Verso libre

Aquí yacen dragones

La imaginación es un requisito imprescindible para salvarnos de la cobardía. La realidad cuenta con muchos recursos cotidianos que procuran acomodarnos en la obediencia. Parece que ser responsable y sensato significa comulgar con ruedas de molino, vivir en la renuncia.

Uno de los recursos más útiles de la realidad para domarnos es su propia desaparición. Tiende a autoliquidarse en carne y hueso para sacrificar nuestra experiencia en favor de un paisaje virtual. Se diluye la vida que respiramos, pisamos y tocamos. Nos parece irreal porque la tenemos cerca y porque nos han enseñado a tomar decisiones en la lejanía. Una paradoja inseparable de los mecanismos de dominación: las realidades virtuales se diseñan como el escenario pragmático de nuestras decisiones. Una cosa es la opción política que yo quiero votar, o el periódico que quiero leer, o la justicia que me gustaría defender, y otra cosa el voto útil, la prensa que fabrica el prestigio de las corrientes de opinión, la justicia que ordena los comportamientos de la sociedad.

La realidad desaparece para rompernos en dos –lo que siento y lo que hago– y transformarnos en seres obedientes. Somos una virtualidad. Y la virtud se pierde en manos de la virtualidad. Si miramos a nuestros alrededor vemos a mucha gente con miedo. Buenos amigos, buenos profesionales, personas comprometidas, pero con miedo. En privado dicen una cosa y en público comulgan con ruedas de molino. Hay muchas versiones de bolsillo de esa única razón de Estado que nos hace vivir al margen de nuestros principios.

El director de cine Fernando León de Aranoa publicó en 2010 un libro titulado Contra la hipermetropía (Debate). Su cine apegado a la vida es una toma de postura contra los que no quieren mirar aquello que tienen más cerca y deciden su comportamiento en la claridad de las visiones lejanas. El poder que diseña esas realidades virtuales sabe dibujar al mismo tiempo el bien y el mal. Las figuras de Dios y del Demonio pertenecen al mismo poder. Elegir entre cualquiera de las dos opciones implica una forma de obediencia, un modo de habitar en la superstición.

Porque las realidades virtuales no suponen más que un regreso al mundo de la superstición. Cervantes imaginó a don Quijote para criticar a los personajes que no vivían de acuerdo con su experiencia histórica, la de su tiempo, la de su realidad. Don Quijote fue un fantoche al servicio de los códigos feudales de la caballería. Era, eso sí, un fantoche valiente, y la nueva superstición de las realidades virtuales procuran convertirnos en títeres cobardes. Da miedo pensar en las supersticiones que fundan hoy los pragmatismos de la gente.

La ficción surgió como una alternativa a las supersticiones. La mirada de la ficción es consciente de sus maniobras, inventa para conocer la realidad, pero no confunde nunca esa realidad con los fantasmas de la imaginación. Se trata de detectar precariedades y de plantear alternativas. Es decir, la ficción nos invita a ser dueños de los finales. Las supersticiones y los milagros nos hacen devotos al confundir la realidad con un mundo virtual. En la ficción surge un proceso de conocimiento; en la superstición se cancela la realidad, se sustituye por un ejercicio de engaño.

Por eso Fernando León de Aranoa, que es un narrador puro en sus películas, publica ahora un libro de relatos, Aquí yacen dragones (Seix Barral, 2013), que es una reivindicación de las ficciones y un alegato contra la cobardía. En los viajes de los antiguos navegantes había una frontera de miedo, una raya marina en la que se intuía el fin del mundo. Al otro lado de esa raya empezaba el lugar de los dragones. Así que los navegantes daban la vuelta y regresaban a sus obediencias. Los relatos de Fernando León prefieren seguir viaje. Hablan de todo y todo lo ponen del revés para atreverse a definir una mirada propia.

Y en la imaginación del escritor pasa la vida de cerca con sus debates sobre la identidad, el miedo o el amor a los otros, el dolor o la ilusión de la gente, la magia cotidiana, la miseria, las corrupciones políticas, las quimeras del pragmatismo, las fragilidades de cualquier estabilidad, los juegos de la memoria y las contradicciones inevitables de los que estamos sentenciados a vivir.

Pero el lector se equivocará si recorre las páginas de Aquí yacen dragones en busca de una constante doble intención o una interpretación política de cada ingenio. En el libro hay de todo porque nace en la raíz de todo, como una apuesta por la ficción para salvarnos de la hipermetropía. Un alegato contra ese cobarde que va dentro de nosotros cuando alguien nos ofrece una bifurcación y no somos capaces de imaginar nuestro propio camino.

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