África

Julien Brachet: “El Sáhara no es un territorio sin ley”

Sáhara

El Sáhara no es un territorio incontrolado e incontrolable. Tampoco es un espacio habitado exclusivamente por tuaregs nómadas, por traficantes o por terroristas, ya que la mayoría de los hausas, songhais, tubus, árabes o tuaregs que habitan en este territorio de 8 millones de km2 residen actualmente en tono a aglomeraciones urbanas.

Julien Brachet aporta las claves de una región cuya ecuación política y humana es bastante más compleja de lo que dejan entrever las informaciones que llegan estos días a raíz de la intervención francesa en Mali. Como investigador del IRD, el Instituto francés de investigación para el desarrollo (Institut de recherche pour le développement), es uno de los poco antropólogos y geógrafos que en los últimos años ha pasado muchos meses sobre el terreno, especialmente en el norte de Níger. Además, es el autor de la obra Migrations transshariennes. Vers un désert cosmopolite et morcelé (Niger), publicado en Francia en Éditions du Croquant.

¿Considera que el Sáhara y el Sahel son territorios sin ley en los que los Estados han perdido el control?

No, no lo podemos presentar en esos términos. Un territorio sin ley es aquel en el que no existe presencia del Estado. Sin embargo, en estas regiones, los Estados están presentes y controlan, en parte, el territorio, aunque actúen de forma distinta a la que sería de esperar. Es posible que no se perciba la presencia de maestros, del personal de los servicios sociales o de los inspectores del censo. Sin embargo, los agentes de aduanas, la policía y los militares están bien presentes.

En ocasiones, esos agentes, policías y militares conocen a los traficantes e incluso pueden llegar a traficar también, lo que explicaría en ocasiones la amplitud del fenómeno. No obstante, sí que es cierto que determinadas zonas, escapan al control de las autoridades públicas.

¿Cree que la degradación de la situación en el Sahel está ligada fundamentalmente con la guerra en Libia, con la diseminación de las armas que cualquier conflicto conlleva, y con el regreso a la zona de los mercenarios que trabajaban para Gadafi, sobre todo los tuaregs?

Como explicación, no basta. Es verdad que la situación en Libia ha permitido aprovisionarse de armas, pero hace mucho tiempo que en el Sáhara –desde Sudán hasta el Sáhara occidental– hay muchas armas. Los secuestros comenzaron mucho antes de que estallara la guerra en Libia, lo mismo que las tensiones con los yihadistas. Además, el desmoronamiento de los Estados de la región y el saqueo de los ejércitos nacionales, hace décadas que se producen.

La guerra en Libia pudo acelerar los acontecimientos, pero no existe constancia del regreso a Mali de brigadas enteras de mercenarios armados. En ese sentido, la inquietud ha aumentado debido al saqueo de los almacenes de armamento pesado del ejército libio, incluidos misiles tierra-aire. Sin embargo, a día de hoy nadie ha sabido o no ha querido utilizar estas armas.

¿De dónde viene la imagen que presenta el Sáhara como un territorio «misterioso, incontrolado y peligroso»?

Es una imagen que se remonta a mucho tiempo atrás. Se forjó a mediados del siglo XIX, primero a través de los exploradores, después con la colonización. Se trata de una imagen exótica y, de cierto aire oriental, que proyecta un Sáhara de tuaregs misteriosos y nobles.

Lo que llama la atención es que a pesar de las décadas de conocimiento acumulado sobre el Sáhara, a pesar de todas las infraestructuras que los Estados han desarrollado en esos territorios, lo que primero se viene a la cabeza es una imagen del Sáhara como un territorio incontrolado e incontrolable, poblado de individuos que parecen más libres y más nobles que los demás; es falso, a pesar de lo que ha sucedido en estos últimos meses en el norte de Mali.

Incluso Achille Mbembe, defensor de un pensamiento postcolonial, constató a principio de los años 90 la existencia de un espacio «desterritorializado», al evocar un desierto, «nutrido de agentes estatales y no estatales, de nómadas, comerciantes y aventureros, cuya forma de territorialidad predominante es itinerante y nómada». ¿Por qué critica esta visión?

