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¿Hay que tomarse en serio a Miguel Ángel Revilla?

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Miguel Angel Revilla está arrasando. Se ha hecho un asiduo de las tertulias políticas televisivas; afirma que su presencia en estos programas provoca de inmediato un aumento espectacular de la audiencia (que cifra en millones). Ha escrito un libro, Nadie es más que nadie, que lleva meses en la lista de los más vendidos. Allá donde va, se congrega un público numeroso. La gente lo adora. Sus incondicionales destacan de él su bonhomía, honestidad, sencillez y sinceridad. He podido ver en acción a Revilla y me impresionó su capacidad para conectar con los asistentes. Se mete al público en el bolsillo con su estilo desenfadado, claro y directo, sin pelos en la lengua. Desde luego, no habla con el estilo hueco de la mayor parte de los políticos. Muchos ya le gritan “¡Presidente, Presidente!”.

La prensa “seria” apenas le presta atención. Hace como si no existiera. Las encuestas, que yo sepa, todavía no le han hecho hueco en sus cuestionarios. Es verdad que de momento no ha anunciado su salto a la política nacional. De hecho, insiste en que se presentará a las próximas elecciones autonómicas en Cantabria, descartando competir en toda España porque, según él, el sistema electoral no le resulta favorable. Si pudiera ser elegido Presidente del Gobierno en un distrito único nacional, cree que ganaría, pero ve imposible alzarse con la victoria teniendo que aparecer como cabeza de lista de alguna provincia. Se presentaría si pudieran votarle en unas elecciones todos los españoles. No obstante, si continúa ampliando apoyos y sus seguidores no se cansan de él, yo no descartaría que acabe presentándose a unas elecciones generales o europeas, aunque por el momento no parezca tener la infraestructura política necesaria para ello.

Se ha hablado mucho estos últimos años sobre la posibilidad de que surja un líder populista en España. Las condiciones no pueden ser más favorables: una crisis económica que se ceba sobre los más desfavorecidos, familias sin ingresos, recortes sociales por todas partes, el partido de Gobierno salpicado por múltiples e increíbles escándalos de corrupción, falta de renovación de discurso y de líderes en el PSOE, incapacidad de los dos grandes partidos para arreglar el drama de los desahucios… en fin, un panorama aterrador. Los expertos, por su parte, hablan del posible fin del bipartidismo (véase por ejemplo aquí). ¿Quién va a llenar el hueco? ¿Se lo repartirán todo entre IU y UPyD o vendrá alguien como Revilla a recoger el voto de los desencantados e indignados? Y si Revilla decide presentarse finalmente, ¿es el populista del que tanto se habla desde que comenzó la crisis?

La pregunta de si Revilla constituye una opción populista es difícil de contestar por la ambigüedad del concepto. “Populista” suele ser un término peyorativo, al menos en España. El político populista se caracteriza por la apelación directa, sin mediaciones, al pueblo, saltándose los mecanismos tradicionales de la representación política y de la división de poderes. Ello sólo es posible gracias a un liderazgo personalista. Su principal mensaje es que está por encima de las ideologías tradicionales, lo que le permite intentar formar coaliciones muy amplias, por encima de las clases sociales. Y suele además acusar a los políticos profesionales (o a otros colectivos) de traicionar al pueblo.

A la luz de esta caracterización tan rápida, creo que cabe afirmar que Revilla es un populista “suave”. Pretende ejercer un liderazgo totalmente personalista, que establezca una conexión directa entre él y el pueblo español; se resiste a caracterizar sus ideas en términos ideológicos, de izquierda y derecha, prefiriendo hablar de dignidad, honradez y justicia; y considera que el pueblo ha sido traicionado por las élites. A diferencia de muchos otros populistas, no ha caído en la tentación xenófoba, aunque yo le he oído preguntarse que cómo nos podemos fiar de los europeos, unos señores que cenan a la seis, van en bicicleta y no hablan español.

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Como suele ser habitual en estos casos, en el populismo de Revilla se mezclan ideas interesantes con otras que no lo son tanto. Entre estas últimas creo que pueden incluirse sus aseveraciones infundadas sobre el funcionamiento de nuestro sistema electoral, su apuesta por olvidarnos de nuestros socios europeos en beneficio de los países hispanoamericanos, o ciertos simplismos acerca de la economía productiva frente a lo que llama “economía virtual”. Entre las ideas que a mí me han parecido interesantes, destacaría sobre todo su lucidez en torno a la cuestión del euro: Revilla es uno de los pocos políticos que defiende abiertamente la tesis de que si Alemania continúa imponiendo políticas de austeridad que condenen a España al estancamiento económico y al desmantelamiento de su frágil Estado del bienestar, será necesario replantearse nuestra permanencia en el euro.

La idea central que atraviesa el discurso de Revilla es extremadamente potente: la lucha contra los privilegios. Creo que, junto a su personalidad arrolladora, esta es la clave de su éxito. Denuncia los privilegios de los que disfrutan la banca, las grandes corporaciones, los partidos y, más en general, los poderosos. En un contexto de crisis como el actual, con tanta gente en proceso de depauperación, los privilegios económicos, ejemplificados en el rescate a las entidades financieras frente a familias expulsadas de sus hogares, parados sin cobertura de desempleo y personas dependientes dejadas a su suerte, resultan insoportables para muchos y son la principal causa de rechazo de la política tradicional.

Antes de que Revilla comenzara su campaña mediática, me atreví a sugerir (véase aquí) que la bandera ideológica de una socialdemocracia renovada debería consistir precisamente en batallar contra los privilegios económicos que están en la base del aumento de la desigualdad que se observa en muchos países desarrollados, entre ellos España. Que al final haya sido Revilla el que aparezca enarbolando esta bandera resulta bastante elocuente sobre la falta de reflejos del PSOE. Cuando vi a Revilla en un acto público, tuve la impresión de que muchos de los asistentes que le aclamaban entusiasmados eran antiguos votantes del PSOE que habían encontrado un político con un discurso próximo a sus preocupaciones. Si el populismo acaba surgiendo, suele ser más por el fracaso de los partidos tradicionales que por méritos propios.

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