Televisión pública

TVE: cumpleaños ¿feliz?

¡Abajo el micrófono, más abajo!, grita Pedro Amalio López al encargado de la jirafa. Tanto le grita que el micro, que solo tiene una bolsa de arena como contrapeso, golpea levemente en la cabeza al ministro Gabriel Arias Salgado. Es domingo 28 de octubre de 1956, en la emisión inaugural de Televisión Española. Franco la contempla desde El Pardo, junto a su familia. Es la víspera del XX aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera. Hace una semana que los tanques rusos han entrado en Budapest. El caballero cadete 4.565, Juan Carlos de Borbón y Borbón, recibe sus clases en la academia militar de Zaragoza.... Y en el chalet del madrileño Paseo de la Habana 77, reconvertido en plató de televisión, cincuenta personas se afanan para que todo este dispuesto. En el control de realización está José Luis Colina, con Enrique de las Casas, Mariano Ozores y Pedro Amalio López, de ayudantes, y Gustavo Pérez Puig y Carlos Muñiz como regidores. La audiencia no será amplia: tan solo hay seiscientos televisores en el país, la inmensa mayoría en despachos oficiales, y la señal alcanza sesenta kilómetros.

Desaparece la carta de ajuste en los televisores y aparece una cabecera de presentación... monseñor Bulart, capellán de Franco, oficia la misa –en latín, claro–, a la que siguen los discursos inaugurales del ministro de Información y Turismo, Arias Salgado, del director general de Radiodifusión, Jesús Suevos, y del director de emisiones y programación, José Ramón Alonso. A continuación, actuación de Coros y Danzas de la Sección Femenina, el NO-DO, una nueva actuación de la Sección Femenina, otra vez el NO-DO, más Coros y Danzas y un documental sobre Blancos Mercedarios. Para final musical está la orquesta de Roberto Inglez con la vocalista Monna Bell y el pianista José Cubiles. El broche lo pone el himno nacional y las banderas.

Los que trabajan en Paseo de la Habana respiran aliviados... o casi, ha habido felicitaciones por parte de los mandamases, pero José Luis Colina aún no se ha recuperado del susto que le produjo ver como el micrófono de la jirafa impactaba en la cabeza del ministro. Y luego ese documental del primer NO-DO en francés, en el que nadie había reparado y que no dio tiempo a traducir...

Tal como éramos

En este 1956 el mundo se encuentra en plena guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética llevan a cabo una política de bloques en la que el resto de las naciones son meros comparsas. Con Sudamérica empobrecida, China despertando y una África colonial, una Europa que empieza en los Pirineos busca su papel e inicia, tibiamente, planes de unión.

En España, el domingo 28 es la festividad de Cristo Rey, víspera del XX aniversario del fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera en la prisión de Alicante. Al poeta Juan Ramón Jiménez se le ha concedido el Premio Nobel, mientras vive su exilio en Puerto Rico. Dos días después fallece en Madrid Pío Baroja.

La renta per capita está muy por debajo de la de 25 años antes. Es un país donde casi la mitad de la población activa se dedica a una agricultura que tiene más de dos millones de animales de labranza, poco más de treinta mil tractores, unas docenas de cosechadoras y el Nitrato de Chile como abono casi exclusivo. El parque automovilista no llega al medio millón de unidades y la industria es escasa, muy focalizada y poco competitiva.

Los españoles viven más en pueblos que en ciudades. El Area Metropolitana de Madrid donde hoy residen dos millones de personas no llega a los cien mil habitantes y el transporte es muy difícil: no hay ni un sólo kilómetro de autopista, solo están asfaltadas las carreteras principales y los trenes son lentos e incómodos.

Se trabaja seis días a la semana, las jubilaciones pagadas después de los setenta años no alcanzan a la mayoría de la población y los veraneos y Universidad solo están al alcance de una minoría muy escasa. Se contratan igualas médicas o se visita al especialista en las ciudades. Se paga a plazos el entierro y se acude a la escuela pública hasta los catorce años, porque los institutos están solo en las capitales, y a ellos se va en junio a examinarse por libre.

