Afganistán

Mujeres en el infierno

Mujer Afganistán

Las mujeres afganas serán las perdedoras. No importa quién gane la guerra, quién gobierne, ellas siempre pierden. La presencia desde hace casi doce años de decenas de miles de soldados extranjeros no ha cambiado la existencia de la mayoría. La vida les sorteó pobreza, analfabetismo, malos tratos, matrimonios forzados, una sociedad machista y una tradición aplastante. Se han producido mejoras en las ciudades -en Kabul y Mazar-i-Sharif, sobre todo-, y construido escuelas rurales y otras infraestructuras valiosas. De poco sirven si la enseñanza secundaria sigue vetada para las niñas en casi todo el país; de poco servirán si los talibanes consideran que todo lo edificado con dinero occidental está maldito, es obra del diablo.

El día que los talibanes perdieron Kabul, en diciembre de 2001, decenas de mujeres se levantaron el burka; algunas incluso se pintaron los ojos y los labios. Era su desafío a tanta prohibición. Algunos hombres de la capital guardaron cola en las barberías para rasurarse la barba ante las cámaras de televisión occidentales. El mensaje parecía liberador. Vendía una imagen irreal, aseguraba el prime time, la satisfacción del deber cumplido. En el cultivo de esa falsedad comenzó la derrota de EEUU y sus aliados: ellos estaban en un Afganistán paralelo, alejado del real.

Expulsados del poder los talibanes, llegó la simulación de la libertad. Tras las primeras elecciones en un país en el que el 87,4% de las mujeres y cerca del 57% de los hombres son analfabetos, se declaró la democracia. Eso es lo que "vendían" los propagandistas de la invasión afgana, los defensores de la guerra contra el terror, los neocon. Era más un mensaje interno destinado a los padres y madres de los soldados norteamericanos que perdían la vida en tierras lejanas: es por una causa justa, por la seguridad de EEUU y la liberación de Afganistán.

Toda la operación es un fracaso. Miles de soldados muertos sin un resultado sostenible; miles de civiles afganos muertos. Nada de lo logrado sobrevivirá el día que salga del país el último soldado extranjero. El Gobierno de Hamid Karzai, pese a sus bravatas, no duraría una semana sin la protección de las tropas de EE.UU.

El problema occidental fue creerse su propio cuento, como el de Augusto Pinochet en el célebre referéndum del 'No'. Nadie escuchó a Malalai Joya, una joven afgana que habló en diciembre de 2003 ante la Loya Jirga (la Gran Asamblea) –un instrumento democrático en la tradición afgana en la que los notables de todo el país se reúnen para tomar decisiones por consenso–. Su discurso en un mundo de hombres fue una demoledora radiografía del Afganistán liberado, una seria advertencia de lo que iba a suceder.

Bush reemplazó a los talibanes por unos señores de la guerra corruptos, responsables de la destrucción del país tras la retirada soviética. Era una vuelta atrás, a la guerra civil perpetua que comenzó en 1979, con la invasión del Ejército Rojo. EE.UU. tomó partido por un bando de la guerra, no mucho mejor que el que acababa de desalojar del poder. Joya vive en la clandestinidad. Son muchos quienes la quieren matar. Ha sobrevivido a varios atentados.

Ser mujer en Afganistán es una heroicidad, como demuestran estas tres historias de valor y coraje. Cuando se retiren las tropas volverá a caer el burka sobre sus cabezas. No habrá otra opción que el silencio. Ellas son las víctimas, las de los talibanes, las de los occidentales que confundieron la política con la propaganda.

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Libro recomendado: La piedra de la paciencia de Atiq Rahimi.Para entender la guerra, un

documental: Restrepo.

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