desde la tramoya

Cinco mitos sobre el “I have a dream” de Martin Luther King

En el 50 aniversario del discurso más citado de la Historia reciente, abundan los análisis sobre el texto, su pretexto y su contexto. Algunos excesivamente simplistas o mitificadores. Dejo aquí algunos comentarios que pueden ser útiles para entender mejor lo que pasó aquella mañana del 28 de agosto de 1963.

Mito uno: aquellas palabras crearon un clima nuevo en las relaciones raciales en Estados Unidos. Tendemos a escribir la historia en función de acontecimientos concretos y bien acotados en el tiempo, y sobrestimando el papel de los líderes políticos que los protagonizan. En realidad, el cambio hacia la igualdad de derechos civiles de negros y blancos en Estados Unidos fue un proceso acumulativo, de unas tres décadas de duración, y especialmente intenso desde 1954 y 1955, una década antes del famoso “I have a dream”. Algunos de los hitos previos de extrema relevancia fueron la muerte a manos de un blanco del niño Emmett Till, la sentada de Rosa Parks en el autobús de Montgomery, el intento de la dulce Autherine Lucy de ir a la Universidad a pesar del boicot de algunos alumnos y profesores blancos, y de la propia dirección de la Universidad, las sentadas ya muy numerosas de los negros en lugares reservados para los blancos, y, por supuesto, las imágenes aterradoras del Ku Klux Klan, o de los perros de los policías acosando a los manifestantes afroamericanos…

El discurso de King, por tanto, ayudó sin duda a consolidar un clima que ya se había estado creando muchos años antes. El discurso logra pasar a la historia de manera nítida por el contexto en el que se produce, no sólo ni fundamentalmente por su fuerza intrínseca. Por las décadas de preparación que le precedieron y, también, por el mágico momento en que se pronuncia: una marcha sobre la capital del país controlada minuciosamente por miles de policías, en medio de una tensión extrema, y que culmina con una combinación de música negra y de protesta y luego una decena de discursos uno detrás de otro. De hecho, según cuentan las crónicas del momento, como la cobertura del día siguiente en The York Times, la sociedad americana del momento no está segura de que la Marcha de Washington vaya a tener efecto en la larga lucha por los derechos civiles.

Mito dos: se trata de la pieza de retórica más bella de nuestro tiempo. Es la más citada, pero es exagerado decir que sea la más bella. En realidad, el discurso de King tiene una parte que ha pasado más bien desapercibida a la historia. Se trata de los primeros dos tercios del discurso, que King leyó del papel sin demasiada emoción. El texto es muy bello, sin duda, y se ve la pericia del pastor experimentado y del líder espiritual y político que King era. Abundan las metáforas (“las cadenas de la discriminación”, “el valle de la desesperación”,“el verano del descontento” que llevará “al otoño de la libertad y la igualdad”, el “palacio de la Justicia”, el “cheque” que es “devuelto por insuficiencia de fondos”…). Hay, cómo no, anáforas recurrentes, rítmicas y sonoras (“Ahora es el momento… ahora es el momento… ahora es el momento…” o “no podemos estar satisfechos mientras… no podemos estar satisfechos… no podemos estar satisfechos…”). Hay antítesis eficacísimas (“No satisfagamos nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio”).

Pero la parte que más citamos, y la que nos sigue hoy emocionando, es la que corresponde a los últimos cinco minutos del discurso, de los 16 y medio que dura en total. Es en el momento de cerrar cuando el pastor nota que al discurso le falta una suerte de cierre fuerte, y que sus palabras no están alcanzando el tono que correspondía a la épica del evento. La cantante Mahalia Jackson, cuentan, le susurra a King: “Háblales del sueño, Martin”. Y entonces King recurre al discurso que ha pronunciado decenas de veces en sus actos religiosos y políticos por el país. Y vuelve a la anáfora (“tengo un sueño… tengo un sueño…”, “que suene la libertad… que suene la libertad…”) y a la metáfora (“hijos de antiguos esclavos e hijos de antiguos propietarios de esclavos serán capaces de sentarse en la mesa de la hermandad”, el propio sueño o el sonido de la libertad, o el “oasis de libertad”) y a la tríada prestada con la que cierra, técnica también abundante a lo largo de todo el texto (“libres al fin, libres al fin, gracias Dios todopoderoso, somos libres al fin”).

Más que una preciosista composición retórica, el discurso de King es, en su parte más conocida, la del sueño, una muestra formidable de sermón hipereficaz. Podríamos escucharlo en cualquiera de los templos de Harlem que los domingos reciben entre canciones de Gospel a los feligreses negros con sus elegantes trajes, sombreros y tocados. Esto no resta ni un ápice de mérito y de valor a las palabras de King. Pero no sería justo equiparar la calidad del texto con otros textos más minuciosamente construidos de la tradición anglosajona, como los extraordinarios discursos de Churchill, Kennedy, Thatcher u Obama, por poner ejemplos varios.

