Análisis

El chándal ganó

Manuel Chust

No hubo sorpresas. El chándal ganó. Atrás quedaron las guayaberas rojas y las camisas azules celestes de Capriles de anteriores elecciones. Fidel, siempre revolucionario, lo puso de moda en sus primeras imágenes que demostraban al mundo que aún estaba entre nosotros. Chávez le siguió, sin enfermedad y luego con ella. Prenda que no solo se encargaba visualmente de exhibir la nacionalidad de su portador, sino también su alto grado de patriotismo, bien luciendo los llamativos colores de la bandera venezolana a todo cuerpo, bien los emblemas de la “vino tinto”, la selección de fútbol venezolana. Todo un aviso. Lo importante era la Patria, no la ideología. 

Patria, bandera y fútbol. Lo hizo Maduro y últimamente también, ésta es quizá la novedad, más asiduamente Capriles. Prenda no solo cómoda, sino interclasista, esto es, al alcance de cualquiera. Ambos candidatos pretendían ganarse el voto de una parte de venezolanos y venezolanas indecisos, descontentos o desmotivados. De ese porcentaje “libre” que dejaba el mayoritario voto “capturado” en la bipolaridad electoral y social venezolana. Ambos candidatos lo sabían. En una sociedad tan dividida política, social y racialmente como la venezolana –deberíamos decir como la latinoamericana– la historia patria y sus símbolos son los que unen.

El problema residía en apropiarse de su legitimidad, de ser el supremo guardián de ellos, el guía espiritual, el traductor de los héroes patrios. Chávez lo fue durante estos años. La pregunta era ¿lo podía ser Maduro?

Sabemos que Chávez es irrepetible. Su biografía y su legado ya quedan para la Historia. Lo que no se sabía hasta hoy, electoralmente, es si también era imprescindible, recordando el poema de Brecht. Imprescindible para mantener “su” Estado sin él.

El escaso margen porcentual entre la “mínima” victoria de Maduro y la “escasa” derrota de Capriles –punto y medio solo de diferencia– abre otro escenario político y social en Venezuela. La distancia entre chavismo y oposición nunca ha sido tan corta. La campaña de Maduro estuvo basada principalmente en alargar la sombra del Comandante. Y en poner algunas pinceladas de su cosecha, como el sueño del “pájaro” que recuerda, en la distancia, a la “niña de Rajoy”. Con todo, sumando la memoria del Comandante y restando los deméritos de Maduro, al chavismo le ha bastado para ganar. Queda la duda de si va a ser suficiente para gobernar.

Para predecir el triunfo de Maduro no hacía falta encargar costosas encuestas ni sesudas tribunas. El cuerpo inerte pero presente del Comandante, los resortes intactos del Estado –ejército, milicias, comandos ciudadanos, misiones, burocracia y un largo etcétera de la tela de araña chavista– más la distancia de 11 puntos de las anteriores elecciones de hace unos pocos meses, hacían pensar en una victoria fácil del “heredero” o el “candidato de la Patria”. Los poco más de 200.000 votos de distancia es la “agradable” novedad de la coalición de Capriles. O, por decirlo desde el otro “bando”, la pérdida de 600.000 votos es la triste realidad del chavismo, al que tal vez deberíamos empezar a nombrar como postchavismo.

Qué duda cabe que ahora el encono entre las dos Venezuelas ha cambiado notable y sorprendentemente tras estos resultados. Por vez primera, el oficialismo postchavista puede tener dudas sobre si su líder es capaz de garantizar su estatus quoestatus quo a un amplio espectro de sus bases electorales: establishment, sanidad, educación, ayudas sociales, infraestructuras básicas; al tiempo que la heterogénea oposición post-antiChávez puede convencerse, de una vez, que quizá Capriles puede ser su “salvador.”

Pero los resultados de las elecciones venezolanas van más allá de su territorio. Sobre todo para Cuba en donde tras años de aislacionismo, los petrodólares venezolanos se cambian por médicos y asesores cubanos. Pero también para el resto de sus aliados del ALBA. Con todo, quedan incertidumbres latentes que aún no han salido a escena. En especial entre la oficialidad del ejército venezolano. Y a éstos va a ser difícil que los veamos en chándal.

(*) Manuel Chust es profesor de Historia Contemporánea de América Latina en la Universitat Jaume I de Castellón.

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