Luces Rojas

La segunda venida de Cristo

José María Aznar, el pasado 29 de noviembre en Valladolid, en la presentación de su último libro de memorias, 'El compromiso del poder'.

La idea de progreso es una noción compleja, más discutible de lo que a primera vista pueda parecer. Aunque estemos tentados de pensarlo, las sociedades no avanzan necesariamente hacia un mundo mejor. Sólo hay que ver lo que está sucediendo en nuestro país para advertirlo. Del mismo modo, la idea de que la modernidad favorece la desaparición de las creencias religiosas tampoco es tan evidente. Podría suceder exactamente lo contrario.

Ahora que el gobierno del Partido Popular está desmantelando el Estado del Bienestar; ahora que no hace más que erosionar los derechos y libertades de la ciudadanía; ahora que nuestros obispos se sienten tan respaldados que no tienen rubor en actuar contra mujeres y homosexuales con el mismo integrismo que, dicen, tuvo que soportar Jesucristo; ahora, les decía, quizá sea el momento de reflexionar sobre el modelo de sociedad que el neoliberalismo, junto con el ala más intransigente de la Iglesia española, quieren imponernos.

Comencemos aclarando un asunto básico: dentro de la Iglesia existen distintas iglesias, diferentes proyectos y formas de entender la acción pastoral. Basta pensar en los Legionarios de Cristo y en la Teología de la Liberación para captar sus diferencias. Lo que sucede es que algunos sectores de la Iglesia, desgraciadamente predominantes en nuestro país y que han gozado durante mucho tiempo de abundantes privilegios, aspiran a inmiscuirse cada vez más en nuestras vidas, a manosear y a dominar nuestras conciencias. Desde una posición intolerante, caracterizada por sus ansias de monopolio ideológico, desean imponer sus dictámenes a toda la sociedad.

En la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), creada y presidida por don José María Aznar, llevan tiempo esforzándose para que la religión esté cada día más presente en los asuntos públicos. Ya sé que el señor Aznar, en el discurso de presentación de FAES a la sociedad (Razón y libertad, 1992) dijo todo lo contrario. En aquella ocasión afirmó que sustentaba “la radical convicción de que la vía racional es (…) aquella que mejor conviene a la organización de la sociedad”. También declaró, imagino que en tono solemne, lo siguiente: “Sin descartar la fe o la intuición como métodos de abordaje a la realidad, no creo que sean adecuadas para sentar las bases de la convivencia humana”.

Una vez más comprobamos cómo las palabras de Aznar sólo tienen valor retórico. Así como él quiere hacerse pasar por demócrata liberal cuando en realidad es un fundamentalista del mercado, también pretende hacer pasar a FAES por una organización liberal de centro. Su fundación, en realidad, es una herramienta para desarrollar e imponer esas políticas fundamentalistas. La realidad es que en las distintas publicaciones de FAES, y especialmente en Cuadernos de pensamiento político, es frecuente encontrar textos relacionados con la religión. Pero, ¿de qué tipo?

Por un lado encontramos artículos que, versando sobre el cristianismo o el judaísmo, subrayan lo beneficiosa que para la convivencia es la libertad religiosa, la necesidad de ser tolerante con quien profesa convicciones distintas. Pero por otro lado abundan textos sobre el islam escritos en un tono irrespetuoso y dogmático. Títulos como El islam moderado: ¿Una literatura de ficción? o Los musulmanes en Europa, un desafío a las ideas liberales, ya son significativos. Imaginen su contenido.

Para FAES, entonces, la religión no puede “sentar las bases de la convivencia humana”, pero los textos religiosos abundan en la revista estrella de la fundación: eso sí, siempre alabando la tradición judeo-cristiana y atacando con brutalidad al islam. Libertad y tolerancia para todos, aunque sólo si son de los nuestros. Deístas y ateos, panteístas y agnósticos: avisados quedan.

Pero en 2012, cuando Mariano Rajoy ya es presidente del Gobierno, sucede algo curioso. En cada uno de los números de Cuadernos de pensamiento político de ese año se incluye algún artículo que insiste en los vínculos existentes entre la religión y la cosa pública. ¿Por algún motivo? Si FAES, como su propia página web indica, “es un gran laboratorio de ideas y programas”; y si su objetivo es que esas ideas sean “asumidas por los responsables políticos y transformadas en acción política”, la cosa está más que clara: desde FAES están interesados en generar una corriente de opinión favorable a esa interrelación. Veamos, brevemente, las ideas centrales de dichos artículos. Iremos de atrás hacia adelante.

