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Grisú

Conocí a Paco Castañón poco antes del verano. Ese alcalde que frente al micrófono no tiene palabras porque sólo le sale dolor y llanto, no se callaba ante el gobierno de su propio partido, el Popular, que había dado la extremaunción a la mina de la que él y su gente seguían viviendo. En el balcón principal del Ayuntamiento colgaba y sigue colgando una pancarta que defiende la continuidad de la minería. Veo las imágenes de la pequeña plaza repleta en esta semana de luto, y me parece inmensa, mucho mayor que aquella en la que viví y participé de un acto solidario del municipio –sus gentes y sus regentes- con el cáncer y sus consecuencias.

Estuvieron con nosotros, poniéndose en el lugar de quienes padecen la enfermedad, nos dieron aliento, afecto, apoyo y sentimos una corriente de generosa disposición a echar una mano.

Cuando el lunes escuché en la radio lo que había sucedido en la mina, sentí una intensa punzada de dolor compartido y volví a encontrarme de frente en el recuerdo con aquellos rostros hospitalarios, aquellas sonrisas de solidaridad y aquellas confesiones de miedo al futuro. Porque en cualquier ciudad minera, y la Pola de Gordón lo es, la solidaridad y el apoyo en el infortunio forman parte del perfil genético de sus gentes, del colectivo social que vive alrededor del mismo sustento. Siempre ha sido así. Pero en los últimos tiempos se había atravesado además, y con fuerza, el miedo. No a la muerte, que ese está ahí, silencioso, oculto aunque presente, sino al adiós, que para ellos era morir un poco, perder esa parte de la vida que se sacrifica en sustentarla.

Desde el alcalde hasta el más joven o el más distante de los vecinos, en el ánimo de todos estaba esa fecha límite para el cierre de la mina, ese adiós ya escrito, ese funeral sin oficio ni liturgia que se había decretado desde Bruselas o Madrid, da igual, a la minería española del carbón que sólo podrá seguir recibiendo ayudas hasta finales del año que viene.

El sector, no sólo los mineros y sus alcaldes, corajudos y comprometidos como Paco, también las empresas que dan empleo en las minas a más de 100.000 personas en Asturias y León, no cree que haya que echar el cierre definitivo, cortar el grifo para siempre, sin acordar una transición entre todos que evite la ruina de comarcas enteras en el norte de España. El gobierno, que aquí también ejecuta con precisión de delineante la política que se marca desde Bruselas, ha sido corto en su ambición de diálogo y escasísimo en su capacidad de encontrar alternativas a un sector que ha pasado ya por unas cuantas reconversiones y que a mi entender no quiere vivir de la sopa boba sino seguir buscando una salida que no sea su final. Pero la imaginación y la generosidad no parecen ser cualidades que desarrollen los gobiernos de estos tiempos. Y algo de conciencia debe tener de ello el ministro Soria cuando no tiene el arrojo de acudir a los funerales por los mineros. Y sé que no es cobarde; pero intuyo que él también sabe que la mina tiene reproches que hacerle y prefirió no escucharlos en estos momentos de luto, entre otras cosas porque quizá tampoco tenga respuesta.

La muerte forma parte de la rutina posible de la mina, como la mar, como la carretera, como cualquier actividad laboral dura y de riesgo. Los profesionales lo saben, los empresarios también, los legisladores quizá deban preguntarse se si puede hacer algo más, y la ciudadanía tiene la obligación moral de reconocer los esfuerzos y sacrificios de quienes hacen entre nosotros lo más duro y difícil.

A veces uno tiene que escuchar tópicos ignorantes sobre las condiciones salariales o de retiro y jubilación de los mineros, sus “privilegios” oí más de una vez a algún alto cargo político, y no puede sino indignarse. Desgraciadamente, tragedias como la del lunes en Pola de Gordón hacen callar a los más intrépidos ignorantes. Pero maldito sea este camino para aprender las cosas; prefiero la reflexión al golpe, la charla y la información al grito y la sacudida violenta.

Y reclamo una vez más desde esta modesta tribuna atención y solidaridad hacia un colectivo como el minero que no busca seguir viviendo de la subvención más que cualquier otro que reciba del Estado lo que a éste le da en impuestos, sino que pretende buscar un futuro que no sea el del final abrupto al que parecen haberle condenado.

Los seis mineros muertos el lunes han vuelto a golpear nuestra conciencia. Que ahora, cuando a los demás se nos empiece a pasar la rabia y el luto, no volvamos a dejarlos solos, no sigamos únicamente viendo sus batallas en la televisión o derramando una lágrima por las viudas y los huérfanos que cualquier día vuelve a dejar el grisú.

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