LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Especulación en el infierno: los intermediarios inflan los precios en medio del caos y la muerte de Gaza

EL VÍDEO DE LA SEMANA

El crimen impune

Esta semana escojo la imagen de una justicia que ha sido incapaz de escribirse en mayúsculas, de ser Justicia ante uno de los mayores crímenes perpetrados contra la naturaleza en España. Once años después del vertido del Prestige no hay responsabilidades de ningún tipo. Sólo el capitán ha sido condenado a una pena que no cumplirá y la aseguradora a un pago que ya realizó.

No entraré en debatir la decisión de la Audiencia Provincial de Coruña entre otras cosas porque no me corresponde ni tengo la cualificacion técnica para ello. Si se ha considerado que no hay responsabilidad penal, será porque no la hay. No seré yo quien se ponga a prender hogueras. Pero como ciudadano tengo el derecho a la estupefacción y hasta a indignarme por un hecho incuestionablemente injusto: que nadie vaya a pagar por aquel desastre. Y que, por tanto, no se va a hacer Justicia.

El daño del vertido del Prestige hace ahora once años no fueron unos cuantos percebes como el otro día ponía en tuiter un reputado escritor más conservador que conservacionista. Según un informe de Seo/Birdlife sobre el impacto en las aves marinas, entre el 16 de noviembre de 2002, cuando se recogió el primer ave petroleada, y el 31 de agosto de 2003, se contabilizó más de 23.000 aves afectadas, de las cuales 17.000 murieron. Los casi 3000 kilómetros de litoral de España, Portugal y Francia afectados registraron daños a más de 230.000 aves, y vieron desaparecer sus ecosistemas marinos ahogados por el petróleo que contaminó cosas y rocas y se depósito en los fondos marinos. En realidad las dimensiones de la tragedia aún no se han podido determinar entre otras cosas porque un lustro después ya se habían detenido las investigaciones.

La sentencia judicial de esta semana deja todo aquello impune y cierra las vías a las indemnizaciones que muchos esperaban: a efectos penales lo del Prestige habría sido realmente un desastre natural. Pero acaso lo peor sea que se siembra para el futuro una verdad inquietante: el que contamina no paga. Que el final de once años de proceso judicial sea esta conclusión es tan inaceptable como real, porque es lo que finalmente va a suceder, que nadie pagara ni el dolor ni los daños ni las indemnizaciones por lo mucho que se perdió. No asegurarse de que quien haga daño cargue con ello es una invitación a la muerte cada vez menos lenta de nuestro entorno natural. Y no estamos en este tiempo para esas alegrías.

La justicia española ha desnudado su dramática carencia en este territorio, lo que hace absolutamente necesario que se pongan ya en marcha tribunales medioambientales a los que no les vengan grandes historias como estas. Pero también hay que comprometer al legislador, a parlamentos y gobiernos para que las leyes se ajusten a una realidad imparable de deterioro medioambiental que hay que detener. O paramos esto ahora o a nuestros hijos les dejaremos un mundo irrespirable.

Lo del Prestige ya no tiene remedio, todo lo más algún recurso que pueda quedarle a los afectados a la vía civil, pero podemos aprender la lección y avanzar en la prevención de desastres y la sanción a quienes los provoquen. Es una cuestión de supervivencia y también de salud y tranquilidad social. Para que los ciudadanos no volvamos a quedarnos por enésima vez con la sensación de que no siempre la paga quien la hace.

Más sobre este tema
stats