En octubre Jonathan Sacks, líder espiritual de la United Synagoge, reflexiona sobre Los límites del laicismo. Su tesis defiende que la religión nos hace ser mejores personas, más altruistas, generosas y comprometidas socialmente: “Una sociedad sin fe es como una sociedad sin arte, música, belleza o gracia, y ninguna sociedad sin fe podrá pervivir durante mucho tiempo”.

En julio le toca el turno a Eugenio Nasarre. Su artículo, titulado La «cuestión religiosa» en la Transición, incide en el talante, la generosidad, la tolerancia y la excelente disposición de la Iglesia española durante ese período histórico con respecto al tema de la religión. Nasarre cita y comparte la opinión de monseñor Yanes: “Se trata de una Constitución para España, es decir, para un país cuya escala de valores, cuya cultura, cuya historia está íntimamente entrelazada con la presencia de la Iglesia”.

José María Carabante publica en abril De laicista a laico. Jürgen Harbermas y el uso estratégico de las creencias religiosas. Utilizando sesgadamente algunos argumentos de Habermas, el artículo trata de justificar la presencia de la religión en la esfera pública. Lo hace, sin embargo, ignorando intencionadamente tanto el contexto como el espíritu con el que el filósofo lo redactó.

¿Un ejemplo? El artículo del pensador alemán que más cita Carabante es ¿Qué significa una sociedad «postsecular»?. Si acudimos a la traducción original, aparecida en un volumen titulado ¡Ay, Europa! (Trotta, 2009), descubriremos que el título de ese artículo ha sido mutilado: cuando Habermas escribe ¿Qué significa una sociedad «postsecular»? Una discusión sobre el islam en Europa, lo redacta con unas intenciones y unos objetivos muy distintos a los que luego le reconoce Carabante, quien afirma que “ha llegado la hora de admitir en la esfera pública el contenido moral y cultural de las religiones universalistas”.

Finalmente, en enero, Elena Otero-Novas Miranda escribe La dimensión pública y colectiva de la libertad religiosa, un texto que incide en los mismos temas que los anteriores y del que me ocuparé más adelante. Lo que me interesa destacar ahora es que algún tiempo después de la aparición de estos artículos –en diciembre de 2013–, José Ignacio Wert presenta una reforma educativa de gran calado. Esta nueva ley elimina la asignatura de Educación para la Ciudadanía y refuerza enormemente la de Religión, así como la educación segregada por sexos.

Días más tarde, Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia, anunciaba la ley del aborto más dura y restrictiva de la democracia; una decisión calificada, incluso por diarios conservadores como The Times, como un “abuso de poder” que “dañará la salud y la vida familiar de las mujeres”, considerándola además propia de un gobierno autocrático. Las iniciativas de Wert y Gallardón cuentan con el beneplácito de la Conferencia Episcopal. Mejor eso que nada, pensarán nuestros prelados. En FAES, imagino, también estarán razonablemente contentos.

Cómo de católica será España en el futuro no lo sabemos, pero lo que sí puede averiguarse es en lo que se convertirá si FAES y la Conferencia Episcopal logran imponer sus consignas religiosas entre nuestros gobernantes. En este sentido, el artículo ya citado de Otero-Novas es paradigmático, pues aúna las doctrinas neoliberales con la manifestación más rancia del catolicismo autóctono. Detengámonos un momento en él.

Aunque publicado en enero de 2012 en Cuadernos de pensamiento político, idéntico texto aparece publicado aproximadamente un mes antes en Forum Libertas.com, un “diario digital al servicio de la libertad y la dignidad de las personas”. Sin embargo, lo hace con otro título. ¿Quieren saberlo? El crucifijo en la escuela pública a debate. La dimensión pública y colectiva de la libertad religiosa.

Aunque a Elena Otero-Novas Miranda se la presenta como jurista, también ha ejercido como Secretaria General de la Fundación Universitaria San Pablo CEU. Y desde junio 2012 forma parte del Consejo de Administración de Sacyr Vallehermoso, una de las mayores empresas constructoras de España. Hablamos, pues, de una mujer que combina unas profundas convicciones religiosas con labores de alta gestión empresarial y asentados conocimientos jurídicos. Y así es cómo Otero-Novas disfraza argumentalmente su artículo, apelando a lo jurídico: amparándose en la libertad religiosa y en el constitucionalismo contemporáneo. Sin embargo, toda su elaborada construcción teórica se desmorona leyendo con atención la primera frase de su texto. No hace falta más:

“En la cultura occidental, la historia de las relaciones Iglesia-Estado está presidida por las conocidas palabras de Cristo, recogidas en el Evangelio: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es Dios [sic]»”. Si se fijan, son las palabras de Cristo las que presiden las relaciones Iglesia-Estado; es Dios quien decide cómo han de ser esas relaciones. Menos mal que Jesucristo separó los intereses del César de los de la Santísima Trinidad; si llega a tener cualquier otra ocurrencia no quiero pensar dónde estaríamos.

