Verso libre

Volveré mañana

La Biblioteca Pública de Nueva York está en la 5ª Avenida a la altura de la calle 42. Es una de las zonas de Manhattan que más me gustan. La vigila el pico de del Chrysler Building, el edificio de la avenida Lexington en el que García Lorca situó su “Grito hacia Roma” para denunciar la falta de amor que impera en los viejos salones del Vaticano y en las oficinas de Wall Street. Dios y el César son dos caras de la misma moneda. La vida es contradictoria porque está hecha de tiempo, una materia íntima que suele pegársenos a las manos como una mezcla a la vez transparente y espesa. Todo se queda adherido en ella, todo se confunde y cada cosa llega a convertirse en su contrario.

García Lorca elaboró la arquitectura de Nueva York como un paisaje agresivo para simbolizar una civilización que no estaba hecha a la altura del ser humano. Inmensas escaleras, aristas duras, ventanas abiertas para el suicida, perspectivas ajenas… Pero ocurre que a través de los poemas de García Lorca y de otras muchas obras de arte hemos ido haciendo nuestro el paisaje de Nueva York. Reconocemos sus formas, nos reconocemos en ellas al caminar, son una puerta hacia la vida y la humanidad. El tiempo y sus contradicciones: siento ahora mías las calles de Nueva York porque un poeta admirado las sintió ajenas en 1929.

La exposición preparada por la Fundación Federico García Lorca en la Biblioteca Pública de Nueva York se titula “Volveré mañana”. Es un acierto más de los comisarios de la exposición, los profesores Andrés Soria Olmedo y Christopher Maurer. García Lorca no encontró a su editor, José Bergamín, cuando fue a llevarle el original de Poeta en Nueva York a las oficinas de Cruz y Raya en 1936. Le dejó el texto con una nota: “He estado a verte y creo que volveré mañana. Abrazos”. Tenía razón. Su muerte impidió que volviera a encontrarse con Bergamín, pero siempre es mañana si la literatura es buena y el autor regresa ahora en esta exposición y en unos versos que son a la vez pasado, presente y futuro.

Me emociono al ver los dibujos, las cartas, las fotografías, los manuscritos llenos de tachaduras, las palabras tantas veces leídas. Y me siento de pronto raro. Federico García Lorca es un antepasado, un lazo con la tradición. Pero al escribir Poeta en Nueva York tenía 31 años, era mucho más joven que yo. ¿Qué admiro aquí? ¿La tradición o el futuro? Admiro al mismo tiempo los versos de un antepasado y de un poeta joven. La memoria sirve para alabar un acto de juventud, el ayer para sentir el latido de lo nuevo.

García Lorca llegó a Nueva York angustiado por una crisis amorosa y estética. Sus amigos Dalí y Bueñuel habían despreciado el éxito del Romancero gitano. Les parecía un libro tradicionalista, viejo, complaciente. Lorca procuró entonces una respuesta, buscó lo nuevo con versos cercanos al surrealismo. ¿Y qué encuentro yo ahora en Nueva York, en la Public Library, en 2013? Pues unas novedades que tienen 84 años. Muchos más años que yo, que soy un cincuentón cansado de valorar las cosas por el simple prestigio de las novedades. Cuando las palabras actúan y emocionan después de mucho tiempo, la ética de la literatura niega tanto el olvido como la soberbia de las modas.

La vida se nos pega en las manos. El olvido no tiene que ver con la palabra ayer sino con la renuncia a la geografía moral que somos. Al salir de la exposición de García Lorca me encuentro en la calle con el Ángel de la Historia de Walter Benjamín. Vuelto de espaldas, tiene las alas abiertas y mira hacia el pasado. No observa un encadenamiento de sucesos lineales, sino una acumulación, una catástrofe única. Quisiera apiadarse, socorrer a todas las víctimas, pero un viento huracanado, esa tormenta que llamamos progreso, le impide cerrar las alas, lo paraliza. El Ángel de la Literatura, sin embargo, me ofrece una oportunidad. El dolor de las víctimas de 1929 es el mismo dolor de 1936, el mismo de los que sufren la crisis y las injusticias en el año 2013. De la esfinge a la caja de caudales, como escribió García Lorca, hay un hilo tenso que atraviesa el corazón de todos los niños pobres. Y debajo de las multiplicaciones de Wall Street hay también una gota de sangre de marinero.

La poesía nos confirma con su vieja juventud que somos una comunidad. El pasado, el presente y el futuro están unidos. La suerte de los seres humanos también. García Lorca volvió mañana.

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