como la inspiración, la intermediación en acuerdos beneficiosos y el desarrollo de redes de confianza con los que construir capital político para negociar con grupos de seguidores más grandes.

Según la II Encuesta Preelectoral de las Elecciones Generales de 2011, elaborada por el departamento de Ciencia Política de la Universidad de Murcia, Rajoy obtuvo una mejor valoración en los atributos de gobierno (capacidad de formación de gobierno, de mejores propuestas económicas y de reducción del desempleo); mientras que Rubalcaba obtuvo mejores valoraciones en los atributos de eficacia política (en especial, la capacidad de diálogo y de acuerdos). Para el conjunto de los electores, Rajoy ganaría a Rubalcaba en habilidad organizativa y perdería en aptitudes políticas maquiavélicas. Pero el análisis debe tener en cuenta el contexto español ante aquellas elecciones.

En épocas de crisis predomina la dimensión competencial frente a la dimensión de integridad propia de los periodos de estabilidad en los atributos del candidato ideal. Por tanto, para los ciudadanos, el perfil de presidente ideal debía tener propuestas para solucionar los problemas derivados de la crisis económica y el desempleo; además de ser honrado y sincero. En los cuatro, ganaba Mariano Rajoy a Alfredo Pérez Rubalcaba. Un dato significativo que explica, en parte, la mayoría absoluta del Partido Popular (PP) y el declive del Partido Socialista (PSOE). Lo que sucede en el presente es ya otra historia para otro análisis.

Si el liderazgo está circunscrito al triángulo formado por líder, seguidores y contexto, las aptitudes y técnicas de liderazgo eficaz de Nye constan de tres vértices: el soft power, el hard power y el smart power. Sostiene Nye que los líderes con inteligencia contextual (smart power) tienen la capacidad de fijar una ruta definiendo el problema al que se enfrenta el grupo. Entienden la tensión entre los diferentes valores que inciden en una cuestión y saben hallar el equilibrio entre lo deseable y lo factible.

Es decir, tienen un diagnóstico certero del contexto, capaz de identificar las tendencias y en aras de ello definir la táctica y la estrategia. Esto incluye la inteligencia emocional para adaptar no solo los mensajes, sino la aptitud y la sensibilidad por las necesidades de la gente. El paro, los desahucios o el encaje de Cataluña en España son ejemplos de cómo no adaptar la comunicación política al contexto, de cómo no adaptar el mensaje a los problemas de la gente.

Ronald Heifetz, director-fundador del Centro para el Liderazgo Público en la facultad Kennedy de Harvard establece, en forma de metáfora, que un líder debe “salir al balcón” para ver las cosas con perspectiva y observar la actividad febril que impera en la calle, regular el “nivel de zozobra”, “devolver el trabajo a la gente” y proteger “las voces de abajo”.

Se trata de una imagen requerida para el buen liderazgo. Una imagen muy diferente a la de ser simplemente “el decididor”, dice Heifetz. Una metáfora que se adapta (por oposición) al liderazgo de Mariano Rajoy, enfocado únicamente en la macroeconomía (deuda pública, déficit, exportaciones y reformas) que le permite navegar por el Cabo de Hornos escoltado por la mayoría absoluta que le ampara sin observar el estado de la población a bordo.

Un líder no se erige en tal si no existe dicha percepción por parte de los ciudadanos. Un líder no puede ser líder sin comunicación. La comunicación sirve para posicionar su figura, los apoyos, generar credibilidad y confianza, mejorar su visibilidad y difundir su visión para reclutar seguidores. El liderazgo político es relacional y requiere un líder político con seguidores que interactúe con ellos y con el contexto para activar las estrategias de comunicación.

La pasión por un proyecto no puede leerse en los papeles ni transmitirse a la prensa por televisores de plasma. Eso solo manifiesta lo que se dijo y lo que se hace; lo que se hizo y lo que se promete que se hará cuando se vuelva al Gobierno. Es el contexto el que hace al líder y en esas está España: en busca de un líder. ________________________________________________

Carlos Rodríguez Pérez (@CarlosRguezPrez) es periodista especializado en comunicación política. Ha trabajado en varias redacciones tanto locales como nacionales. Máster en Comunicación Política e Institucional por el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset y miembro de la asociación de consultores políticos ALICE.

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