A LA CARGA

El silencio de los liberales

El barcenismo constituye una doctrina filosófico-política versátil y proteica. Mantiene conexiones con algunas de las principales corrientes intelectuales de nuestra época, entre las que nos atrevemos a mencionar el liberalismo, el materialismo, el monetarismo y, muy especialmente, el vitalismo orteguiano. 

Advertimos que no es tarea sencilla reconstruir la genealogía del barcenismo. Entre sus más conspicuos practicantes, figuras de la talla de Mariano Rajoy, Javier Arenas, Francisco Alvarez-Cascos y Pedro Arriola defienden que la autoría de las ideas-fuerza corresponde al propio Luis Bárcenas, quien sería el creador de la doctrina. Voces beligerantes del feminismo liberal reclaman una reconsideración del papel de Rosalía Iglesias en el nacimiento de estas ideas. Rosalía entró en círculos barcenistas cuando llamó la atención de algunos políticos locales de la derecha en su condición de dependienta en una peletería astorgana. Influyentes prebostes acudían a su comercio para regalar un visón a la pariente o a la querida. Allí se fraguaron las conexiones. A pesar de que Rosalía no tenía estudios superiores, ni falta que le hacían, pudo dejar su impronta ideológica sobre el maestro tras haberse formado políticamente en el Partido Popular bajo la supervisión de Jorge Verstrynge, introductor meritorio en España de las ideas de la nueva derecha francesa. Todo ello podría explicar, al menos en parte, algunos de los rasgos distintivos que en años posteriores iría adquiriendo el barcenismo. Pensamos, no obstante, que esta interpretación es arbitraria e infundada, pues el rastro germánico, como a continuación demostraremos, es considerablemente más fuerte que el francés.

Los estudiosos de generaciones anteriores insisten en que el verdadero inspirador de la doctrina es Alvaro de Lapuerta, abogado del Estado, procurador familiar en las Cortes orgánicas del franquismo entre 1967 y 1977, tesorero del Partido Popular durante los años 1992-2008 y hombre de mal caer. Para algunos, Lapuerta habría sido siempre un barcenista avant la lettre; para otros, el barcenismo debería llamarse en justicia lapuertismo o en todo caso lapuertismo-barcenismo.

Un examen desapasionado de la cuestión nos invita a concluir que el barcenismo se constituye a partir de la confluencia de dos corrientes, de dos afluentes que se convierten en caudaloso río de ideas, el liberalismo ibérico que representa Lapuerta y el Liquiditätmonetarismus alemán que encarna la escuela Gürtel. El esplendor barcenista, que se produce a partir del 2008, no se entiende sin la aportación germánica, accidentalmente representada por el abrigo austracista del genial “cabrón”, epíteto de reconocimiento y respeto que utilizaban algunos prosélitos gürtelianos.

Los propagandistas del antibarcenismo han propalado estudios en los que se señalan influencias órficas y africanas, que atribuyen en última instancia a Alejandro Tarik Agag Longo, el yernísimo. Creemos, no obstante, que las raíces españoles y germánicas del barcenismo son inequívocas y abrumadoras.

El barcenismo carece de toda espiritualidad: es una filosofía del presente, del hic et nunc; bebe de las fuentes que nacen en un mundo desencantado y cínico. Digamos, de forma muy apresurada, que Bárcenas, en su contribución más señera, ha centrifugado algunas de las ideas liberales que en nuestro querido y siempre admirado Ortega solo estaban in nuce. En la democracia-masa, el Estado asfixia con sus turbias regulaciones la iniciativa del individuo egregio. El egregio se distingue del rebaño, de la masa informe, porque juega al tenis, lleva un pañuelito en el bolsillo del blazer y va de compras a Nueva York. ¿Quién es el Estado, se preguntaba Bárcenas, él mismo un egregio, para impedir que fluya el dinero de los empresarios egregios a los políticos egregios? Sólo la canalla rencorosa, vulgar y miope se opone a tan noble iniciativa. La envidia igualitaria, que diría Fernández de la Mora. ¿Acaso la mentalidad burocrática puede arruinar el ánimo emprendedor del presidente de Mercadona, Juan Roig, que desea invertir sus beneficios, legítimamente obtenidos mediante la venta de productos de la línea Hacendado, en un proyecto tan ilusionante como el de Mariano Rajoy? ¿Por qué Roig no puede emplear los frutos de su talento y excelencia empresarial para contribuir con su pequeño granito de arena, 240.000 euros de nada, a echar a Zapatero del poder? Y si sobra un dinero de algunas contribuciones económicas que de tan desinteresadas se han vuelto anónimas, ¿por qué no vamos a sufragar las obras en Génova, los abogados del Yak 42, la ampliación de capital de Libertad Digital y los consejos de Arriola?

El barcenismo es el liberalismo de bellota llevado al límite. No tiene nada que ver con el liberalismo anglosajón, ni con sus versiones extremas, como el anarquismo de mercado de Nozick y sus epígonos. Es más bien un liberalismo elitista de honda raigambre orteguiana.

Su despliegue público en estas últimas semanas ha causado sensación. Justo cuando se desvelan los resortes teóricos y prácticos que han permitido la actual hegemonía del PP, callan las voces de nuestros liberales. Sí, los liberales patrios han enmudecido, sufren una especie de afasia sobrevenida ante las últimas manifestaciones empíricas del barcenismo. Bien que gritaron contra los gobernantes socialdemócratas, oponiendo la pureza del mercado y la sociedad civil a los tejemanejes clientelistas del Estado del bienestar. Bien que achicharraron a Zapatero y los suyos por atreverse a debilitar el control que los egregios tenían del país. Si ahora abren la boca es, en todo caso, para concluir que todos los partidos son igualmente putrefactos. Pero ya está bien de subterfugios y de coartadas. Aquí lo que se ha demostrado es que el liberalismo español es ante todo barcenismo. Y nuestros exquisitos liberales se resisten a sacar consecuencias. Como dijo el personal trainer de Arturo González Panero, alias el Albondiguilla, el liberalismo español es una forma superior de hipocresía social.

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