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Cambio climático

Las promesas climáticas para 2050 se ponen de moda mientras el mundo sigue sin asumir los compromisos para esta década

Calle inundada tras el paso del huracán 'Eta' por San Pedro Sula, Honduras.

El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, ha prometido llevar al país a la neutralidad climática para 2050. Esto implica que emitirán tan pocos gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento global, que serán compensados con lo que absorba la tierra, los bosques o las tecnologías diseñadas a tal efecto. No ha dicho, sin embargo, qué meta impondrá para 2025 y 2030, los pasos previos. No es el único que parece tener claro el objetivo a largo plazo, coherente con cumplir el Acuerdo de París, sin definir un camino a corto plazo coherente con librar al planeta de los peores efectos de la crisis. China ha prometido lo propio para 2060, pero está a punto de meterse de lleno en la construcción de nuevas centrales de carbón para reactivar la economía; Japón se unió hace dos semanas; la Unión Europea abanderó los esfuerzos diplomáticos para que todo el mundo se sumara a la fiesta de mitad de siglo, pero en diciembre debatirá si en los próximos años se pone en la senda correcta o no; y ya no hay demasiado tiempo para artificios. 

En la cumbre del clima de 2019, celebrada en Madrid, era difícil encontrar un stand en el que no se pronunciase la expresión neutralidad climática o neutralidad de carbono, sinónimos. Fue el primer encuentro mundial tras el nacimiento de nuevos movimientos juveniles de presión a gobiernos y a empresas para mejorar su ambición climática, liderados por Greta Thunberg; y la última en la que se tuvo la sensación de que aún había margen. Las organizaciones salieron del encuentro aliviadas por el acuerdo de mínimos alcanzado in extremis, pero advirtiendo de que 2020 era el último año para dibujar compromisos que realmente fueran compatibles con un cambio climático abordable. Pero llegó el covid-19 y lo trastocó todo. La diplomacia, tras el golpe de marzo y abril, se puso a diseñar una "recuperación verde" que compatibilizara las necesidades de reactivación económica con la transición justa necesaria para abandonar los combustibles fósiles. Pero, a mediados de noviembre y a semanas de la fecha en la que se iba a celebrar la COP26, apenas ningún país cuenta con un horizonte compatible con un calentamiento de 1,5 grados, máximo 2, a finales de 2100. 

Los analistas aseguran que, si de verdad se cumplen las promesas de la Unión Europea, de Estados Unidos y de China, y las tres principales economías del planeta reducen al mínimo sus emisiones de CO2, metano y otros gases perniciosos para la atmósfera y su funcionamiento a mediados de siglo, el mundo se pondría en camino de cumplir el objetivo de frenar el cambio climático. Pero para cumplir, es mucho más barato actuar ahora que actuar después. Y nadie lo está haciendo. "Hay un gran número de países donde el objetivo de 2030 no parece proporcionado", afirma para infoLibre el director de la organización británica de análisis climático Unidad de Inteligencia de Energía y Clima (ECIU, siglas en inglés), Richard Black. Coincide el coordinador de Cambio Climático de Ecologistas en Acción, Javier Andaluz. "La neutralidad climática la mandata el Acuerdo de París. No es que lo hagan por libre voluntad". El panel de expertos de Naciones Unidas, el IPCC, deja claro en su último informe que "cuanto más tarde se hagan las transformaciones, más caras serán", recuerda el activista.

Climate Action Tracker, una organización que fiscaliza los esfuerzos climáticos de todos los países del mundo, sigue realizando en 2020 la misma advertencia que hacía el año pasado en estas mismas fechas: queda mucho aún para virar el timón. Recoge y analiza las llamadas contribuciones determinadas a nivel nacional (NDC's, siglas en inglés), las declaraciones de intenciones que, obligatoriamente, tienen que hacer todas las naciones adscritas al Acuerdo de París. Tal y como se puede comprobar en el siguiente gráfico, tanto las políticas que se están llevando a cabo en la actualidad como las promesas a corto plazo no son coherentes ni con limitar el calentamiento global a 1,5 grados ni con limitarlo a 2. El IPCC considera que, aunque parezca poco, la diferencia de medio grado es notable: el escenario más benigno ahorrará dinero, caos, sufrimiento y desigualdad. Por encima de 2 grados, las consecuencias para la vida y la economía, el falso dilema de moda, son difícilmente imaginables. 

Gráfico de Climate Action Tracker con la diferencia entre las promesas y lo necesario para limitar el cambio climático a 1,5 grados.

Estados Unidos se colocó, bajo el mandato de Trump, al margen de la acción climática. Joe Biden ha hecho campaña de la vuelta al Acuerdo de París y de la neutralidad climática en 2050, y asegura que quiere establecer objetivos para 2025 y 2030, pero no ha dicho cuáles. Lo tendrá difícil si, como parece, el Senado cae en manos republicanas. La derecha estadounidense no quiere ni oír hablar de cualquier cosa que parezca verde. China, por su parte, prometió hace unos meses emitir su mínimo en 2060, pero invertirá en centrales de carbón tras salir, más indemne de lo que se temía, de la crisis del covid-19. Y la Unión Europea brega con las dificultades propias de poner a 27 países de acuerdo, dividida entre los que quieren más ambición y los del centro y el este del continente, dependientes aún del carbón para sobrevivir. 