La inmensa mayoría de las casas se calientan con braseros de carbonilla o estufas de leña en los pueblos; eléctricos o de petróleo, en la ciudad. Se cocina con carbón y se lava a mano. Algunos, los menos, han adquirido unas máquinas a las que echan un jabón en polvo, que pretende sustituir al de toda la vida, y secan con rodillo. Prácticamente nadie conoce el plástico ni los tejidos sintéticos y las veladas se pasan entre la conversación familiar y seriales radiofónicos, el parte y los discos dedicados. Los más pequeños leen el TBO y Jaimito, cuentos de hadas, las aventuras de Roberto Alcázar y Pedrín o El Guerrero del Antifaz. A los Reyes les han pedido una muñeca de porcelana y un balón de cuero, “de reglamento”, pero la muñeca es de trapo, y el balón de goma o badana barata. Algunos, muy adelantados, tiene un pick-up, donde ponen discos de música moderna italiana y de Estados Unidos. No han abierto aún los primeros supermercados y se compra en cada tienda lo suyo y se remata en la de ultramarinos.

Los alimentos son frescos y en algunas casas se guardan en unas neveras con hielo en bloques. Las mujeres se dedican a sus labores y no entran a los bares salvo en casos muy excepcionales y siempre acompañadas. No pueden abrir una cuenta en un banco sin la firma del marido y muchas de las que trabajan lo dejan cuando se casan, para toda la vida, claro, que el divorcio es cosa de extranjeros. Tienen varios hijos –“Los que Dios nos dé”– y paren ayudadas por comadronas y rezos. Hombres y mujeres están más cerca del uno sesenta y cinco que del setenta y esperan vivir hasta los sesenta y cinco años, que ya hay penicilina y vacunas, y no como antes.

Los domingos se sale a misa y los más pudientes toman la cerveza o el vermut en un bar. Todavía no han llegado los refrescos embotellados y no está bien visto que las mujeres tomen alcohol. También se suele ir al cine, aunque las películas son la mayoría en blanco y negro, folclóricas o del Oeste. Y los hombres van al fútbol, o a los toros en la temporada. El baile se deja para fiestas patronales y bodas y con presencia tuteladora de los mayores. Los noviazgos son largos, serios, y vigilados hasta el altar. Es muy rara la mujer que se casa después de los 25 años o que haya tenido más de un novio formal. Ya se ha terminado el racionamiento del tabaco pero hay poco y caro, y nadie fuma en público antes de los dieciocho años....

El día después

El lunes 29 comienzan las emisiones regulares de TVE a las nueve y media de la noche. Hay que programar tres horas diarias y no hay con qué. Colina tiene a Alfonso Lapeña en producción y se ha traído de la Escuela de Cine a Enrique de las Casas, Alfredo Castellón, Pedro Amalio López, Gustavo Pérez Puig, Fernando García de la Vega y Vicente Llosá.  También están desde el primer momento Ramón Díez, Mariano Ozores, Domingo Almendros, enseguida Manuel Summers... entre todos solventan la parte técnica, que para dar la cara tiene a Laurita Valenzuela, Jesús Álvarez, David Cubedo, Juan Martín Navas, Matías Prats...

En un plató se ensaya y en el otro se emite... actuaciones musicales –que pueden durar cinco minutos, o media hora, hasta que está preparada la siguiente–, documentales, traídos de aquí o allá, largas parrafadas de los presentadores... la jirafa de sonido lleva como contrapeso un pequeño saco de arena, las cámaras tienen acoplado un ventilador para que no se calienten en exceso y Laurita Valenzuela cuenta ante ellas lo que puede o lo que la han escrito. “Estábamos haciendo un programa – recuerda Laura- y me percato de que Pepe Lombardía empieza a bajar la cámara; él también se va agachando y yo no tengo más remedio que hacer lo mismo. Hasta que alguien se dio cuenta de que se le había enganchado a Pepe la corbata en el ventilador de la cámara".