Porque el Sáhara no es un espacio desterritorializado, al contrario. En él se puede distinguir distintos niveles territoriales. Existe un territorio nacional. La mayor parte de los habitantes de estas regiones han ido a la escuela, han aprendido geografía y saben de la existencia de un territorio nacional. Las fronteras de los Estados no son físicamente visibles, aunque están muy presentes en la cabeza de la gente, más allá de la mera presencia de los agentes encargados de su vigilancia. Medio siglo de independencia nacional ha provocado cambios en la forma en la que las poblaciones locales perciben el Sáhara.

Afirmar que el desierto constituye un espacio sin fronteras lleva a abrazar un discurso de tintes exóticos. Los pastores que se desplazan con sus dromedarios saben en todo momento donde se encuent y lo que refleja su documento de identidad. No son songhais, tuaregs o árabes antes que malienses o nigerianos: son las dos cosas a la vez, del mismo modo que se puede ser francés y bretón. Es verdad que hay veces que es necesario atravesar la frontera para ir a visitar a un familiar, pero en ese caso existe la conciencia plena de que se está cambiando de país y que no es lo mismo encontrarse cara a cara con militares malienses, nigerianos, argelinos o libios.

Esta imagen también está ligada a la idea de que el Sáhara es un territorio exclusivo de los tuaregs nómadas y de algunos traficantes, algo totalmente inexacto. Por una parte, la mayoría de los habitantes del Sáhara –con una extensión de unos 8 millones de km2- son sedentarios y viven en núcleos de población urbana. Además, los tuaregs comparten este espacio, incluido el Sáhara central, con muchas otras poblaciones, donde son mayoría y donde es posible encontrar por ejemplo árabes, fulanis, songhais y hausas.

Dicho esto, es necesario añadir que existen formas de territorialización que no están vinculadas a límites estatales, sino que se basan en la organización de las zonas de pastoreo y de los recursos naturales, sobre todo pozos y pastos. Los oasis que producen dátiles o sal se integran en una economía de intercambio vinculada al pastoreo, que puede traspasar las fronteras nacionales y que no se ha visto alterada con el auge de distintas formas de tráfico.

Por ejemplo, el contrabando de tabaco genera importantes ingresos que van a parar a las manos de unos pocos, por lo que es un modo de subsistencia para muy poca gente. La gran mayoría de los habitantes del Sáhara no son ni traficantes ni yihadistas, sino ganaderos, comerciantes, conductores, mecánicos, peluqueros, artesanos.

Además, existe una última forma de territorialización, que es la que se ha vivido en el Norte de Mali, donde bandas armadas se apropian de territorios que hasta esa fecha únicamente habían atravesado. No se trata de un fenómeno insólito: cada vez que se produce una rebelión o estalla una guerra, se dan situaciones similares, incluso si nunca antes se había producido una situación parecida.

En resumen, el Sáhara es más bien un territorio extremadamente territorializado, con luchas permanentes, no siempre armadas, para controlar los territorios.

¿Es posible determinar la proporción de población tuareg y de otras etnias en el Sáhara?

Los límites de estos espacios son muy difíciles de determinar. Hay mucha gente que va y viene regularmente y, pese a lo que mantienen algunos, el mestizaje entre la población del Sáhara es considerable. Además, hay zonas enteras sin censar o incluidas en censas poco fiables.

Yo mismo estaba en el Norte de Níger cuando se llevó a cabo el censo de 2001, efectuado fundamentalmente por gente del Sur. En realidad, la mayoría de los inspectores censales no se desplazaba hasta las localidades situadas más al Norte, sino que se basaban en las evaluaciones recogidas en catastros antiguos o, simplemente, se limitaban  a preguntar a los jefes del barrio o de la aldea cuántas personas vivían allí.

Si hay que dar una cifra, diría que los tuaregs del norte del Sahel y del Sáhara son actualmente unos 3 millones. Sin embargo, aunque constituyen una de las principales poblaciones del Sáhara, ¡no es la única! Habría que saber cuántos moros, árabes, tubus, etc. hay.

La visión, bastante extendida en Europa, que reduce la población sahariana a la población tuareg está ligada a la imagen orientalista de los hombres azules, de los hombres libres.  También está relacionada con el hecho de que los occidentales, ya sean turistas, investigadores o periodistas, cuando se encuentran en el Sáhara central entran en contacto más fácilmente con los tuaregs francófonos, más acostumbrados a tratar con los blancos, que con los carniceros hausas o con los pastores árabes, que no son francófonos.

