Luces Rojas

Yo también soy musulmana

Sonia Alonso

Los terroristas que hablaron en nombre del ISIS para reivindicar los atentados del pasado 13 de noviembre en París afirmaron actuar por venganza en respuesta a los bombardeos franceses en Siria. Parece que las democracias europeas tampoco están libres de los deseos de venganza, ni por parte de algunos de sus representantes políticos ni por parte de segmentos de sus sociedades. Nosotros también matamos por venganza, y no sólo terroristas.

La espiral de violencia está en marcha desde hace 14 años y en este tiempo no parece que hayamos aprendido nada. Las democracias occidentales siguen igual de ignorantes sobre la manera en la que tratar a sus minorías religiosas. Seguimos anclados en el debate entre multiculturalismo y asimilacionismo (cívico, claro, pocos ven el oxímoron...), un debate que está altamente contaminado por el axioma según el cual la democracia o es secular o no es democracia.

Antropólogos y sociólogos hace tiempo que nos vienen contando que la secularización de nuestras sociedades es un mito y que lo mejor que podemos hacer con las identidades religiosas de los ciudadanos es dejarlas salir del mundo privado a la esfera pública, reconocerlas oficialmente y, aún mejor, experimentar con formas de pluralismo legal que en la mayoría de los países del mundo, incluidos los europeos, han permitido y facilitado la emergencia y consolidación de la democracia.

Antes de adentrarme en los datos, permitídme un rodeo personal que tal vez sirva para contextualizar y, de este modo, entender mejor lo que aquí defiendo. Yo pasé la escuela primaria en un internado católico de un pueblo de las Encartaciones (Vizcaya). Después vino el instituto, público y, por tanto, no religioso, en un barrio popular de Bilbao. En él, tal vez también con él, llegó mi maduración política de la mano del "cargado" ambiente del País Vasco de los ochenta: desindustrialización, paro, batallas campales (literalmente) entre obreros y policías, ETA en su momento de mayor gloria, kale borroka en vena, la heroína campando a sus anchas entre los jóvenes, y cada uno que añada a la lista según su saber y experiencia.

Por aquellas fechas, mis escasos viajes familiares fuera del País Vasco solían venir acompañados de invitaciones rechazadas, por miedo, a venir con nosotros a pasar unos días en Bilbao y de chistes, mejor o peor intencionados, abusando la equivalencia entre vasco y terrorista. Durante los años de instituto pasé de ser creyente a ser atea. Como toda la izquierda que me rodeaba entonces, proclamé que Dios había muerto.

Estaba convencida de que la religión era el opio del pueblo (aún creo que en gran parte es cierto). Cuando acabé la universidad y comencé mi carrera académica, la religión dejó de interesarme, no solo desde el punto de vista personal, sino también desde el punto de vista profesional, como científica social. Nunca entró como factor explicativo en ninguna de mis investigaciones. Asumí, acríticamente, que la secularización de las sociedades democráticas avanzadas había sido un éxito y que la religión existía como residuo. Asumí, también, con gran parte de la comunidad académica de entonces, que la democracia y las creencias religiosas son incompatibles y que una de las condiciones necesarias para la consolidación de las democracias es la separación entre el estado y la religión o entre el estado y la Iglesia.

Desde hace año y medio enseño política europea y democracia en un país del golfo pérsico. El Bilbao de los ochenta y de los noventa no daba muchas oportunidades de conocer e interaccionar con personas de religión musulmana y mis viajes y experiencias posteriores me permitieron ver mulsulmanes pero nunca interaccionar con ellos. Ahora, mis dos mejores amigas aquí son musulmanas y una de ellas, sí, lleva el velo. No, no está oprimida por su marido, ni por la sociedad de la que procede (Estados Unidos), ni por la sociedad en la que vive (yo no llevo el velo, y nadie me molesta por la calle por no llevarlo).

Sí, su religión, el Islam, exige de ella (como también lo exige de los hombres) modestia en el vestir, pero no el velo. Lo lleva porque quiere. Mi otra amiga musulmana, la que no lleva el velo, es de Pakistán. Sí, allí hay muchas mujeres sin velo. El velo estigmatiza. Las mujeres que lo llevan están, en mi opinión, llenas de coraje, sobre todo en estos tiempos. Desde los ataques de París, la cosa seguramente empeorará. El padre de mi velada amiga le ha aconsejado quitarse el velo para viajar, por su seguridad, pero ella dice que no tiene nada de qué arrepentirse o avergonzarse. Seguirá paseando su velo por los aeropuertos y calles de nuestra Europa supuestamente libre y tolerante. Le deseo buena suerte.

Volvamos al análisis. Dios no ha muerto, por mucho que los ateos militantes de este mundo así lo deseemos. Más aún, nunca lo vamos a poder "matar" (en su sentido simbólico, no me entendáis mal) a la fuerza. Las identidades que hacen de uno lo que es no se eliminan así, a fuerza de decretos leyes o de políticas asimilacionistas o de ataques (¿cívicos?) a aquellos a los que queremos cambiar; son como la energía: ni se crea ni se destruye, sólo se transforma (Paul Froese lo cuenta muy bien en The Plot to Kill God: Findings from the Soviet Experiment in Secularization, University of California Press, 2008). Quien no crea que Dios está en el mundo para quedarse, que eche un vistazo a estas bases de datos: El futuro de la religión en el mundo, La religión y los Estados, Base de datos de la religión en el mundo y la Encuesta Mundial de Valores. Para los que no tengáis tiempo o ganas, aquí va un resumen.

