Muros sin Fronteras

¿Dónde están los buenos gobernantes?

¿Y si en el fondo estuviera ganando el discurso de la izquierda?

La política se ha convertido en un gran teatro, quizá siempre lo fue. Hoy se representa en y para la televisión, un medio que contamina masivamente el mensaje. Cada gesto, cada palabra, cada silencio tiene una razón de ser en la cultura del espectáculo, de la simulación. No hay improvisación, todo está programado. No se busca la verdad porque nos basta su apariencia. Cientos de líderes se entrenan en decir lo contrario de lo que piensan, incluso se entrenan en dejar de pensar. Las ideologías han sido secuestradas por el marketing. El nuevo mensaje no requiere ruedas de prensa ni periodistas, solo ciudadanos obedientes. Todo por la audiencia, los sondeos, el voto.

François Hollande, el que fuera la esperanza de la izquierda francesa para desbancar a Nikolas Sarkozy, cambió valores por popularidad tras llegar al Elíseo y ha terminado sin ninguno de los dos. Su mano dura con los gitanos, en especial en el caso de Leonarda Dibrani, le ha hundido en las encuestas. No le castigan el fondo, sino la manera poco creíble de conducir y presentar el asunto. Quien recoge parabienes es su ministro de Interior, Manuel Valls, convertido ya en su principal rival como titula la revista británica The Economist. A los ministros de Interior se les presume mala leche, intransigencia, impiedad, pero no a los presidentes que se presentan como regeneradores éticos.

Hace poco leíamos la noticia de que el premio Mo Ibrahim, que destaca la buena gobernanza en África, había quedado desierto por segundo año consecutivo. Es fácil ensañarse con el continente menos desarrollado de la Tierra, como lo hace la Corte Penal Internacional que no encuentra delincuentes occidentales blancos violadores de los Derechos Humanos. Aunque quedan dinosaurios en Zimbabue (Robert Mugabe), Uganda (Ioweri Museveni), Sudán (Omar Al Bashir) y Guinea Ecuatorial (Teodoro Obiang), entre otros, también hay historias de esperanza en Botsuana, Ghana y Senegal.

Si África no encuentra presidentes competentes que premiar, ¿quienes serían los premiados en Europa? Hollande está descartado. De Cameron ni se habla. No hay nadie destacado en esta Europa cobarde en la que crece la extrema derecha, y no solo en el sur de Europa, también en los modélicos países escandinavos.

¿Podríamos premiar algún líder de EEUU? A Barack Obama le dieron un Nobel de la Paz preventivo, más por sus méritos de alcanzar la presidencia en un país que hace nada discriminaba por el color de la piel. Quizá se lo dieron por ese mismo color, cuando hay miles de ejemplos de personas pequeñas que hacen cosas pequeñas que pueden transformar la realidad de sus conciudadanos.

El Obama de los drones, the dronepresident, el Obama de las escuchas, no puede ser referencia ética. No puede consolarnos el argumento de que con Mitt Romney hubiera sido peor. La tragedia es que posiblemente hubiera sido igual. El nombre del inquilino en la Casa Blanca es también una cuestión de marketing.

¿Hay líderes asiáticos que merezcan un premio de buena gobernanza? Tendríamos que preguntárselo a Georgina Higueras, una de las periodistas que más saben Asia, o a David Jiménez, el último gran corresponsal en la zona. Resulta tentador el personaje del dictador de Corea del Norte, pero no premiamos a autócratas y menos aún si son aficionados a Disneyworld. Corea del Sur parece un país eficiente, pero nos falta información, detalles. Desde lejos, todo parece mejor. Hasta España podría parecer un modelo, el país en el que nunca bajan los salarios según su ministro de Hacienda.

Tampoco es fácil encontrar ese líder en América Latina. Nicolás Maduro parece ahora un poco más de lo que mostraba tras la aparición del pajarito. Pero no es Hugo Chávez. Carece de carisma. Dilma Rousseff no es Lula. Cristina Kirchner anda enredada en guerras internas y con mala prensa internacional, sobre todo en España. Igual que el ecuatoriano Rafael Correa, tildado ahora de beato.

De todos los continentes y líderes en activo aparece uno que resulta incontestable. Es sencillo, claro, tiene valores, los defiende. Un líder a quien el ejercicio del poder no ha cambiado. Se llama José Mújica y es uruguayo como Mario Benedetti, Eduardo Galeano y el excelso Quintín Cabrera con quien cerraremos este artículo.

Les recomiendo un disfrute pausado de esta entrevista realizada por Al Jazeera en Montevideo. ¿Dónde se puede votar a este hombre grande?

Más sobre este tema
stats