Muros sin fronteras

San Chávez vota en Venezuela

Seguidores de Maduro en un acto electoral.

En estos días de loas funerarias a la desaparecida Margaret Thatcher, una mujer que no dejaba indiferente, pocos se acuerdan de Hugo Chávez, otra personalidad singular y con una notable influencia política en América Latina. El tiempo dirá qué olimpo le corresponde a cada uno.

Ese Chávez olvidado por los medios de comunicación occidentales, que saltan sin memoria de un muerto a otro, de una noticia a otra, de una catástrofe a otra, revive estos días en Venezuela, donde el domingo 14 de abril se celebrarán unas elecciones presidenciales.

Hugo Chávez es un personaje que no admite medias tintas. Sus simpatizantes lo enarbolan como un santo. Sus detractores, como un demonio.

El heredero designado, Nicolás Maduro, embutido en su papel de candidato por defunción, parece acartonado, sin confianza en sí mismo; recurre en exceso a la figura de su predecesor, a su amparo. Pese a su rigidez, ha desarrollado una inmunidad al ridículo que le permite hablar sin complejos de las apariciones de su mentor en forma de pajarito y de su presunta influencia desde el más allá en la elección en Roma del papa Francisco. La santificación de Chávez garantiza votos.

Estos devaneos místicos de Maduro están calculados; son la prueba de su debilidad política. Se sabe incapaz de ganar por sí solo las elecciones. Depende de la figura de Chávez. La exhibición del cadáver, los funerales, el martilleo informativo posterior están orientados a mantener vivo al que se fue.

Henrique Capriles lo tiene más complicado que Maduro. Se trata, tal vez, del mejor candidato de la oposición en 14 años, el primero que ha comprendido que el debate no es sobre un personaje, sino sobre la eficacia y una manera de gobernar. Hasta la irrupción de Capriles, la oposición se presentaba dividida, atrapada en un discurso prepotente, rayano en el racismo, en un desprecio casi xenófobo a la figura de Hugo Chávez. Capriles lo tiene imposible: no podrá derrotar a un santo, salvo milagro, claro está.

Las elecciones del domingo se presentan reñidas para la prensa conservadora extranjera, que esgrime encuestas poco reales. Estas elecciones no modificarán, salvo una descomunal sorpresa, el panorama político venezolano más allá del cambio radical que supone la desaparición del líder carismático. Habrá un chavismo sin Chávez y este tendrá un periodo de caducidad. La permanencia del chavismo va a estar condicionada por su capacidad para reinventarse. Maduro carece de la oratoria del difunto líder, de su fuerza. Es sólo un líder de transición.

Los venezolanos ignorados y alfabetizados por Chávez

Es complicado predecir qué va a pasar después del 14 de abril. Hay temor a algaradas. Dependerá de los resultados, de su limpieza. Esta vez no será sencillo que Capriles acepte una derrota con el fair play de octubre. Tanto el chavismo como la falsamente unida oposición venezolana se enfrentarán a un test de resistencia. Habrá desgaste en ambos bandos, divisiones.

“Chávez nos devolvió el interés por la política”

“Chávez nos devolvió el interés por la política”

Dependerá de la economía, agarrotada por sus problemas estructurales. A los años de saqueo de las grandes familias, de los partidos tradicionales, no le siguió una política salvadora y eficaz. Venezuela es un país en tierra de nadie, a medio construir, como la torre David de Caracas de la que tan acertadamente escribió Jon Lee Anderson.

La clave a medio y largo plazo serán los cientos de miles de venezolanos ignorados durante décadas, a los que Chávez alfabetizó, convirtiéndolos en ciudadanos, y las decenas de miles que arrancó de la miseria extrema. Ahora tienen derechos, saben leer y pensar. Según se difumine el aura del líder difunto, su fuerza indudable, los nuevos venezolanos transitarán de la emoción a la realidad y exigirán soluciones, no palabras.

No existen personas insustituibles, sólo personas difíciles de sustituir.

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