EL VÍDEO DE LA SEMANA

Yo también soy ese padre

Es un hombre joven, extremadamente delgado, en cuyo rostro hay una palidez de ansiedad y oscuras ojeras de privación y sufrimiento. Probablemente no esté al cabo de las últimas noticias sobre su país, días antes de la derrota de Cameron en su parlamento o de la confirmación por parte de Estados Unidos de la hora y el lugar del que salieron las bombas químicas que mataron a 1.500 personas.

Lo que seguro que no ignora es el resultado del abandono al que ha llevado a su pueblo el delicado sistema de equilibrios internacionales e intereses estratégicos: mas de cien mil muertos, vidas rotas, ciudades destruidas, desesperación, hambre y penoso exilio de hombres, mujeres y niños. Niños como el suyo que acaso haya llorado con la misma amarga intensidad con que le vemos celebrar el inesperado reencuentro.

El periodismo tiene la obligación y el compromiso de contar la verdad, o al menos aproximarse a ella de la manera más honesta posible. El buen periodismo es capaz de captar y transmitir la verdad sin que para ello sean necesarias más palabras que las meramente descriptivas ni más imágenes que las de la historia cruda y sin filtros. Ese es el valor de las grandes crónicas que movieron conciencias, las fotografías que denunciaron verdades ocultas o las imágenes y los sonidos que humanizaron los conflictos lejanos convirtiendo a sus víctimas en uno de los nuestros.

El sufrimiento es una realidad universal y para convivir con esa atroz certeza construimos barreras lo más impermeables posible al dolor de los demás, que bastante tenemos con el nuestro. A menudo son los propios círculos de poder los que estimulan y acentúan esa impermeabilidad para evitar la fuerza del compromiso colectivo.

Pero, ¿qué sería de nosotros como seres humanos si esa impermeabilidad no se rompiera alguna vez? Seríamos egoístas, insolidarios, insufriblemente insensibles al dolor ajeno; faltos de una conciencia social cuya inexistencia impulsaría y mantendría injusticias y desigualdades, y generaría un mundo bastante parecido al que tenemos, pero sin el contrapeso de la voz de la calle y el eco de la desesperación que ahora obligan al poder político a mantener las formas cuando no a cambiar sus decisiones.

Y es la información, el derecho a la información veraz como derecho universal, lo que propicia que se rompa la barrera y se filtren la empatía y la indignación y se meta en nuestra conciencia el dolor ajeno como propio, y exijamos justicia y las cosas puedan cambiar.

El caso de este padre que recupera a su hijo no afecta a la guerra, seguramente es algo tan cotidiano allí como la propia muerte que todo parece presidirlo. Pero su trascendencia no está en cambiar el curso de las cosas por sí mismo, sino en poner ante nosotros con toda su crudeza una realidad con la que podemos perfectamente identificarnos: no es una imagen de telediario ni una lejana evocación de bombardeo nocturno y aséptico, sino un caso que nos pone ante el espejo porque cualquiera de nosotros podría ser ese padre. Basta con ver el encuentro para sentirse allí, para pensar en nuestro hijo e inmediatamente compartir la alegría y entender el dolor del padre. De tantos padres allí…de tantos niños. Y sentir y ver que son como nosotros. Y clavarnos en el alma algo parecido a una conciencia real de lo que deben estar pasando.

Es la grandeza del periodismo, contar y agitar sin palabras. La grandeza y el riesgo. Porque puede no ser tan real como parece, porque puede ser un montaje mentiroso tan bien hecho que nos engañe como un truco de magia. Pero vivir y observar es también asumir ese riesgo, y cuando estás dispuesto a abrirte al dolor ajeno has de calcular que jueguen con tu disposición y buena fe.

No permitirlo, es tu opción como espectador y estar alerta la obligación del periodista que conoce y transmite.

Yo no estaba allí, pero me creo la historia. Aunque sólo sea porque me ha hecho pensar en la cercanía del sufrimiento de tantos padres como yo que allí viven con el temor de perder a sus hijos. Tantos seres humanos como nosotros que no merecen el dolor y el olvido al que los estamos condenando.

Más sobre este tema
stats