Buzón de voz

Un poco más huérfanos

La forma en que alguien decide morir también dice mucho sobre la vida de esa persona. José Luis Sampedro dejó dicho y firmado ante su pareja, Olga Lucas, que no quería “circos mediáticos”, así que nadie más debía enterarse de su fallecimiento hasta que el cuerpo hubiera sido incinerado. Y Olga ha cumplido su deseo: “que se llore lo menos posible y que se siga luchando lo máximo posible”.

   Los más viejos del lugar recordarán a Sampedro de los tiempos de la lucha antifranquista, cuando dejó su cátedra de Estructura Económica en la Universidad Complutense en protesta por las destituciones de José Luis Aranguren y Enrique Tierno Galván. Los que atraviesan hoy el medio siglo guardarán imágenes de finales de los años 70 y de los 80, cuando Sampedro compaginaba su actividad como economista y la de escritor de novelas de una sensibilidad exquisita: “Octubre, octubre” o “La sonrisa etrusca”. Y los más jóvenes no podrán ya olvidar a ese sabio de barba blanca que unió su voz a la de Stéphane Hessel (también recientemente fallecido) para dar cobertura intelectual al 15-M y al Movimiento de los Indignados. Sampedro no quería ruido. El mejor homenaje a un escritor-pensador-profesor-humanista crítico es sin duda leer sus textos y escuchar su voz, grabada en entrevistas imprescindibles para conocer su legado.

   En el prólogo de la edición española de “¡Indignaos!”, José Luis Sampedro denunciaba: “Los financieros, culpables indiscutibles de la crisis, (...) apenas han soportado las consecuencias de sus desafueros. Es decir, el dinero y sus dueños tienen más poder que los gobiernos”. Y hacía un llamamiento explícito: “Luchad, para salvar los logros democráticos basados en valores éticos, de justicia y libertad prometidos tras la dolorosa lección de la segunda guerra mundial”. Sampedro (como Hessel, como Chomsky, como Saramago o como Tony Judt) consideraba que el peligro totalitario no ha desaparecido, aunque “la invasión de un país por tropas fascistas es más evidente que la dictadura del entramado financiero internacional”.

Respuestas colectivas

   En ausencia de Sampedro, cabe preguntarse por los referentes intelectuales o morales de la izquierda y no resulta fácil personalizarlos. La desorientación provocada por la caída del Muro de Berlín y la apropiación por el neoliberalismo de valores como la libertad o la solidaridad empezaba a ser superada a principios de siglo con la confianza en la sociedad del bienestar y en la idea de una Europa social y solidaria. El estallido de la burbuja financiera, que en buena lógica debería haberse llevado por delante los paraísos fiscales, la desregulación bancaria y la voracidad en los beneficios empresariales, ha puesto en evidencia la cruda realidad del inmenso poder del dinero y el fracaso de la política a la hora de someter ese poder al de los ciudadanos.

   No surgen fácilmente nombres propios que alienten un pensamiento alternativo al 'discurso único' de la globalización financiera y sus derivados. Quizás porque la respuesta ya no puede ser personalizada ni de una 'escuela' intelectual concreta. La propia globalización provoca respuestas colectivas, en forma de movimientos pacíficos sin liderazgos definidos. Sampedro era para esos movimientos un referente moral, un ejemplo de actitud cívica, de fortaleza ética, más que el autor de un ideario político o filosófico.

   El credo personal de José Luis Sampedro le impedía imaginarse a sí mismo cruzándose con nadie en un imposible 'más allá', pero el destino ha querido que su último viaje coincida precisamente con el de Margaret Thatcher, alguien que representaba casi todo aquello contra lo que él luchó con la fuerza de la palabra: ese “capitalismo salvaje” que Sampedro consideraba “un sistema agotado, dure lo que dure”.

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