Todo ello ha contribuido a generar una visión parcial de los hechos porque los informadores eran mayoritariamente (o exclusivamente) eran tuaregs. Durante años, se ha pensado que no había islamismo radical en la población tuareg porque todos eran amigos de los europeos, practicaban un islamismo tolerante, etc. A tenor de lo que está ocurriendo en Mali, se ha puesto en evidencia la necesidad de cambiar dicha visión.

La práctica totalidad de los investigadores arabistas trabajan en el Magreb o en Oriente Próximo, no en el Sahel. Y los «africanistas» aprenden las lenguas africanas, no árabe. Quizás esta sea una de las razones por las que la radicalización religiosa islamista ha podido ser subestimada. Y no me refiero solo al fenómeno yihadista, importado en buena medida de Argelia.

Hace medio siglo que los predicadores realizan una lectura fundamentalista, wahabita, pero quietista y no yihadista, del islam. No estoy diciendo que los wahabitas del movimiento pakistaní Tablighi Jamaat se hayan transformado en yihadistas, pero la sharía no es una cuestión nueva en estas regiones. La separación entre «laicos» e «islamistas» puede parecer importante visto desde aquí, pero, en realidad, es muy porosa.

El Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA) es un movimiento laico en el sentido de que no reclama una aplicación política de la sharía y no quiere que se convierta en la ley del Estado, impuesta a las pequeñas minorías religiosas del país, especialmente las cristianas. Sin embargo, el día a día de la mayoría de los habitantes de la región, incluidos los tuaregs, e incluso cuando pertenecen a movimientos llamados «laicos» se organiza en torno a la sharía, desde el nacimiento hasta la muerte. Se recurre a la para resolver conflictos, alianzas matrimoniales, la venta del ganado, la limosna…

Actualmente, el término asusta a los occidentales, pero la mayoría de la población subsahariana vive en paz con la sharía desde hace mucho tiempo.

¿Es inconcebible una federación, con un Estado tuareg en el Sáhara?

Crear un estado federado tuareg conllevaría la exclusión de cientos de miles de personas o, de lo contrario, estaríamos ante un estado federado, sin más. Si se presta atención a las regiones de pastoreo del Sáhara, en Mali o Níger, los tuaregs son mayoritarios. Sin embargo, actualmente, la mayoría de la población sahariana vive en la ciudad. El Sáhara es urbano y sus ciudades son cosmopolitas.

La idea de un Estado sahariano es una vieja idea lanzada por los colonizadores franceses en los años 50, con el proyecto de la OCRS (Organización común de las regiones saharianas), retomada más tarde de forma completamente diferente por Gadafi. Si bien pueden existir veleidades secesionistas en algunos tuaregs, a veces acompañadas de racismo contra las poblaciones de piel oscura (y a la inversa), muchos tuaregs no parecen compartir esta postura.

La reivindicación de un territorio, independiente o autónomo, ¿no es una demanda compartida por el conjunto de los tuaregs de la región?

No, el MNLA que actualmente se presenta como aliado de Francia, y del que hablan mucho sus delegados en los medios de comunicación occidentales, es un movimiento que está lejos de representar al conjunto de los tuaregs de la región. Si se miran los mapas, el MNLA, el Azawad que reclaman es un territorio gigantesco, que sobrepasa el valle del Azawad y las zonas en las que los tuaregs tienen una presencia mayoritaria.

En estas regiones, no se puede decir que no existan ganas de sublevarse, pero más allá de la cuestión territorial, uno de los límites el movimiento es la debilidad de las propuestas políticas de su plataforma reivindicativa.

Este déficit politico se hace más evidente si se compara el MNLA con lo que sucede en Níger. Tras las rebeliones tuaregs ocurridas en Mali y en Níger en los años 1990, los tuaregs de Níger formaron el MNJ en 2007, el Movimiento nigeriano para la justicia, que pone el acento en las reivindicaciones de justicia social y no solo en cuestiones identitarias y territoriales, como el MNLA.

Si el MNLA se dejó doblegar, en un primer momento diplomáticamente, después militarmente, por los grupos yihadistas, es quizás debido a que se trata de un movimiento que no ha sabido defender un proyecto político federal, basado en vínculos ideológicos fuertes.

Las imágenes que nos llegan de Gao o de Tombuctú mientras avanzan las fuerzas francesas muestran la degradación de las relaciones entre la comunidad tuareg y la población negra. ¿Se trata de un fenómeno reciente?

