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MUY FAN DE...

Carlos de Inglaterra

Charles, darling. He venido a decirte que soy muy fan de ti, desde que eras un joven príncipe hasta hoy que eres ya un maduro… príncipe.

Congratulations, esta semana has sido abuelo y ¡la que se montó! Medio mundo, con contracciones, esperando la llegada del little Windsor. Hubo de todo: apuestas para adivinar el nombre que llevaría el Royal baby, fuentes tuneadas para regar la noticia, de color rosa o azul, según resultara el género de la criatura, varios medios de comunicación dando en streaming el minuto a minuto de la espera –que consistía básicamente en enseñarnos una calle. Claro, no íbamos a ver los resoplidos de Catalina practicando el parto sin dolor. Todo un festivalazo en torno a la llegada del nuevo miembro de la family, pero ¿y tú? ¿What about you, Charles?

Pues nada, nothing de nothing. Tú vienes dando lo que viene siendo lo mismo, desde hace un tiempo. Porque, claro, lo suyo habría sido que recibieras a tu nieto a corona puesta pero resulta que la mamá sigue ahí, al pie del cañón, apalancada en el trono como si la hubieran pegado con Loctite. Así no hay quien reine.

A mí esto, de verdad, me rompe el corazón. Toda la vida esperando en el banquillo para salir de titular y resulta que la Messi de Buckingham Palace dura más que un CD de Calamaro. Y una se pone a imaginar escenas familiares y se viene abajo porque, seguramente, alguna vez, cuando eras pequeño, tu mami te comería la oreja con esas cosas que nos dicen a los hijos nuestras progenitoras con voz ñoña: “¿Quién es el rey de la casa, quién es?” Y tú harías Ajoooooo –como todos los bebés– sin saber, alma cándida, que aquello era una premonición del “ajo y agua” que te esperaba en el futuro.

Ay, Charles, my love, tal y como va la cosa, de coronado vas a tener, como mucho, tu éxito con las mujeres. Que sí, que sí, que te ligaste a la novia del mundo –para envidia de muchos– y te dejaste, muy cuco, en la recámara, al amor de tu vida. Y mientras una lloraba por tu desamor, la otra te esperaba en la trastienda, alimentada por tu entrega extraconyugal y tu poesía: “Quiero ser tu tampax”. ¡Qué bello fue eso, qué campañón del producto higiénico! Ni la clase práctica de Amaia Salamanca ha alcanzado ese nivel.

Debe de dar un poco de bajón lo de quedarse en príncipe eterno, como el de las galletas de chocolate, pero piensa también en las cosas buenas de no ser rey. Vivirás a cuerpo de ídem sin la responsabilidad y los browns propios del cargo. No tendrás que soportar tantos encuentros de compromiso con mandatarios aburridos como tu madre, que tú eres más de disfrutar con las estrellas del pop, ¡si vas a más conciertos que una Belieber!

Ser suplente tiene sus ventajas, seguramente, nunca te verás en la obligación de tener que decir “lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir”, aunque alguna vez te diera por cazar a todo el reparto de Dumbo… Además, mejor estar un poco desocupado para poder torear los disgustos que te da tu hijo Harry, que con la carrera que lleva cualquier día se te apunta a Gandía Shore…

Mira Charles, listen to me, tú eres un gran jinete y estás acostumbrado a cabalgar por difícil que sea el terreno. Lo has demostrado en muchas ocasiones. Aún recuerdo esa entrevista en el Daily Telegraph en la que bromeabas cuando te preguntaban si estabas impaciente por reinar y respondiste con flema inglesa:

– ¿Impaciente, yo? ¡Pero qué cosas dices! Por supuesto que lo estoy. Pronto se me acabará el tiempo. Como me descuide, voy a estirar la pata.

Sigue haciendo gala de tu humor británico y no te agobies, si no está de God, no se reina, es preferible que corra el turno a tener que ir a la entronización en camilla…

Paciencia y ánimo porque, visto lo visto, aquí ni se muere mother, ni cenamos.

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