Mito tres: el discurso fue un éxito. En gran medida fue un éxito, sí, y por eso hoy lo rememoramos. El discurso fue impactante. Y The New York Times llevó el sueño a la portada en su literalidad. Pero hubo división de opiniones en cuanto a la eficacia política y social. Los otros nueve oradores habían optado por mensajes generalmente más fuertes y radicales de lucha. Entre los asistentes y los activistas negros del momento, abundaban quienes creían que había que elevar la amenaza del movimiento para presionar con más fuerza. Uno de los organizadores de la marcha, John Lewis, lo expresó así décadas después en sus memorias del Movimiento, Walking With the Wind: “En los días que siguieron, demasiada prensa nacional, en mi opinión, se concentró no en la sustancia del día, sino en la escena. Sus historias retrataron el evento como un gran picnic, una guardería combinada con el espíritu de una reunión renovadora de oración. Demasiados comentaristas y periodistas suavizaron y trivializaron los duros bordes de dolor y sufrimiento que provocaron este día en primer lugar, ignorando los duros asuntos que debían resolverse, los temas que habían despertado tantos problemas en mi propio discurso. Fue revelador que las citas que lograron de los líderes del Congreso en el Capitolio no eran sobre las posiciones de los legisladores sobre los derechos civiles, sino que, en su lugar, se concentraron en alabar la 'conducta' y la 'pacífica actitud' de los manifestantes en la masa”.

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Sin duda, la Marcha de Washington y el “I have a dream” fueron hitos muy relevantes en la escenificación de la causa afroamericana del momento, pero hay que recordar que en esos momentos había ya en el Congreso dos leyes que serían finalmente aprobadas en los dos años siguientes: la Ley de Derechos Civiles en 1964 y la Ley de Derechos de Voto en 1965. Los congresistas a los que los reporteros preguntaron tras la Marcha, se mostraron más bien ajenos a su eficacia, dando a entender que el proceso estaba ya en camino de cualquier modo. Y no todo está logrado, ni mucho menos, ni siquiera con un presidente negro en la Casa Blanca. Aún hoy, cincuenta años después, menos de la mitad de los estadounidenses creen que “se ha avanzado mucho” en el camino del sueño de Martin Luther King, según cuenta Pew Research en una encuesta reciente.

Mito cuatro: el discurso es patrimonio de la Humanidad. Bueno, en sentido metafórico lo es. Pero también es patrimonio de los herederos de King, que han defendido los derechos de autor de la pieza y siguen haciéndolo con mucho cuidado. En Internet resulta muy difícil ver el discurso íntegro por esa limitación. Como recuerda The Atlantic en un artículo sobre la cuestión, el propio Martin Luther King reclamó los derechos del discurso para evitar su comercialización ajena, justificando su defensa en la protección de los recursos del movimiento. En 1999 la familia King se querelló y ganó contra CBS por una reproducción no consentida, y en 2009 los derechos del discurso fueron adquiridos por EMI. Con todo, el discurso se puede ver íntegro en Internet aún, y hay gente interesada en que se libere su distribución.

Mito cinco: el sueño de King ayudó a restañar las heridas de la división entre los blancos y los negros. Sí, pero no solo eso. El discurso y la marcha entera fue la constatación, quizá por vez primera de manera general y masiva, de que la defensa de los derechos civiles ya no era cosa solo de unos cuantos activistas negros en el remoto Sur. Por vez primera, Estados Unidos curaba otra fractura: la que separaba al arcaico, rural, conservador y embrutecido Sur, del Norte ilustrado, tolerante y progresista. El hecho de que entre los 200.000 asistentes a los eventos de aquella mañana hubiera un tercio de blancos era un fenómeno muy sintomático. Como lo fue también la muy abundante cobertura de los medios masivos blancos, la televisión en particular. La presencia y el apoyo de Marlon Brando, Joan Báez, Bob Dylan, y otras muchas celebridades blancas, ayudó a generar entre la población media estadounidense, dos efectos imprescindibles: primero, interés. Hasta hacía pocos años, los asuntos raciales no habían despertado demasiada inquietud entre la población general. Solo cuando los líderes de opinión blancos (medios de comunicación incluidos) empezaron a contar el problema y a apoyar a los líderes negros, la sociedad americana empezó a despertar. Y, segundo, la sensación de que la división entre blancos y negros era ya algo del pasado. Cuando Martin Luther King empieza a contarnos su sueño, el sueño ya lo habían estado cumpliendo él y cientos de valientes más. Martin Luther King sonreiría hoy con ironía ante quienes sobrestiman la fuerza de sus palabras, sin comprender que su sueño era en realidad la culminación de un proceso mucho más arduo, arriesgado, comprometido, largo y acumulativo, que esos brillantes y míticos 16 minutos y medio.

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