Venezuela

Caracas

Fernando Flores

Caracas, 5 de abril

La primera vez que estuve en Caracas fue a finales de 1998. Hugo Chávez estaba a punto de ganar las elecciones que le harían presidente de Venezuela hasta el día de su muerte. En aquellos días los taxistas le daban vencedor contra todo pronóstico mediático, mientras que los periódicos sólo consideraban los actos de su campaña como noticia si él la pagaba como espacio publicitario.

Han pasado casi quince años, Chávez acaba de morir (hoy hace un mes) y su nombre no necesita publicidad porque ya es uno de los personajes esenciales de la joven historia del siglo XXI. De hecho, en estos momentos su figura luce tanto que, bien atizada por los responsables de la campaña de Nicolás Maduro, es la llama que ilumina el camino del oficialismo hacia el nuevo gobierno.

La campaña electoral empezó oficialmente hace tres días, pero la carrera por la Presidencia de la República hace algunos más. Mientras el cuerpo del presidente reposa interino en el Cuartel de la Montaña y miles de personas desfilan ante su mausoleo, los muros de calles y solares huelen a la pintura fresca que dibuja la silueta de Nicolás Maduro entre corazones amarillos, azules y rojos, y en las plazas suenan los compases de la música pegadiza que pregona la candidatura de Henrique Capriles.

Maduro ha planteado una campaña emotiva, tutelada por la imagen santificada de Chávez y dirigida al corazón de los venezolanos. “Chávez para siempre, Maduro Presidente”, “Chávez te lo juro, mi voto es por Maduro”, “Con Chávez y Maduro el pueblo está seguro”. Son las consignas que a ritmo de un suave hip hop reciben al candidato en los multitudinarios mítines, siempre arropado en el escenario por decenas de personas.

A Maduro se le critica precisamente que no sabe hacerlo solo, que tiene miedo, que va de prestado, que no se atreva a un cara a cara, que no está a la altura. Y es cierto que protege en extremo su persona y sus palabras. La comparación con quien se ha ido es demasiado evidente, así que el candidato del PSUV está dentro del castillo defendiendo la plaza ganada por su predecesor, tratando de no equivocarse, confiado en unas encuestas que, a día de hoy y en el peor de los casos, le dan siete puntos de ventaja sobre su contrincante.

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Al morir Chávez Capriles exigió una convocatoria inmediata de elecciones, tal y como prevé la Constitución. Más tarde advirtió que una campaña corta le perjudica, y que puede acabar perdiendo contra un muerto. Pero la suerte está echada. Con la gorra tricolor de béisbol bien encajada el candidato opositor se lanza al escenario y habla a sus partidarios de la vida costosa, de la inseguridad, y les pregunta: “¿cuánto cuesta un libro para estudiar? ¿y la comida? ¿y los apagones? ¿y el agua?”. Y se nota que trata de conectar con los sectores más pobres, mayoritariamente partidarios del oficialismo, cuando lleva la simplicidad al extremo: “votar a Capriles es ganar más, comer mejor y dormir tranquilos”. Y reitera casi deletreando: “ganar… comer… dormir”.

Capriles no nombra a Chávez en sus discursos, y ha dejado de menospreciar públicamente a Maduro, a quien sin embargo le niega el trato de Presidente. Le llama sencillamente “Nicolás”, y trata de dibujarlo como un candidato infantil sin más apoyo que la sombra interesada de una facción del PSUV. Por eso es comprensible el enfado fenomenal de toda la oposición al hacerse público en los últimos días un vídeo de Lula Da Silva de apoyo a Maduro , en el que da gran valor a su persona y lo señalaba como el único indicado para proteger y continuar el legado social de fallecido Presidente.

Tres días de campaña, los taxistas están divididos y las encuestas señalan a Nicolás Maduro como claro vencedor. Aún así en las filas del socialismo existe el callado temor de que el tándem con Chávez no sea suficiente para mantener la ventaja de 10 puntos que éste obtuvo sobre Capriles en las elecciones del 7 de octubre. Lo que de ese temor sea fundado constituye la esperanza de la derecha opositora.

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