Esta separación entre política y religión –continúa la autora– ha sido siempre así: “Es más, aun cuando en determinados momentos históricos el expresado dualismo ha podido oscurecerse en sus aplicaciones prácticas, en sus formulaciones doctrinales nunca ha llegado a desaparecer”. Esta frase, que en principio es empleada para subrayar el respeto de la Iglesia hacia los asuntos públicos enseguida se vuelve en su contra. ¿A qué momentos históricos de “oscuridad” se refiere?

¿Podría estar aludiendo al papel de la Iglesia durante el franquismo? ¿A su connivencia durante casi cuarenta años con una dictadura nacional-católica que no hacía más que adoctrinar a los niños, que no reconocía prácticamente derechos a la mujer y que reprimía a los homosexuales como si fueran delincuentes o enfermos mentales? De acuerdo, parece querer decirnos Otero-Novas, ha habido períodos “oscuros” en la separación entre política y religión, pero en la teoría esa separación siempre se ha mantenido.

¿Qué tipo de justificación es esa? ¿Nos tomamos a Dios al pie de la letra o no? Una disonancia tan grande entre doctrina y práctica podría merecer calificaciones de hipocresía, falsedad, doble moral o desvergüenza. ¿O acaso la Iglesia, en determinados momentos históricos, ha hecho caso omiso de lo que dicen sus textos sagrados? ¿Habrá podido cometer semejante herejía?

Por lo demás, la autora aboga por la eliminación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía al considerar que adoctrina a los estudiantes; también defiende la presencia del crucifijo en la escuela pública: “Siendo cierto que la cruz tiene una evidente dimensión religiosa, no es menos cierto que para la civilización occidental la cruz tiene un valor histórico y cultural que desborda lo religioso”. Otero-Novas da en el clavo: es ese valor histórico y cultural –y no tanto el religioso– el que hace necesaria la presencia del crucifijo en todas las escuelas.

Pero aún hay más. Haciéndose eco del comentario del juez Bonello a cierta sentencia de la Gran Sala del Tribunal de Estrasburgo sobre un caso italiano, afirma que, dado “el origen histórico de la presencia del crucifijo en los colegios italianos [aquí podríamos añadir españoles], así como [dada] la libertad religiosa de los padres del resto de alumnos del centro considerado”, retirar el crucifijo sería una “adhesión positiva” del Estado “a una determinada doctrina, como lo es el agnosticismo”. Es decir, que retirar un crucifijo de la escuela pública no sólo sería un atentado contra la libertad religiosa, sino que, de hacerlo, el Estado actuaría de forma totalitaria. ¿No queríamos caldo? Pues aquí tenemos dos tazas.

Pero a esta manifestación de ultracatolicismo le acompaña una doctrina neoliberal muy bien trabada, fundamentada en una particular visión de la historia: “La experiencia de los totalitarismos de uno u otro signo que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial puso trágicamente de relieve la necesidad de poner límites al poder del Estado”. Un momento. ¿A qué totalitarismos se refiere, al soviético y al alemán? Yo tenía entendido que el conflicto estalló cuando la Alemania nazi invadió Polonia, y que la URSS combatió del lado de las democracias occidentales. ¿Cómo puede realizarse una afirmación tan descabellada?

La respuesta la encontramos en la segunda parte de la frase. Toda su argumentación está construida para subrayar “la necesidad de poner límites al poder del Estado”. Ese es el objetivo tanto del neoliberalismo de FAES en materia económica y social, como del ultracatolicismo en materia religiosa. El Estado debe inhibirse, no debe intervenir, ni regular, ha de mostrarse total y absolutamente neutral. Debe ser una especie de cáscara vacía que ellos, sólo ellos, ya se encargarán de rellenar.

FAES y la Conferencia Episcopal, en este tema al menos, van de la mano, ganando terreno a cada día que pasa. En Valencia, por ejemplo, todos los colegios religiosos de la ciudad están concertados hasta bachillerato, así que ya son miles los niños y jóvenes que están siendo educados a la sombra del crucifijo. Imagino que algo similar estará pasando en el resto de España. Decididamente estamos entrando en una nueva era, la segunda venida de Cristo. Son las paradojas de la modernidad.

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Alejandro Lillo es historiador, doctorando en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. Su tesis, en proceso avanzado de redacción, versa sobre Drácula, la novela de Bram Stoker. Colabora desde hace años con Justo Serna en distintos proyectos comunes vinculados con la historia cultural, entre ellos Covers (1951-1964): cultura, juventud y rebeldía, exitosa exposición organizada por la Universidad de Valencia.

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