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La agonía del Cervantes tangerino

Gran Teatro Cervantes de Tánger. Oleo de Consuelo Hernández.

En sus tiempos de joven pícaro y buscavidas, Mohamed Chukri vendía tabaco a las puertas del Gran Teatro Cervantes de Tánger. Chukri, que luego aprendería a leer y escribir y alumbraría esa obra capital de la literatura árabe que es El pan desnudo (reeditada ahora por Cabaret Voltaire con el título de El pan a secas deseado por Juan Goytisolo), murió de cáncer el 15 de noviembre de 2003. Se acaban de cumplir diez años.

En esta década, apenas ha habido un día en que no me haya acordado de Chukri. Era un luchador empedernido por el respeto a la dignidad de cada individuo, empezando, lógicamente, por la suya. Le llamé hermano y él me honró devolviéndome el tratamiento.

El Teatro Cervantes fue inaugurado el 11 de diciembre de 1903, ahora se cumple un siglo. Es propiedad del Estado español, o sea, de todos nosotros, y está en ruinas. A nuestros gobernantes se les llena la boca con esa bobada de escuela de negocios de la Marca España, pero les importa un pepino intentar rescatar la que probablemente sea la mayor obra cultural española en el extranjero del siglo XX. Más interés tendrían, supongo, si allí se pudieran levantar apartamentos promovidos por algún constructor amiguete, de esos que contribuyen a la caja lóbrega del partido de los liberales de mamandurria.

Cuenta Consuelo Hernández que bajo la primera piedra del Cervantes se depósito un arca con monedas de oro y plata. Me temo que eso sea un aliciente para los partidarios de la piqueta demoledora: además de un solar donde construir apartamentos -o un centro comercial o un parking o cualquier cosa que dé dinero rápido- pueden encontrar un tesoro.

Consuelo Hernández es pintora y promotora de distintas actividades para intentar informar a los españoles de la bochornosa situación en la que se encuentra el Teatro Cervantes desde su cierre a comienzos de los años 1990. La última, la publicación de un libro titulado Un escenario en ruinas. El libro, con ilustraciones de Consuelo Hernández y textos de Santiago Martín Guerrero, Mezouar El Idrissi y Jesús Carazo, se presentó en la noche del lunes 25 de noviembre en el Ateneo de Madrid. Allí estuve. Por el Cervantes, por mis hermanos Chukri y Goytisolo, por la españolidad humana y cultural de un Tánger donde llegaron a vivir casi 30.000 compatriotas y por el carácter imperecedero del sueño tanyauí de una ciudad donde puedan vivir sin mayores problemas judíos, moros y cristianos junto a agnósticos y ateos de todo pelaje, creyentes en el Dios único a la vera de libertinos y libertarios hijos cada cual de su padre y de su madre. Una ciudad mestiza y cosmopolita que ampare las identidades múltiples, individuales y colectivas, de su gente.

Un retrato naturalista de Marruecos

Un retrato naturalista de Marruecos

El Teatro Cervantes, de 1.400 butacas, fue inaugurado, como ha quedado dicho, en diciembre de 1913. Lo construyó un acaudalado matrimonio español de Tánger, Manuel Peña y Esperanza Orellana, que en 1928 traspasó la propiedad al Estado español. A lo largo de varias décadas hubo allí teatro, ópera, cine, lucha libre, copla, flamenco… y hasta mítines independentistas marroquíes. Por su escenario pasaron el tenor Enrico Caruso, las actrices María Guerrero y Margarita Xirgú, las cantantes Imperio Argentina, Estrellista Castro y Concha Piquer, el maestro cubano del bolero Antonio Machín, la pareja formada por Lola Flores y Manolo Caracol, los conferenciantes Benito Pérez Galdós y José María Pemán. El historiador Rachid Tafersiti, cuenta que su padre, miembro de una troupe de aficionados llamada El Yilal, actuó en el Cervantes, interpretando en árabe el Otelo de Shakespeare.

Cerrado desde hace unos veinte años, el Teatro Cervantes sigue siendo propiedad del Estado español. Se cae a pedazos. Restaurarlo, según informa Ignacio Cembrero, costaría unos 5 millones de euros. Ni el Ayuntamiento de ese Tánger renaciente bajo el reinado de Mohamed VI ni el gobierno que va faroleando de Marca España dicen tenerlos.

Chukri me contó cómo dictó El pan desnudo a Paul Bowles, que lo publicaría por primera vez en 1973. Chukri lo había escrito en árabe, Bowles lo transcribía al inglés y los dos usaban para comunicarse el castellano, la lengua de Cervantes. Así era Tánger.

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