ELECCIONES EN ALEMANIA

Angela Dorothea Merkel, la canciller de la austeridad feroz que repudió a la extrema derecha

La canciller alemana, Angela Merkel, durante su visita a Polonia el pasado día 11.
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“Querida doctora Merkel, es usted la primera jefa de gobierno democrática en Alemania, ésa es una fuerte señal para muchas mujeres, y ciertamente también para algunos hombres”. Con esas palaras dio la bienvenida el presidente del Bundestag, Norbert Lammert, a la recién elegida canciller el 22 de noviembre de 2005. Lammert no podía saber entonces que la doctora Merkel –investigaba en química cuántica antes de entrar en política– iba a igualar –y puede que superar, si no se forma gobierno hasta diciembre– los 16 años que Helmut Kohl pasó en el poder. Konrad Adenauer, el primer canciller de la Alemania democrática y padre fundador de la UE, se quedó en 14. Cuatro mandatos en los que Angela Merkel ha gobernado en coalición, tres con los socialdemócratas del SPD y uno con los liberales del FDP. Y en los que ha lidiado con dos de las mayores crisis de los últimos 100 años: primero la financiera y su resaca europea, después la pandemia del coronavirus.

En tanto tiempo, quien empezó como la niña de Kohl se transformó en una Mutti (mamá) para sus compatriotas, pero también en la canciller de la austeridad implacable, en el tanque que dominaba la política europea con su potencia y ortodoxia económicas. Resulta fácil, por tanto, caer en la tentación de convertir a Angela Dorothea Merkel –su nombre completo– en la canciller de hierro. En realidad, es la antítesis de otra mujer en su mismo espectro ideológico y similar apodo férreo, Margaret Thatcher. La alemana está muy lejos de la arrogancia y la inflexibilidad dogmática de la británica, que pasó 11 años al frente del Gobierno, pero salió de él con los índices de popularidad por los suelos y apuñalada por su propio partido. Dimitió el mismo día que Lammert saludaba a Merkel en Berlín, sólo que 15 años antes.

Se la ha tachado de insulsa y poco emotiva, y es el origen de un neologismo, el verbo merkeln, como sinónimo de no tener una opinión definida o ser vacilante. Aunque, en la hora de su marcha, también se le prodigan los elogios por su eficiencia y sensatez, al tiempo que se destaca la dificultad con la que se están enfrentando sus posibles sucesores para aparecer tan confiables ante los votantes como lo ha sido la canciller.

Lejos quedan en la memoria los días en que Angela Merkel, y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, capitaneaban sin misericordia los cruentos rescates a Grecia, España y Portugal e Irlanda. Ni un euro para los manirrotos del sur si no era a cambio de unos recortes que se vendieron como reformas y que han precarizado las condiciones de vida de millones de ciudadanos durante años. Alemania aplicaba una mezcla de superioridad moral y dogmatismo económico con la vista siempre puesta en asegurarse al votante alemán, aterrado de perder sus ahorros por culpa de unos países endeudadísimos que se gastaban el dinero en “alcohol y mujeres y luego pedían ayuda”“alcohol y mujeres y luego pedían ayuda”, por utilizar las palabras del presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, holandés, socialdemócrata, pero el mayor aliado de las políticas austericidas de Schäuble.

Tan encarnizada fue la pelea que en octubre de 2012 Angela Merkel fue recibida en Grecia con carteles de “No al cuarto Reich” en las manifestaciones y caricaturas de Adolf Hitler en los periódicos. El PIB griego no dejó de caer desde 2008 hasta 2016, ocho años en los que la economía del país perdió un 28% de su riqueza. Pese a su recuperación desde entonces, aún es el 76% de lo que registraba su contabilidad nacional antes de la crisis y el rescate europeo. Salarios hundidos, tasas de paro que compiten con las españolas, recortes criminales en la sanidad y en la educación son algunas de las huellas dejadas en Grecia por una política pensada para el beneficio de la economía alemana.

Hasta The Economist, la biblia del liberalismo, apuntaba en 2012 a la canciller alemana con una portada que reproducía un barco con el nombre “la economía mundial” hundiéndose en el océano y del que sale un bocadillo de tebeo: “Por favor, ¿podemos encender ahora los motores, señora Merkel?”.

En cuestiones alejadas de la economía, Merkel ha sido mucho más flexible. Tras el desastre nuclear en Fukushima, consciente de que la preocupación por el medio ambiente se extendía en Alemania y el partido de Los Verdes podía capitalizarla, dio la campanada al anunciar en marzo de 2011 que suspendía la extensión –recién aprobada– de la vida de las centrales nucleares. Pese a que ella misma las había defendido antes. La última se apagará el próximo año. Otro tanto ocurrió con la unión homosexual, cuya legalización el partido conversador había bloqueado durante años. Merkel incluso votó en contra en el Bundestag, pero dio libertad a sus diputados para que decidieran en conciencia. La medida fue aprobada en 2017. Según dijo entonces, consideraba que traería “más cohesión y paz social”. También es obra de la canciller la supresión del servicio militar obligatorio en diciembre de 2010, a la que siempre se había opuesto la CDU.

