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La agotada Transición

Meditar sobre el espíritu y la realidad de la Transición es un ejercicio político necesario en España. Hay muchos motivos para asumir esta meditación como una urgencia intelectual. La propia lógica de los padres e ideólogos de la Transición invita a ello. Si una transición debe ser concebida, según el sentido de palabra, como época de transito, un puente o un paso, la Transición española ha querido fijarse como modelo permanente de comportamiento, un valor en sí mismo que, más que cumplir su finalidad y acabar su trabajo, pretende convertirse en ejemplo. Incluso los defensores más ardientes de la Transición de los años 70 y 80 deberían aceptar que lo que fue útil en una época de debilidades y renuncias debe dejar de serlo en un momento histórico maduro. El único modo de justificar hoy la actualidad de su lógica supone aceptar su fracaso. La provisionalidad sólo es necesaria cuando no se ha llegado a la madurez política.

Volver a meditar sobre la Transición es, además, importante por otros motivos. Existen muchos indicios para sospechar que algunas de las decisiones pactadas después de la muerte del dictador son la causa de la fragilidad democrática española (corrupción, descrédito institucional, desprecio de la política) y de la especial dureza de la crisis sufrida por la nación, con el desmantelamiento rápido de los servicios públicos y el sometimiento del Gobierno a los bancos y las élites económicas.

Propongo, en fin, un tercer argumento para meditar sobre la Transición: la derecha española ha aprovechado la difícil situación económica de los últimos años para darla por liquidada, es decir, para desentenderse de los modestos compromisos que había adquirido al integrarse en un Estado democrático de carácter social. Conviene, pues, conocer bien el terreno que se pisa. La reflexión sobre el pasado se hace pertinente a la hora de valorar las decisiones de futuro.

El profesor José Manuel Roca Vidal ha elaborado en La agotada Transición (Los Libros de la Linterna Sorda, 2013) una de las visiones más sugerentes sobre la época y sus consecuencias. Las estrategias y la correlación de fuerzas de aquel tiempo histórico dieron lugar a lo que él llama “una continuidad constituyente”, una expresión contradictoria que sirve con exactitud para comprender la paradoja del proceso.

Agradezco que la contundencia de su análisis sobre una situación compleja no se resuelva – para alejarse del viejo cuento de hadas de la reconciliación- en la moda del insulto, explicándolo todo a base de negaciones completas y de palabras como traición, deslealtad o estafa. La historia no se escribe a golpe de traición. El error está sostenido a veces por la buena intención y a veces por el vértigo.

Muchos ciudadanos que lucharon en el movimiento obrero en defensa de la dignidad laboral y la libertad democrática, con años de clandestinidad, cárcel y tortura, tienen derecho a sentirse orgullosos de su trabajo y a considerar que su sacrificio fue útil. La puesta en duda de la Transición española, de sus limitaciones y su mala herencia, debe hacerse sin menoscabar en nada el valor de la lucha antifranquista.

Las élites económicas de la dictadura comprendieron en los años 70 que debían optar por la democracia para extender sus negocios e el capitalismo eurpeo. En un país asolado por 40 años de opresión, miedo y falseamiento histórico, la izquierda no tuvo el peso social que exigía la ruptura. Hubo de contentarse con las libertades formales y con un desarrollo equidistante de los servicios sociales, tan alejado de la precariedad del franquismo como de los niveles propios de las democracias europeas. En la Transición, además, no sólo se pusieron las bases para que se perpetuara la oligarquía económica del franquismo.

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También se diseñó un eficaz control político e institucional para evitar cualquier desarrollo posterior hacia la izquierda. La Constitución española de 1978 está más destinada a pudrirse que a reformarse. Así lo demuestra ahora un Gobierno que actúa a golpe de decreto antisocial.

El libro del profesor Roca Vidal invita a que el descrédito de la Transición se transforme en una actitud reivindicativa de la política, la primavera de un nuevo tiempo y de un ciudadano sin miedos. Nada es más útil para imaginar una respuesta a la crisis política y económica que poner en duda la legitimidad de la oligarquía financiera española y el prestigio de los partidos que la apoyan . Esa oligarquía pudo someter y desviar el sueño democrático en 1975. Contra ella debemos crear el tiempo nuevo.

Recordemos, por ejemplo, que España es el único país de la OCDE en el que no ha habido un aumento real de los salarios desde hace más de 20 años. ¿Hace falta otro motivo?

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