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Buzón de voz

¡Que viene el consenso!

Se está cociendo un gran acuerdo entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba sobre política económica en relación con Europa. Quizás sobre más asuntos, a juzgar por el buen rollo transmitido por Soraya Sáenz de Santamaría y los representantes socialistas acerca del proyecto de Ley de Transparencia. La cosa viene de lejos entre bambalinas, y la disposición de la UE, por leve que sea, a frenar el 'austericidio' parece poner los vientos a favor del tan afamado consenso.

España tiene casi más arraigada la tradición en el consenso que en la propia democracia. De hecho, en ese concepto se basó el periodo histórico que más se asemeja políticamente al que ahora atravesamos: el de la Restauración borbónica de finales del siglo XIX y las dos primeras décadas del siglo XX. El Partido Conservador y el Partido Liberal pactaron para alternarse en el Gobierno y evitar con ello la sucesión de golpes militares que parecía ser el sino natural de España. Cánovas y Sagasta, más adelante sustituidos por Maura y Canalejas o Romanones, entre otros, practicaron el consenso del turnismo, lo que venía a ser un apaño que tanto servía para frenar el golpismo como para sostener el caciquismo corrupto.

Bálsamo contra las encuestas

Siempre ha gozado el consenso de buena prensa, o más bien de prensa mayoritaria. Cuanto más grave sea la situación política o económica, más voces entonan la melodía del consenso como bálsamo de todas las heridas. Sin embargo, lo que debería suscitar mayor consenso en una democracia 'sana' es la propia excepcionalidad del consenso. La democracia es el gobierno de las mayorías con el respeto a las minorías. Confundir consenso con pactismo, turnismo u otros apaños semejantes sólo puede contribuir al deterioro democrático.

¿Es conveniente un consenso con vistas al próximo Consejo Europeo convocado para el 27 de junio? Depende de lo que se vaya a defender en el mismo. Se supone que el consenso político debería reflejar las reclamaciones de una inmensa mayoría social. Y lo que está reclamando una inmensa mayoría social en este país es que se ponga freno al 'austericidio', que se tomen medidas de estímulo del crecimiento y de fomento del empleo, y que se distribuyan de una forma más justa los sacrificios provocados por la crisis.

Estas reclamaciones son tan mayoritarias como el desgaste que en las mismas encuestas registran el PP, el PSOE y sus actuales líderes. Y ahí empieza el escepticismo sobre la credibilidad de las intenciones del consenso. ¿Se trata de un cambio de actitud política ante el discurso único de las instituciones europeas o el consenso es más bien gestual, condicionado por la urgente necesidad de poner un tope a la caída libre del bipartidismo? ¿Se va a acordar una Ley de Trnasparencia sin admitir que el acceso a la información es un derecho fundamental de los ciudadanos y sin hacer públicas las declaraciones de bienes de los propios dirigentes políticos?

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Abrazo del oso

El tiempo y los contenidos concretos del consenso lo dotarán o no de credibilidad y utilidad. En cualquier caso, la historia reciente ofrece algunos datos sobre otros consensos que deberían servirle a la oposición para andar ese camino con los ojos muy abiertos. Es más fácil llegar a grandes acuerdos políticos con la derecha en el Gobierno que cuando está en la oposición. O viceversa. Cuando gobernaba Aznar, Zapatero impulsó pactos 'de Estado' contra el terrorismo, en política exterior, en inmigración, en reformas constitucionales... y hasta en seguridad vial. Mientras Zapatero gobernó, resultó imposible consensuar con el PP ni siquiera el proceso de paz.

Lo tiene difícil Rubalcaba para que ese consenso no se convierta en un abrazo del oso de Rajoy o en una balsa de flotación provisional en la zozobra que afecta a la navegación del PSOE bajo su actual dirección. La línea que separa un consenso de lo que cabría interpretar como un apaño es finísima. 

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