Muros sin Fronteras

Obama 1984

Obama

El centro del debate no debería ser Edward Snowden, el hombre que ha destapado una escucha masiva del Gobierno de EEUU, su pasado, las intenciones de la filtración o su salud. Ni siquiera si es un héroe o un traidor. Todo eso es, de momento, secundario.

Lo esencial es que un Gobierno democrático ha espiado masivamente las conversaciones telefónicas de sus ciudadanos. Esa acción sin sospecha de delito ni mandato judicial viola uno de los fundamentos de la democracia: el derecho a la privacidad y la presunción de inocencia.

Barack Obama, el presidente que recibió el premio Nobel de la Paz (preventivo), sin apenas haberse estrenado en el cargo, ha colocado (o mantenido) la seguridad por encima de los derechos humanos. Sigue los pasos de George W. Bush.

En sus primeras declaraciones, antes de que se supiera la magnitud del caso, Obama justificó la medida que, según él, ayuda a evitar atentados; también habló del control judicial de las escuchas sin que sepamos nada de ese supuesto control. El fantasma del 11-S es poderoso, sirve para justificar cualquier licencia, cualquier Guantánamo.

Después de aquellas palabras, el presidente ha optado por el silencio; el primer objetivo es controlar la onda expansiva. Ya hay quien pide en el Congreso su extradición sin saber aún dónde se encuentra (estaba en Hong Kong antes de dejar el hotel y esfumarse) y a qué país hay que pedir la extradición. Otros congresistas están indignados con el fondo del asunto: un espionaje masivo e ilegal.

Pese a las declaraciones de los políticos, los expertos no están seguros de que se pueda conseguir esa supuesta extradición. China está, de momento, en el centro del tablero. No solo es un debate sobre los límites legales de los gobiernos; también sobre diplomacia y política internacional. Europa exige respuestas

Está por ver qué dice el Supremo. El presidente que llegó a la Casa Blanca empujado por el lema Yes We Can, ya tiene una demanda de la Unión Americana de Libertades Civiles. Va a ser un caso largo, apasionante.

La revista británica The Economist plantea un debate de fondo: ¿Debe tener Google más información de los usuarios que un Gobierno? El antetítulo que ofrece es significativo: Democracia en América. La web de investigación ProPublica ofrece una información práctica: cómo defenderse de este tipo de espionajes.

The Christian Science Monitor se centra en el personaje del filtrador, qué es lo que ha tirado por la borda cuando escogió denunciar. The New Yorker explora en la mente del filtrador, qué le fuerza a dar el paso.

Ya tenemos otro Bradley Manning: un tipo que desafía la legalidad de los actos de quienes deciden qué es legal y qué no en Estados Unidos. El fundador de Wikileaks, Julian Assange, ha celebrado la noticia. Ha calificado a Snowden de héroe.

Son tiempos para releer a George Orwell, su novela 1984. Ya están las agencias de presunta inteligencia rastreando las pistas en busca del filtrador. En este acto desmesurado de gobierno, la Casa Blanca acusa a sus medios de comunicación de irresponsabilidad por publicar la noticia original, que fue una exclusiva del británico The Guardian. ¿Deben callar los medios de comunicación? ¿Deben creer a sus gobiernos?.

Cuando se habla de información perjudicial para el Estado, se argumenta que pone en grave peligro la vida de personas, significa que esa información es perjudicial sobre todo para aquellos que interpretan las leyes de forma delictiva. Lo vimos la semana pasada en esta columna con el caso de Manning-Wikileaks.

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El debate entre derechos civiles y humanos, y el Far West de la seguridad a cualquier precio lo gana el segundo desde hace 12 años. En el Lejano Oeste siempre gana el más rápido, que no siempre es el mejor ni el sheriff, la ley. Un libro de artículos del escritor Alessandro Baricco ayuda a entender este aspecto: Next (Anagrama).

La ventaja del vocablo seguridad es que activa el miedo en el inconsciente colectivo; despierta las imágenes de los atentados del 11-S y otros, Bali, Madrid, Londres. Tras las fotografías y los vídeos corre un runrún no verbal que nos recuerda la existencia de un enemigo invisible, casi siempre islámico, terrorista, que odia nuestro sistema de vida occidental.

Cuando se activan estos mensajes de alarma que fueron cuidadosamente depositados durante años, todo es posible, nadie discute, la mayoría acata, acepta la pérdida de sus libertades. Es un mecanismo que funciona con la crisis económica: el ciudadano se repliega a un silencio cómplice, deja de ser ciudadano, pasa a ser súbdito, nada.

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