Después del “Wir schaffen das”

Mucha mayor repercusión tuvieron sus decisiones sobre política migratoria en 2015. Cuando más de un millón de personas expulsadas por la guerra de Siria y la violencia en Afganistán e Irak pedían refugio en Europa, Angela Merkel abrió las puertas a casi 900.000 sólo ese año. “Wir schaffen das” (“Podemos hacerlo”) fue la frase que acompañó el anuncio. La revista Time la nombró Persona del Año. La mujer sin empatía que contestó a una niña palestina envuelta en lágrimas que quizá tendría que volver a Líbano, tras años viviendo en Alemania, porque “el país no puede acoger a todos”, adoptaba una política humanitaria. Cierto que también impulsó un año después la firma del controvertido acuerdo con Turquía por el que el país de Tayyip Erdogan ha recibido ya de la UE 6.000 millones de euros a cambio de atender en su territorio a cuatro millones de refugiados que así no pisarán suelo europeo.

De esta forma, Alemania ha sido el país de la UE que ha acogido más refugiados –más de millón y medio, España sólo a 4.900–, cuya integración y contribución a la economía nacional son motivo de elogio. Pero esa generosidad tuvo una consecuencia indeseada: el despertar de la ultraderecha, xenófoba y racista, que cristalizó en Alternative für Deutschland (AfD). Al igual que luego Vox en España, la AfD primero entró en los parlamentos de los länder y finalmente accedió al Bundestag en 2017 como tercera fuerza política, con 94 escaños.

En lo que sí se ha mostrado inflexible Merkel es en el cordón sanitario a la AfD. A diferencia de lo que han hecho en España el PP y Ciudadanos, la CDU ha repudiado al partido de extrema derecha sin titubeos. Merkel pareció incluso haber abandonado su contención emocional cuando en noviembre de 2019, apremió al Bundestag a oponerse al “discurso extremista”. “De otra manera, nuestra sociedad no volverá a ser la sociedad libre que es”, advirtió a los diputados, entre los que se encontraban los 88 de la AfD. “Expresar una opinión no tiene coste cero. La libertad de expresión tiene sus límites y esos límites comienzan cuando se propaga el odio. Empiezan cuando la dignidad de otra persona es violada”, proclamó taxativa y enérgica. La misma contundencia con que tres meses más tarde rechazó el pacto al que había llegado la CDU con la AfD para hacer presidente de Turingia a un candidato del FDP, rompiendo así el veto a la extrema derecha: “Fue un mal día para la democracia. Fue un mal día para la CDU”. Pocos días después, el liberal dimitió y el aspirante del izquierdista Die Linke fue designado presidente de este land del este de Alemania.

Esta vez sí se puede gastar

La última gran crisis de su último mandato, la pandemia del covid-19, volvió a mostrar la cara humana de Merkel, también la cara confiable. Sus didácticas explicaciones sobre el virus, en las que pudo hacer gala de su preparación científica, dieron la vuelta al mundo a caballo de las redes sociales. “No puede ser que antes de navidades tengamos muchos contactos y después sean las últimas fiestas que pases con tus abuelos”, alertó de nuevo en el Bundestag. La canciller lidió bien en la primera fase de la pandemia, cuando Alemania evitó las terribles cifras de contagios y muertos de España o Italia. Con el tiempo, las dificultades para poner de acuerdo a los länder sobre las restriccionesimpactaron en la gestión de la pandemia. También ha tenido que bregar contra los negacionistas del virus, aliados con la extrema derecha a la hora de atacar las mascarillas y las vacunas como amenazas a la libertad individual.

Con los fondos de recuperación, los miles de millones de euros que la UE va a destinar a combatir la crisis económica causada por el virus, Angela Merkel no ha aplicado la ortodoxia de la anterior crisis. De momento, ha dejado a un lado la alergia alemana a gastar, consciente de la excepcionalidad de la crisis. Tanto de puertas adentro, suspendiendo temporalmente la regla del schwarze nullschwarze null –incorporado en la Ley Fundamental alemana y que prohíbe aumentar el déficit público por encima del 0,35% del PIB– como en territorio comunitario. Aunque mantuvo su rechazo a mutualizar la deuda para hacer frente al daño económico provocado por la pandemia emitiendo coronabonos. La política europea no ha sido precisamente la protagonista de la campaña electoral alemana. Pero los conservadores tienen en principio más prisa por volver a la disciplina fiscal que los socialdemócratas. Y ya han empezado a sonar los primeros avisos para que ese regreso se decida cuanto antes.

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Futuro

Angela Merkel deja una Alemania con el paro casi a niveles de prepandémica –un 5,5%–, pero con un mercado de trabajo precarizado donde la crisis se ha cebado en quienes vivían de un minijob, los contratos a tiempo parcial por 400 euros. El virus ha destruido casi 900.000 de estos puestos, ocupados sobre todo por mujeres y jubilados con pensiones bajas. Queda pendiente el reto de la digitalización y de unas infraestructuras que piden a gritos nuevas inversiones. La alemana ejerció también de contrapunto absoluto del estrambótico y excesivo Donald Trump, erigiéndose en la líder europea frente al America first, hoy ya en el olvido, que dinamitaba los acuerdos internacionales sobre el clima o el comercio internacional.

A partir de ahora, una vez retirada, la doctora Merkel sólo ha adelantado que en principio se dedicará a leer. “Se me cerrarán los ojos, porque estoy cansada. Entonces trataré de dormir un poco, y luego veremos dónde aparezco”, explicó en cierta ocasión, según publica Deutsche Welle, que cifra su pensión en 15.000 euros mensuales. Su antecesor, Gerhard Schröder, fundó una consultora y se ha dedicado desde entonces a una polémica labor de lobista, contratado por la empresa constructora del gasoducto Nord Stream, filial de la rusa Gazprom. Otro excanciller, Helmut Schmidt, se convirtió en un carísimo conferenciante. De la discreta Merkel no serán de esperar, ni de lejos, estridencias semejantes.

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