El amor después de Auschwitz

Una pareja de ancianos baila en el centro de una habitación. Esa es la imagen que me ha quedado de Amor, la última película de Michael Haneke. Una pareja baila con elegancia, en una casa elegante, dentro de un barrio elegante de París. Los cuerpos de Jean-Luis Trintignant y Emmanuele Riva convocan el amor en un abrazo. Se funden en los recuerdos y en la música silenciosa de sus ochenta años. Ancianos y bellos danzan reunidos y con pasos tímidos en la soledad de un espacio y de una edad demasiado grandes.

Quizá haya algún espectador que me corrija. Los ancianos de la película no bailan. Ella sufre una enfermedad grave que la paraliza. Para ir al baño o para regresar del salón al dormitorio, consigue ponerse de pie con mucha dificultad y sólo puede moverse si se apoya en el cuerpo de él, si se anuda a su cuello, pecho contra pecho. Necesitan acompasar su paciencia y sus piernas frágiles. ¿Eso es bailar? Hará bien en quitarme la razón quien identifique el baile y la unidad íntima de dos cuerpos con la fortaleza de la fiesta. Pero yo me inclino a señalar en este momento, en estos momentos, la debilidad que puede esconderse y salvarse también en un abrazo. Justificar un abrazo. Nos apoyamos en el otro, nos movemos junto al otro, para compartir una alegría o una debilidad. Quienes bailan se refugian.

La debilidad es la verdadera razón de los vínculos. No se trata de egoísmo. Afecta tanto la debilidad propia como la ajena. Nos reunimos porque necesitamos cuidar y que nos cuiden. El deseo surge de la conciencia de que algo nos falta. Buscamos y nos ponemos en búsqueda y captura. La sociedad de los débiles es la que más necesita el amor. Y es que el amor es un derecho de expresión y reunión.

El argumento de la película de Haneke da vueltas sobre la decrepitud, la enfermedad, las escenas finales de la vida. No oculta en ninguna escena la debilidad humana, sus humillaciones, las ataduras inevitables que se dan entre lo más hermoso, lo más querido y los excrementos. Mientras la mujer elegante, maestra de piano y orgullosa, se acerca con una lucidez despiadada no ya a su muerte, sino a una realidad escatológica, la cámara se fija en los buenos libros, el arte y la atmósfera de la música clásica. Emmanuele Riva no quiere trampas. ¿Es la belleza y la dignidad humana una trampa?

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Tehodor Adorno se preguntó si tenía sentido escribir poesía después de Auschwitz. Cuando el ejército soviético entró en el campo de concentración nazi, el espectáculo de los cuerpos maltratados era sólo un indicio de la catástrofe. Era la razón humana convertida en crueldad y método de destrucción contra los judíos. ¿Y la poesía? Las dudas de Adorno estaban cargadas de gravedad. No nos decía que resultase difícil ponerse poético después de asistir a un exterminio. Lo verdaderamente complicado era comprender que ese exterminio había surgido desde el corazón de la misma cultura que alimentaba los sentimientos más sublimes de la poesía.

Pues busquemos entonces el corazón. Y decidamos. ¿Es posible escribir después de Auschwitz? Sí, desde luego. Se ha escrito mucho, por fortuna. Pero no es conveniente escribir olvidándose de que Auschwitz ha existido. De que Palestina existe hoy. No deberíamos ser indiferentes a la tortura, a las cárceles, a la muerte, a los cuellos fracturados, a las humillaciones por motivos raciales en el autobús cotidiano de la vida. Y para seguir escribiendo, además, es conveniente recordar que en la condición humana, junto a la crueldad, danzan también el amor, y los cuidados, y el baile, y películas como la última de Michael Haneke. Nos vincula nuestra debilidad. El fanatismo, que es fuerte, nos cierra los ojos. Quien se pone de parte de las víctimas, puede equivocarse, pero sus errores no son nunca muy graves. Quien se equivoca al ponerse al lado de los verdugos corre un riesgo mucho mayor de indecencia. Eso nos enseñó Auschwitz, algo que no debemos olvidar, sobre todo, los que estamos empeñados en seguir escribiendo poesía.

De la última película de Michael Haneke me quedo con la imagen de dos ancianos enamorados. Bailan, están unidos, son conscientes de su debilidad y resisten juntos, abrazados, ante la muerte. No cierran los ojos. La muerte no puede negarse. Hay que aceptarla. Pero el amor y los cuidados son un aplazamiento, una forma de resistencia.

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