La sociología y la ciencia política hace décadas que han demostrado que la tesis de la secularización no sólo es problemática desde el punto de vista normativo y teórico sino, más importante aún, no tiene base empírica ninguna. Tampoco en Europa, donde muchos creíamos que era algo superado. Según la Encuesta Mundial de Valores para el período 2010-2014, un 82% de la población mundial cree en Dios y un 65% se definen como personas religiosas; tan sólo el 5% se declaran ateos o agnósticos.

Por otro lado, el Islam es la religión del mundo que más crece y en el 2050, según los pronósticos del Pew Research Centre, habrá alcanzado el mismo número de fieles que hoy tiene el catolicismo. A pesar de que Europa es la región donde se encuentran los países menos religiosos del mundo, la religión sigue siendo importante en la mayoría de ellos: 41% de los suecos, 43% de los estonios, 48% de los holandeses, 59% de los eslovenos, 63% de los alemanes, 71% de los españoles, y 92% de los polacos y rumanos creen en Dios; 31% de los suecos, 31% de los estonios, 44% de los holandeses, 64% de los eslovenos, 49% de los alemanes, 40% de los españoles, 86% de los polacos y 81% de los rumanos se declaran personas religiosas (Encuesta Mundial de Valores, ola 2010-2014). Esta es la cosecha recogida después de dos siglos de secularización producto de las revoluciones americana y francesa.

La separación entre Estado y religión es también un mito de la ideología liberal sin correlato empírico. En su sentido más estricto, esta separación sólo existe en dos países que son, por otro lado, muy diferentes en términos de la religiosidad de sus respectivas poblaciones: Estados Unidos y Francia. Según los datos del Religion and State Project, el 35% de las democracias occidentales tienen una o más religiones oficiales, reconocidas en sus leyes, y en otro 46% se apoya fuertemente desde el estado una o más religiones. Si bien no hay ninguna democracia occidental que prohiba ninguna religión, el 61% no dan igualdad de trato a todas las religiones que existen en la sociedad y hacen uso de alguna forma de discriminación religiosa.

El único estado del mundo que no legisla ni ha legislado nunca la religión es Estados Unidos. También es el único estado del mundo que no financia la educación religiosa. Incluso Francia lo hace, aunque en mucha menor medida que otros países europeos, entre ellos el nuestro. Bélgica y el Reino Unido son los Estados que más legislación religiosa producen. En resumen, la mayoría de las democracias liberales occidentales no se acercan ni siquiera remotamente al ideal liberal de la separación entre la religión y el estado.

¿Es esto bueno o malo? Probablemente es bueno, porque es muy posible que la aceptación del hecho religioso haya sido la manera en la que los países europeos han conseguido democratizarse y sobrevivir en el intento. Vistos los datos, tal vez sea el momento de reflexionar sobre el mito de la secularización de nuestras sociedades y aceptar el derecho de las identidades religiosas a participar en la esfera pública de la misma manera que lo hacen tantas otras identidades de clase, étnicas, de género, etc, sin que nos rasguemos las vestiduras.

Dos pilares básicos de la democracia son la libertad y el pluralismo. ¿Qué libertad y qué pluralismo son aquellos que estigmatizan a los seguidores del Islam entre nosotros? ¿Qué libertad y qué pluralismo son aquellos que obligan a los que son diferentes a someterse al pluralismo "de aquí" (o sea, a elegir entre catolicismo o secularización) y la libertad "de aquí" (o sea, la libertad de someterse a leyes que privilegian una religión que no es la de todos)? Si es un hecho que la religión está aquí para quedarse, porque pertenece a la misma naturaleza humana, cuanto antes encontremos la manera de convivir entre todos mejor defenderemos los valores de la democracia.

Las mujeres musulmanas que llevan el velo por nuestras calles están reclamando su derecho a la libertad y al pluralismo en un mundo que ni ha sido ni es verdaderamente secular. No molestan a nadie, como no molestan las personas que llevan un crucifijo colgado del cuello. Quienes las atacan por su religión no están defendiendo la democracia sino la asimilación forzosa. Esa no es la manera de convencer a estas mujeres de que la democracia es de todos y no solo de los que se adhieren a la religión "correcta" o al laicismo oficialmente sancionado.

Yo recuerdo cuando ser vasca era lo mismo que ser terrorista o amiga de terroristas. Eso me permite imaginar, siquiera superficialmente, por lo que están pasando los musulmanes que viven entre nosotros, y en particular las mujeres, tan fáciles de reconocer por su modo de vestir. En días como estos, y desde mi nuevo ateísmo, que ya no es militante sino tolerante, quisiera lanzar un grito en solidaridad con las mujeres musulmanas que viven entre nosotros y proclamar que yo también soy musulmana.

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Sonia Alonso

es Sonia Alonso es Assistant Professor en la Universidad de Georgetown en Qatar. Su último libro es Challenging the State: Devolution and the Battle for Partisan Credibility (Oxford University Press, 2012).

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