DESDE LA TRAMOYA

A propósito de Sunny: el uso estratégico de los perros y los gatos en la Casa Blanca

En el enorme escenario de la política estadounidense, y la grandeza del guion que cada presidente se ve obligado a interpretar, sabemos que los escenógrafos tienen a su disposición recursos más que variados para la distracción. La guerra es uno de los más señalados. Sin entrar en los motivos morales que el presidente Obama pudiera tener para intervenir militarmente en Siria, es conocida la “rentabilidad” que los conflictos con enemigos externos tienen para la valoración de los líderes del mundo. Se ha estudiado en abundancia el caso estadounidense, pero también en otras latitudes. Lo llaman "política exterior de la distracción" (diversionary foreign policy: hay una buena entrada en la Wikipedia). De manera que ahora, cuando sigamos observando el espectáculo de la política exterior de Estados Unidos y su ya anunciada intervención en Siria, conviene medir qué efecto tiene ésta en la reputación del presidente, algo maltrecha en los últimos meses por el escándalo del espionaje masivo y otros asuntos domésticos.

Frente a la gravedad del uso estratégico de los conflictos exteriores como distracción de los problemas nacionales, nadie se había detenido a estudiar algo aparentemente tan frívolo como el uso estratégico de las mascotas de la primera familia americana. Sí, tal cual: de los perros y gatos que desde la época de Washington han acompañado a todos y cada uno de los presidentes del país.

En España esos amigos de los presidentes han pasado por las páginas de la historia íntima sin pena ni gloria. Aznar hizo saber que había adoptado a tres gatos más o menos silvestres que andaban por Moncloa, y que uno de sus dos cocker había mordido a Clinton. El pasado mes de marzo paseó a sus Golden Retriever por las playas de Marbella infringiendo el reglamento y generando unos cuantos titulares. El perro de Zapatero no fue noticia en ningún momento relevante. Ninguno de esos animales fue particularmente famoso ni para bien ni para mal.

En Estados Unidos es distinto. Allí los animales felicitan las fiestas en Navidad; acompañan a los presidentes en algunos viajes, incluso en el Air Force One; se "cuelan" en reuniones de máximo nivel; algunos escriben libros, como hicieron Millie, la perra Springer Spaniel de Bush padre (con la ayuda de su esposa Bárbara) o Socks, el gato de Clinton; y casi todos ayudan a sus amos a hacer campaña electoral, como cuando los estrategas de Obama criticaron a Romney por llevar a su perro en el techo de su coche camino de Canadá en vacaciones, y no pegado a la familia como hacía el presidente Obama según documentos gráficos que se adjuntaron. Los animales humanizan a la primera familia, y sirven para conectar con los cientos de millones de familias con animales domésticos (gatos, perros y peces, sobre todo).

Pero lo que nunca se había estudiado de manera científica hasta ahora es el uso estratégico, de distracción, que el ala Oeste de la Casa Blanca podría estar dando desde antiguo a los animales del presidente. Pues bien, en una deliciosa investigación, que no por cómicamente redactada resulta menos solvente, cuatro profesores de la Universidad George Washington y del Reed College, han demostrado, en un estudio que abarva desde los años 60 hasta hoy, que los presidentes sacan más "a pasear" en público a sus perros o sus gatos cuando hay problemas internos, escándalos y conflictos bélicos, en comparación con épocas de calma. Y que, sin embargo, cuando hay crisis económicas agudas parece que se vuelven más discretos y dejan a sus animales en casa, como no queriendo ofender a su público con frivolidades.

Viene esto a propósito de Sunny, la perrita que la Casa Blanca ha mostrado al mundo como nueva compañera de juegos de Bo, el perro negro de la misma raza que Obama compró a sus hijas cuando ganó las elecciones por primera vez. Mira tú por dónde, se nos cuenta la historia de Sunny y se nos recuerda la de Bo cuando parece que Estados Unidos quiere decir algo grave en Siria, cuando Obama no logra sobreponerse de los escándalos internos y cuando la economía, sin embargo, sonrie aunque sea poco.

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