La nómina se va ampliando con nombres de larga andadura: Cesar Fraile, iluminador, Goyo, maquillador, Manuel Cabanillas, García de Mateos, Santos, Carballo, Zarza..., técnicos, cámaras, vaya usted a saber, cada cual hace lo suyo... o lo que hace falta. Entran en plantilla la mosca, el chal y, sobre todo, el destornillador: “Una vez –habla de nuevo Laura Valenzuela– llegaron al estudio unos técnicos extranjeros llenos de aparatos y cajas... como era habitual se estropeó una cámara y los visitantes se quedaron de piedra viendo a Ángel, que era un empleado que por toda herramienta llevaba un destornillador y un alambre, apretar aquí y allá y ponerla de nuevo en funcionamiento. La verdad es que llegaba material sin instrucciones ni nada de nada y los técnicos hacían que funcionara... Todavía me acuerdo de Manuel Summers abatiendo con un destornillador los rótulos, es que era una herramienta milagrosa, que servía para todo”.

Laura va a tener pronto compañeras. La primera, María José Valero, y enseguida –era el 10 de febrero de 1957– Blanca Álvarez, una estudiante de Periodismo que, tras una conferencia sobre televisión en la Escuela Oficial, se animó a probar: “Me parecieron cegadoras las luces del estudio, las del maquillaje; me parecieron espléndidos los decorados y los medios técnicos: dos cámaras, un control de realización minúsculo y un par de jirafas, compartir la silla en los descansos con Laura Valenzuela o Paco Valladares”.

Siguen incorporándose gente de la Escuela de Cine y profesionales de Radio Nacional, entre ellos su director de producción dramática, Juan Guerrero Zamora, y con él, su esposa y actriz, Maruchi Fresno, y otros actores como José María Rodero, Fernando Rey, Luisa Sala, Luís Prendes... Guerrero Zamora monta y emite Antes del Desayuno, de Eugene O’Neill. Es el primer dramático de la historia de TVE. Y Doña Francisquita, desde el Teatro de la Zarzuela, la primera transmisión que se realiza con una unidad móvil, adquirida después del programa inaugural.

En las emisiones hay jornadas que duran hasta cuatro horas, de 20.15 a 00.15 horas. Los sábados, hasta la una de la madrugada, y los jueves y los sábados un bloque infantil. Y, claro, llega la publicidad –treinta segundos cuestan cinco mil pesetas– que realizan los propios presentadores. “Es que no había agencias ni spots –recordaba Blanca Álvarez -, la teníamos que hacer nosotras mismas y pasaba lo que pasaba; una vez anunciaron Martini y sacaron una botella de Cinzano. Otra vez me largué una tremenda parrafada sobre los maquillajes Revlon y se me olvidó decir la marca...”. Pero lo que cunde es el patrocinio de programas, La hora Philips o el Festival Marconi, una hora con derecho a seis minutos de publicidad por quince mil pesetas para lograr que la gente compre un televisor. Para “enganchar” al espectador se emite un telefilme –el primero es Patrulla de Tráfico, con Broderick Crawford–, números musicales y La figura de la semana, con Victoriano Fernández Asís.

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El resto es historia, en la que cada cuál se ha ido incorporando y ha vivido a su manera. Cada quién tiene sus propios recuerdos de personajes, programas o series, pero he querido, por un día, traer a un medio casi recién nacido como infoLibre, los nombres de algunos de los que hicieron posible el arranque de TVE. Para ellos, mi homenaje, y para los rectores actuales mi reproche por soslayar, minimizar, diluir y abaratar el tesoro audiovisual que ninguna otra cadena de la competencia posee, y que ellos, simplemente, olvidan. infoLibre

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