En los últimos años las tensiones han ido en aumento, pero no siempre ha sido así. Por ejemplo, durante mucho tiempo ha existido una gran complementariedad entre los songhais del valle del río Níger y los tuaregs. Por tanto, no había una oposición entre estos grupos, más bien al contrario. A veces, se daban situaciones en las que algunos songhais y algunos tuaregs podían aliarse contra otros songhais y otros tuaregs.

Sin embargo, a partir de los años 1990, los saqueos mutuos, entre los movimientos rebeldes tuaregs, el ejército de Mali o las milicias armadas, en perjuicio sobre todo de la población civil, parece haber degradado mucho las cosas.

Las rutas de la droga, el tráfico de armas y de inmigración clandestina se ponen sistemáticamente al mismo nivel. ¿Se corresponde con la realidad?

No, no son las mismas rutas, aunque existan lugares en los que estas rutas se pueden llegar a cruzar o a superponerse. Sin embargo, no se trafica con personas hoy y con cocaína al día siguiente. Los riesgos son distintos y las redes y los proveedores son otros.

En el caso del tráfico de armas, depende, dado que el mercado es local, y las armas pueden circular de una región sahariana a otra, en función de la situación coyuntural. Del Polisario a Darfur, pasando por Argelia, Libia o las rebeliones tuaregs, los conflictos armados han sido numerosos en el Sáhara en las últimas décadas. La droga prácticamente lo único que hace es circular en dirección a Europa y a Oriente Próximo; el consumo en el continente, pese a que va en aumento, sigue siendo marginal.

Las rutas de la migración tampoco son las mismas que las del tráfico de mercancías ilícitas (armas, drogas). Al sobornar a un agente de aduanas, una persona migrante que desee salir, siempre va a encontrar el medio de pasar. Para traficar con cocaína, es necesario también un vehículo rápido y medios de protección mucho más importantes.

Además, en las rutas de la droga no solo participan los traficantes saharianos, sino que se da la complicidad del ejército, o incluso de los gobiernos. Sin esta colaboración sería imposible ver cómo aterriza un Boeing atestado de droga en el Sáhara, proveniente de América latina, tal y como ocurrió en Mali hace unos años.

Sin mencionar a Guinea Bisau, que se ha convertido prácticamente en un narcoestado, existe la complicidad de ciertos políticos y militares de los países de la región; esto implica que no se acaba con las rutas de la droga arrasando con los traficantes. Sin embargo, hasta donde yo sé, la economía de la droga no ha alterado en lo fundamental las estructuras sociales y económicas, ni en Níger ni en el Tchad, que son las zonas que conozco mejor. Es cierto que ha enriquecido a algunos individuos, que invierten poco en el lugar, pero no se ha convertido en un modo de vida para la mayoría de los habitantes del Sáhara.

Otra diferencia radica en que el transporte de personas no es tráfico ilegítimo a ojos de la población, tampoco desde un punto de vista religioso, al contrario de lo que sucede con el tráfico de drogas. Incluso si algunos yihadistas puede que estén implicados en el tráfico de drogas, para la mayoría, no es lo mismo transportar personas que cocaína.

En definitiva, lo que hay que tener presente es que sobre todo, lo que se transporta en el Sáhara, son bienes de consumo común y alimentos. Estas mercancías son las que se encuentran en todas partes y no las mercancías ilícitas.

¿La circulación de personas está cada vez más controlada o, por el contrario, es cada vez más anárquica en el Sahel y en el Sáhara?

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En su conjunto, está más controlada que antes. La tecnificación creciente de los métodos de vigilancia ha desempeñado un papel importante en el refuerzo de los puestos de control aduanero. En Mauritania, desde enero de 2010, se han establecido una decena de puestos de control suplementarios en las fronteras de Mali y de Senegal, con tecnología francesa.

Lo que ha sucedido con Frontex en las fronteras marítimas, con asistencia técnica muy fuerte de los Estados europeos y una colaboración de los estados africanos, está reproduciéndose con las fronteras terrestres. La voluntad de control de las migraciones y la lucha contra la amenaza terrorista no se han concebido juntas. Sin embargo, de facto hay un control creciente del Sáhara con la excusa del antiterrorismo y que padecen sobre todo los migrantes y la población local.

Traducción: Mariola Moreno

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