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VERSO LIBRE

Las personas normales

Me gusta el novelista norteamericano Richard Ford. Leo su último libro, Canada Canada(Anagrama, 2013), y me conmueve la historia de un adolescente obligado por los giros bruscos de la realidad a perder la inocencia de manera angustiosa. Sus padres forman un matrimonio normal, pero de pronto se convierten en los atracadores de un banco.

Los matices de la novela ponen, claro está, en cuestión ese de pronto. Los recuerdos, las historias personales, algunas escenas conservadas en la memoria, iluminan antecedentes y señalan un proceso. Pero se trata de una elaboración que sólo cobra sentido después de que los padres del protagonista se metan en un coche y crucen las carreteras de Dakota del Norte para atracar el Agricultural National Bank de Creekmore. Antes, con toda su historia a cuesta, podían representar el papel de la pareja convencional formada por un exmilitar de las fuerzas aéreas y una profesora de literatura con pretensiones líricas. Sus dos hijos, sus casas, sus traslados, sus desavenencias, entran en la normalidad, que es un territorio, como se sabe, poco pacífico y lleno de serpientes de cascabel. “Cuanto más posponga calificar a mi padre de criminal nato, más precisa será esta historia”, afirma el protagonista.

Conmueve seguir los recuerdos de un niño o un adolescente que busca una segunda oportunidad después de que su vida quede rota. Conmueve acercarse a ese punto de no retorno que delimita el antes y el después de un destino. Pero como cada lector arrastra en los ojos sus obsesiones, y yo vivo ahora en un país que necesita cambiar de rumbo con urgencia, me he instalado desde el principio en la quiebra, el modo en el que una postura ordinaria convive con la opuesta o el momento en el que las personas normales se consagran al crimen.

Las crónicas periodísticas están llenas de ese tipo de asombros. Cuando se produce un asesinato, los vecinos del culpable suelen hablar de su sorpresa. Nadie se explica cómo una persona tan normal ha podido dar cuarenta puñaladas o apretar el gatillo de forma compulsiva contra la víctima. Ninguna sospecha en el sol de las mañanas de domingo, la panadería, el quiosco de prensa o el ascensor de la casa. El asesino saludaba con cortesía, dejaba el paso a las señoras y cargaba con la bolsa de la compra o la maleta del anciano. Y de pronto… En la normalidad sonríen los maltratadores, los violadores, los asesinos, la estafa, el ladrón, el terrorista, gentes con buenas palabras y con hijos que llevar al colegio.

Richard Ford, premio Princesa de Asturias de las Letras

Richard Ford, premio Princesa de Asturias de las Letras

Claro que las sorpresas van casi siempre en la misma dirección. De la normalidad a la catástrofe, de la buena educación a la sangría, de las actitudes corteses al cadáver. ¿Qué pasaría si ocurriese lo contrario? Si de pronto, un día cualquiera, en una calle o una plaza cualquiera, el viento cambiase de dirección y las veletas marcaran hacia la alegría en vez de señalar la indignidad y la tristeza. Imaginemos una crónica periodística en la que se contara que el especulador se ha convertido en un activista solidario, el avaro en una persona generosa, el corrupto en un ciudadano avergonzado que pide disculpas por sus actos y dimite de sus cargos, el indiferente en un corazón preocupado y el miedoso en un ejemplo de coraje cívico.

No nos quedemos cortos a la hora de imaginar unas elecciones llenas de asombro. Después de mil protestas contra la injusticia, el paro, la corrupción y la indignidad laboral en España, la gente suele votar a los dos partidos mayoritarios que han protagonizado la corrupción y la política neoliberal causante del paro, la injusticia y la indignidad laboral. ¿Y si un día nos llevásemos una sorpresa agradable y la gente dejara de votarlos? Personas normales que de pronto se convierten en votantes decididos a cambiar las cosas.

Todo es posible. Richard Ford nos ha contado en una novela muy recomendable, Canada, la historia de Dell Parsons, un adolescente que de la noche a la mañana se convierte en el hijo de unos atracadores de banco. La vida puede sorprendernos al revés. Nosotros podemos sorprendernos a nosotros mismos.

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