La organización yihadista
Estado Islámico ejecutó el pasado sábado una brutal ofensiva en la localidad siria de Al Baghailiye (Deir al Zor, este del país) que, según diversas fuentes, se ha saldado por el momento con aproximadamente
300 civiles muertos y otros
400 en manos del grupo terrorista, en lo que supone una de las mayores victorias del EI frente al Gobierno de Damasco.
El ataque sobre Al Baghailiye comenzó con al menos un
atentado suicida con coche bomba ejecutado por una célula infiltrada de Estado Islámico en una zona controlada por el Ejército sirio, que dominaba la zona desde enero del año pasado, y cuyos militares fueron cogidos completamente desprevenidos.
La explosión fue el inicio de un ataque "a gran escala", según la agencia de noticias Aamaq, afín a Estado Islámico, que se cobró inmediatamente las vidas de
35 militares y paramilitares afines al régimen del presidente Bashar al Assad. Sin embargo, y conforme han pasado las horas, diferentes medios con fuentes en el interior del país han elevado sustancialmente las cifras de víctimas.
El
Observatorio Sirio para los Derechos Humanos estimó que al menos 135 personas, entre ellas aproximadamente 80 integrantes de las fuerzas de seguridad del Estado sirio, murieron a lo largo de los ataques, pero otros medios más próximos al Gobierno sirio, como la cadena panárabe con sede en Líbano Al-Mayadeen TV o, sobre todo, la agencia oficial de noticias siria
SANA, estiman que las cifras de víctimas civiles rondan los 300,
la mayoría mujeres y niños.
Estado Islámico también sufrió considerables bajas: al menos 42 de sus combatientes, de nuevo según el Observatorio, han muerto desde el inicio del asalto. Si finalmente el grupo terrorista se alza con el control de Al Baghailiye, los yihadistas
dominarán el 60% de la ciudad de Deir al Zor, mientras los militares afianzan posiciones clave como el aeropuerto.
La matanza vuelve a poner de manifiesto la extraordinaria importancia estratégica tanto de la ciudad de Deir al Zor como de la provincia con la que comparte el nombre,
rica en petróleo y conectada con Raqqa, la capital
de facto del "califato" declarado por Abú Bakr Al Bagdadi. Es por ello que, nada más tener conocimiento del asalto, aviones de combate rusos, aliados de Al Assad, desencadenaron potentes bombardeos sobre las posiciones de Estado Islámico en la ciudad, según informó la cadena panárabe
Al Yazira.
El primer ministro sirio,
Wael al Halaqi, condenó la "barbarie perpetrada por las hordas de Estado Islámico", y que "descansa sobre los hombros de los Estados que apoyan el terrorismo y financian organizaciones de herejes que solo
albergan odio hacia la humanidad entera".
Al margen de las discrepancias en el balance de muertos, todos los medios coinciden en que la masacre fue un acto específicamente dirigido a minar la moral de las fuerzas sirias. La mayor parte de los civiles asesinados y secuestrados
eran familiares de militares o simpatizantes del Gobierno de Damasco.
"Todos los abducidos incluyen hombres, mujeres y familiares de combatientes favorables al régimen", declaró el director del Observatorio, Rami Abdel Ramán. Los secuestrados
fueron trasladados a zonas del país donde Estado Islámico ejerce un control más férreo.