"La mayor debilidad de la UE sigue siendo el obsoleto y muy inadecuado objetivo de reducción de emisiones para 2030 de 'al menos el 40%'. En septiembre, la Comisión recomendó que la UE aumentara su objetivo al menos al 55%; sin embargo, esto no es suficiente. Un aumento de este objetivo al 65%, acompañado de la financiación de la acción climática en el exterior, convertiría a la UE en la primera región con compromisos compatibles con el Acuerdo de París", asegura Climate Action Tracker. Andaluz explica que el 65% para 2030 es lo que defiende Ecologistas en Acción y otras muchas organizaciones afines. El Parlamento Europeo defiende un 60%. Y los países se reúnen el próximo mes para debatirlo, pero parece difícil que Polonia y otros países transijan con un aumento de 25 puntos porcentuales en la ambición a corto plazo. Para el activista, "sería un tremendo error para la lucha climática" que de las negociaciones surgiera una cifra demasiado débil.

Jenny Tollman, experta del observatorio climático alemán E3G, explica que "el número que está siendo discutido por todos los líderes europeos es 'al menos el 55%'". "Y ese 'al menos' es clave aquí", apunta. "Es cada vez más probable que una carrera hacia la cima por parte de las principales economías como China, EEUU, Japón y la UE podría realmente acelerar el despliegue de nuevas tecnologías baratas y eficaces. Esto abriría las puertas para superar el objetivo del 55% para 2030 y acercarse a lo que muchos modelos científicos creen que podría ser la "parte justa" europea, que es más bien un 60-65%". Por lo que hay, aún, motivos para el optimismo. 

Tollman pide tiempo: muchos países están "todavía en el proceso de evaluar cómo podrían cambiar sus objetivos para 2030". "Esto incluye a la UE y a los Estados miembros, así como al Reino Unido, de quienes esperamos nuevos objetivos para 2030 para finales de año. También hay países como Japón, Corea del Sur, Sudáfrica y China, donde los plazos para una actualización del objetivo de 2030 podrían prolongarse hasta el año próximo, pero donde unos objetivos más creíbles para 2030 antes de la COP26 serán un factor clave para determinar si sus anuncios se consideran creíbles", asegura. 

¿No era 2020 el año clave?

En 2019 se aseguró que el año clave sería 2020. Y en 2020 se pide esperar hasta 2021 para comprobar si el mundo se dirige al caos climático o aún es posible virar el rumbo. Mientras tanto, los compromisos a largo plazo siguen dibujándose, también por parte de las empresas: un informe publicado esta semana advirtió de que cada compañía suele introducir los criterios que cree conveniente para declarar su "neutralidad climática", por lo que no hay dos promesas iguales y se abre la puerta al greenwashing o "lavado de cara verde", por el cual el sector privado mejora su percepción mientras evita las transformaciones reales.

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Para Tollman, hay cuatro elementos que permiten juzgar si un compromiso de un país de cara a 2050 va en serio o no: si antes de la COP26 cuenta con metas serias para 2030, lo que hace en sectores "claramente dañinos", como el carbón, o si evita hacerlo dentro de sus fronteras pero se abstienen de la acción climática de puertas para afuera, "es decir, invierte en centrales eléctricas de carbón en el extranjero". Y, por último, cómo ayuda a financiar la transición de las naciones más vulnerables y con menos recursos. Habrá que analizar "en qué países está eligiendo invertir los fondos de recuperación, en particular si se trata de apoyar una transición socialmente sostenible para alejarse de la infraestructura fósil o de permanecer invertidos en industrias insostenibles", considera la experta. 

No solo se trata de que los países más poderosos –y más culpables de la crisis climática– cumplan con su parte del trato, sino que ayuden a cumplir al Sur Global mediante mecanismos compensatorios. "Algunos países en desarrollo necesitan asistencia técnica y necesitarán financiación para hacerlo. Todo esto puede y debe llegar en los próximos años: la presidencia de la COP26 del Reino Unido quiere hacer del cero neto un objetivo, y en lugar de pensar sólo en cuántos compromisos pueden obtener, deberían pensar ahora en cómo trabajar con esos países en desarrollo para convertir las aspiraciones en planes", valora Black.

La activista climática más conocida del planeta, Greta Thunberg, concedió esta semana una entrevista a The Guardian en la que analizó el asunto. No está impresionada por las promesas a mitad de siglo. "Significan algo simbólicamente, pero si miras lo que realmente incluyen, o lo que es más importante, excluyen, hay muchas lagunas. Si no reducimos nuestras emisiones ahora, esos objetivos distantes no significarán nada", aseguró. 

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